Edgar Allan Poe fundó el cuento moderno, y además el cuento de terror: y lo llevó al opio, al alcoholismo. Franz Kafka descubre una dimensión del ser humano, él solo: no una corriente literaria. Lo kafkiano existía antes que Kafka, pero el que lo percibe, de un golpe, es él. Algo que es común a millones y millones de seres humanos: por ejemplo, la imposibilidad de llegar a tocar a la puerta de Dios, o del rey. Era un hombre frágil, enfermizo. Entonces este descubrimiento, yo supongo, que lo derrotó y lo llevó a la muerte. Bueno, igualmente tienes descubrimientos felices, ¿no? No sé, quizá lo más importante de escribir un libro no es publicarlo, sino escribirlo. De ahí que hay escritores que, cuando ya ven su libro publicado, lo ven como muy “sin embargo”. Porque lo fuerte, lo impresionante, o lo divertido, o lo sufriente, estuvo en el proceso de la escritura. Viene como una depresión “post-parto”, como en las mujeres. Y yo diría que la literatura, y el arte en general, pero me voy a referir a la literatura, es más que nada femenina: es la literatura, la palabra, la oración, la intuición, la percepción, la creatividad. Además, está comprobado que se crea, se escribe, con el lóbulo femenino del cerebro. Entonces esta discusión sobre si la literatura es femenina o masculina, yo no le veo mucho caso. Creo que, finalmente, la literatura la hacen las partes femeninas del hombre; y, obviamente, las mujeres que escriben se tienen que apoyar en el mismo lóbulo. Entonces no discutamos más. Digo, habrá hombres escritores que digan “no, no, no, yo escribo con mi lado masculino, yo escribo de manera erecta, no me confundan”. Pero a los hombres se les olvida que tienen un porcentaje menor, desde luego, genéticamente hablando, de feminidad; y que, lo que los hace hombres, es el dominio de la parte masculina. Entonces yo creo que el artista se ayuda mucho con esa parte femenina que tiene. Pero esto no se reconoce tan fácilmente, causa mucho revuelo.
Me he dado cuenta que soy muy exigente como crítico de mis propias obras. No publico un libro si no tengo control sobre cada sílaba, del libro. Esto me lleva a re-escribirlos muchas veces, a oírlos otro tanto. En medida de que ha pasado el tiempo, tengo menos prisa. Y esto es muy favorable, porque los textos reposan y puedes irlos corrigiendo y adecuando a sí mismos lo mejor posible. Finalmente, el gran beneficiario de esta exigencia es el lector. Es decir, hace uno malabares literarios para que otro los disfrute. Y, ya publicados los textos, poco a poco me olvido de ellos. Cuando leo, por ejemplo, algún texto que escribí hace diez, doce años: primero no recuerdo cómo lo escribí, de dónde vino la idea; es más, lo siento ajeno a mí. A veces, sí tengo textos que digo “bueno, pues éste no está tan mal”. Porque esa distancia, esa ajenidad con lo creado, sí te da la posibilidad de decir “bueno, este cuento está mejor elaborado; éste, no tanto”. Sabes cuándo le atinaste y cuándo no le atinaste. Pero, a veces, el mundo del lector es impredecible. Digamos, dos o tres cuentos que a mí, en lo particular, me gustan, pues nunca hablan de ellos, nunca los antologan.




