Dos cuñas, dos

10/11/2013 - 12:00 am

Una compañía de productos electrónicos nos ofrece unas cuñas publicitarias abominables, que aparecen incrustadas como a propósito en programaciones que nada tienen que ver con el fútbol; juegos de beis, por ejemplo, ahí me ha tocado verlas. En ellas nos muestran una denigrante definición del mexicano, que no merecemos ni los amantes de la que no discuto, que debe ser una apasionante actividad, ni los que encontramos la pasión en otras opciones.

Los deportes seleccionados por dicha compañía  para tejer un atentado contra las preferencias, el buen gusto y el equilibrio mental del mexicano en sentido amplio, fueron ni más ni menos que el tenis y el golf, en los que tenemos años sin actuaciones destacadas y que pese a ello todos los que los practican saben perfectamente la mística, el comportamiento caballeroso y el protocolo que exigen. Merecen total respeto.

Las cuñas están hechas con las patas, de eso no cabe duda,  pero con muy buena definición. Excelentes en la limpieza de las imágenes, pésimos en su propuesta de guión, que podría vagamente tener intenciones de humor, pero no se ven por ningún lado. Como que confunden humor con afrenta, el principio del bullying.

En el primer caso digno ilustrar, un jugador de golf llamado Roberto Sánchez, mexicano a punto de ganar su primer torneo profesional, se concentra en el pot que le dará el triunfo. La escena es fina: el campo es una cuidada mesa de billar, el público respetuoso, desconocedor de la ola, observa en un silencio expectante el recorrido de la pelota de Roberto, que embuchaca logrando la hazaña. El deportista enloquece y celebra corriendo como enajenado por el campo, da una voltereta al estilo de las de Hugo Sánchez, hace como que lanza una flecha al cielo, como Cuauhtémoc. Los comentaristas, en off, serios y perplejos, dicen que está “atrapando la trucha”, que rompe el protocolo, pero que es comiquísimo, y a ver como toman eso los organizadores del torneo. Luego, el desquiciado golfista  pone un pie sobre el caddie acostado, que sirvió de “trucha”,  monta en su lomo, con la bandera en la mano del último hoyo que tiró. Un desastre vergonzoso para mí, e imagino,  para miles y miles de golfistas en todo el país, que no creo que vean el hoyo como una portería, por favor. La cuña dura pavorosos, interminables, vergonzantes y denigrantes, 54 segundos.

Conste que esta observación no tiene qué ver con diferencias sociales, para nada. Muchos de mis conocidos que practican el golf, con todo y lo caro que es el deporte, tienen cuentas bancarias ridículas en comparación con las de las estrellas nacionales del balompié, ya no se diga si ampliamos el parámetro de  aquellos que juegan en Europa.

Rafael El Pelón Osuna fue el primer latinoamericano en ganar un torneo de los que hoy se llaman Gran Slam de tenis. Logró la hazaña en 1963, por ello este año el US Open le hizo un reconocimiento post mortem  a 50 años de su emblemático triunfo. Después de él, dos latinos más han alcanzado esa gloria: Guillermo Vilas, un argentino zurdo con un revés que era un poema, ganador en 1977, y el gigante Juan Martín del Potro, que derrotó en cinco sets a Roger Federer en 2009.

Claro que no viví la final del Pelón en contra de Frank Froehling, a quien venció 7-5, 6-4 y 6-2, pero lo he visto, por mi gusto por el tenis y su historia, saltar la red, a la usanza de la época, y estrechar la mano de su rival en videos de YouTube. Ni el menor intento de humillarlo con el festejo. Mexicano ejemplar en todo sentido.

Ese preámbulo es necesario para abordar el segundo caso en el tema a tratar. Si usted, como yo, ha gozado del adictivo sonido de la pelota chocando con el encordado, ha  vencido o perdido ante   un contrario sin más aspavientos de ambas partes al acabar la partida que extender la mano, sentirá incomodidad ante las imágenes que ofrece la segunda cuña.

Se nos presenta a un tal Javier Cortés que está con su segundo servicio intentando su primer Gran Slam. ¿Qué creen? ¡gana con un saque as! Lanza la raqueta, algo común, pero los encargados de editar la cuña revelan tal ignorancia ¡que el primer servicio del famoso Cortes, que estamos esperando para que levante el nivel del tenis mexicano, lo realiza en el lado norte de la cancha y el segundo, el ganador, en el lado sur!  ¿Otra intención malograda?

Suceden imágenes que no imagino ninguna persona con elemental criterio a las que le puedan agradar: el “tenista” hace el avioncito, se dirige a la red, manda al carajo el saludo caballeroso de su contrincante, baila zamba, se trepa en los brazos de un juez de línea. El contrincante sigue frente a la red con la mano extendida ¿eso somos?

Igual que en el del golf, en off, los comentaristas se manifiestan serios, perplejos, pero simpatizan con la actitud fuera de lugar, por no decir demencial. Se rompe el protocolo, pero se ve simpático, chistoso: “yo no se si los ingleses acepten este tipo de humor”, reflexiona el comentarista, mientras el “tenista” se mete entre el público, luego “torea”, se acuesta en la cancha, hace como que lanza una flecha al cielo, nueva alusión al Cuauhtémoc, salen los jueces de línea o correbolas, qué se yo, y lo siguen haciendo el perrito. Para rematar, va con su par de tenis, al modo de banderillas, y se los clava en la espalda al que fue su contrario, que voltea a verlo extrañado, sin entender que los mexicanos, según esa compañía, “somos así”.

Por lo que se ve en esas cuñas, esa compañía electrónica transnacional no tiene por nosotros el menor respeto, nos humilla, ridiculiza, para ellos somos unos maleducados  porque, según su perspectiva, hacemos estupideces del tamaño de las que ponen en sus imágenes abominables sustentados en la sentencia “filosófica”, “porque nunca podremos sacar el futbolista que vive dentro de todos los mexicanos “¡vamos México!”. Bien podrían agregar, para hacer el trabajo completo: ¡rompan protocolos, vomítense en las salas de sus invitados, que les valgan absolutamente madre  las normas, píquenle el culo a la mesera o mesero que le ofrece un bocadillo, olvídense de  los requisitos de los mamones, el padrenuestro de los mentecatos, el avemaría de los exquisitos, vamos México!”

La verdad no creo que ni a los más apasionados admiradores del fútbol les agrade que se les visualice de esa manera, es decir: contaminando con sus explosiones de júbilo, normales y festejadas en su deporte, a aquellos que tienen por tradición otra manera de expresarse, sin necesidad de sacar el futbolista…

En pocas palabras, las cuñas en cuestión son un atentado a la diversidad, a la diferencia: una impúdica manifestación de egoísmo al estilo “aquí nomás mis chicharrones truenan”, al que cada día nos resistimos más.

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