En el prefacio de la edición argentina de 1946, Gombrowicz advierte: “Ferdidurke plantea una pregunta: ¿no veis que vuestra madurez exterior es una ficción y que todo lo que podéis expresar no corresponde a vuestra realidad? Mientras fingís ser maduros vivís, en realidad, en un mundo bien distinto. Si no lográis juntar de algún modo más estrecho esos dos mundos, la cultura será siempre para vosotros un instrumento de engaño” (Argos, Bs. As., 1946). En otra parte explica que las personas escondemos nuestra inmadurez, aspectos infantiles y defectos en el mundo íntimo; en la plaza pública, sin embargo, nos investimos del mundo de madurez, seriedad y afectación, ocultando lo que en realidad somos y disociando la forma que presentamos a los demás.
El problema de la forma en Gombrowicz implica una complejidad mayor, ya que no sólo opone la pareja madurez/inmadurez, sino también las dualidades: superior/inferior, elevación/degradación, grande/pequeño. Se habla de un arte superior y otro inferior, de clases altas y bajas, de gente grande y pequeña; tendemos a creer que la parte superior condiciona a la inferior, pero Gombrowicz propone que lo inferior influye también a lo superior y propone lograr una dialéctica en que ambos extremos se interrelacionen. En un principio el hombre creó la forma, pero después los papeles se invierten y la forma crea al hombre. Los seres humanos transmitimos formas de manera recíproca y a través de una permanente carrera accidentada acabamos hundidos en la forma. Ante el destierro, la miseria y el fracaso en que vivía el escritor polaco, la mejor elección reside en que de la dificultad surja el divertimento.
La biografía especial de Gombrowicz puede facilitarnos la reflexión. Nacido en 1904, durante su infancia descubrió que su madre llevaba una doble vida: ante la sociedad parecía razonable, lúcida, disciplinada, intelectual, organizada, valiente, frugal, ascética, incluso heroica. En realidad era impulsiva, ingenua, caprichosa, de cultura mundana, medrosa, anárquica, golosa, enamorada de las comodidades. Witold enfrenta esta dualidad en su propia casa. Junto a sus hermanos, ya en la adolescencia, desarrolló un juego con su madre, que consistía en contradecirla permanentemente. Si ella comentaba que el día se estaba poniendo gris —como en verdad sucedía—, ellos aseguraban que el sol brillaba en toda su potencia. Este tipo de bromas fueron haciéndose cotidianas, hasta el punto de que Witold las asumió fuera del hogar: incluso se convirtieron en su método de relación con los demás. En cualquier conversación, con sus camaradas de escuela o con compañeros de literatura, Gombrowicz buscaba la posición contradictoria que rebatiera el punto de vista de su interlocutor, siempre con una buena dosis de ironía y sarcasmo. Este método, llamado por él dialéctico, se transformó en manía y lo acompañó hasta la muerte. “Ella -en alusión a su madre- fue la que me empujó al puro despropósito, al absurdo, que más tarde llegó a ser uno de los elementos más importantes de mi arte” (Lo humano en busca de lo humano, Siglo XXI, Mex., 1971). Aunque de su padre heredó la lucidez, la calma y la disciplina, la parte predominante de su personalidad le viene de su madre. De hecho, a principios del siglo XX, las mujeres comandaban las familias polacas, constituyéndose en guías espirituales de los hombres a través de un suave y comprensivo matriarcado.




