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Susan Crowley

22/07/2023 - 12:04 am

La mujer justa, disección de un burgués

No hay motivos para molestarse con los ojos claros, el pelo rubio y la piel blanca, lo que molesta es la falta de conciencia hacia los otros.

“El burgués tiene que estar toda la vida demostrando quién es… se siente obligado a acumular o, por lo menos, a salvaguardar durante toda su vida”. —Sándor Márai, La mujer justa.

 

Hay situaciones que uno quisiera que no ocurrieran y esta es una de ellas. Avergonzarse de la condición en la que se nace no es grato. Mi abuela la llamaba “pena ajena”. Acabo de tener ese sentimiento ante las declaraciones de Santiago Creel y Enrique de la Madrid. Me dieron pena ajena. Sus declaraciones fueron la cereza en el pastel, lo que hacía falta para entender por qué no deben gobernar este país, vamos, ni siquiera presentarse como candidatos. Lamentarse por ser juzgados “güeritos” y tener ojos azules es absurdo. No se vale en un país en el que justamente esa característica física ha abierto las puertas siempre. Si a eso agregamos, en el caso de ambos, pertenecer a familias de “rancio abolengo” y lo más grave, con poder político, ¿cómo ser tan cínico y presentar su color de piel como afrenta en su contra?

Para mi fortuna la autocrítica existe. Acabo de terminar La mujer justa, de Sándor Márai, una novela extraordinaria. Incisiva e implacable, describe el conflicto que se cierne entre las clases sociales, visto precisamente desde la postura de un burgués. Una disección aguda de los vicios, las carencias, las culpas y las justificaciones no pedidas en las que vive y muere un burgués. Como se entiende en la novela, una clase en permanente peligro de extinción.

Márai nació, creció y desarrolló su literatura dentro de esta clase. Los otros que me vienen a la cabeza son Tolstoi, Mann o Zweig. Inclementes, son de una autocrítica lúcida que sirve de instrumento para hablar de los vacíos que abundan en el alma de un burgués. Las grietas espirituales, los excesos, la falta de reconocimiento del otro. En síntesis, el clasismo inventado por ellos y para su provecho; justificaciones para mostrarse como víctimas y justicieros frente al “pueblo” que amenaza su bienestar. Cínicamente, el protagonista de esta novela afirma: “ser burgués requiere de un esfuerzo constante. Me refiero a la estirpe de los creadores y los guardianes, no a los pequeñoburgueses arribistas que solo aspiran a una vida mejor y más cómoda. Nosotros no deseábamos más dinero o más comodidades. En el fondo de nuestro comportamiento y de nuestras costumbres había una especie de abnegación consciente”.

Márai vivió las entreguerras en Europa. Fue una de las víctimas de la destrucción de Budapest. Sobreviviente de la caída de una sociedad vibrante, culta, llena de privilegios, terminó sus días en el exilio antes de suicidarse el mismo año en el que cayó el muro de Berlín. Lejos de victimizarse y chantajear, utilizó el arte de la pluma para delatar los vicios y los excesos a costa del sufrimiento y los abusos de “los de abajo” perpetrados desde siempre por los que se consideran “los de arriba”.

Su literatura golpea en la cara y exhibe sin tapujos al burgués: “Había que salvar no solo la casa, el elegante estilo de vida, los bonos y la fábrica, (…) sino un modo de actuar que contenía el sentido y la obligación más profundos de nuestras vidas: La resistencia frente a las fuerzas plebeyas del mundo, que intentaban sin descanso contaminar nuestras conciencias e incitarnos a la inmoralidad”.

A lo largo de esta narración vivimos la intimidad y las confesiones de un típico burgués, cuya existencia tiene sentido solo si conserva su nivel de vida y, sin mucho esfuerzo, acrecienta lo heredado. Por eso estudia una carrera ligada con la administración y las finanzas, para poder ser objetivo y certero en sus decisiones. Cada día revisa los estados financieros y las páginas de la bolsa. No se mancha los dedos con los periódicos más que para odiar a quien cree que puede hacer justicia en su contra. No solo se trata de dinero, de eso no se habla porque puede ser hasta de mal gusto. Los bienes de lo que considera “moral”, las tradiciones, en realidad “sus tradiciones”, la religión que lo exculpa de los pecados y las omisiones, y la enorme piedad que muestra en público deben transmitirse de generación en generación.

Para infortunio de los güeritos, rubios, ojos claros o “bichis” como se les dice en Oaxaca, pareciera que es a quienes toca pagar los platos rotos de la desigualdad. Según un burgués, como Creel, su piel clara lo hace blanco de ofensas e injusticias. Eso merece un sollozo. Que sea doloroso y que se escuche fuerte, histriónico, que sume al coro de los “otros” maltratados, que son los mismo de su clase. Más valdría que sufrieran calladitos en silencio y resignados. Pero no, cuando abren la boca para expresar la queja, sí que son patéticos. Con micrófono en mano y delante de la cámara les sale lo peor de su condición, como es el caso de De la Madrid, señalando y minimizando la diferencia entre él y alguien del “pueblo”.

La mujer justa describe el ocaso de una clase social insostenible en Budapest. Cuando los nazis bombardeaban, los cruces flechadas saqueaban y asesinaban y los bolcheviques estaban por entrar y destruirlo todo. Motivo para otra columna. Pero este relato podría suceder en cualquier sitio, en cualquier época. La burguesía es una clase decadente, por eso se aferra a sus “derechos”; su característica es no saber adaptarse a los cambios sociales. Un burgués es frágil, predecible en sus temores que los llevan a ocultarse en sus residencias desde donde protestan y elucubran la reivindicación de sus privilegios. Tienen el pasaporte a la mano y la cuenta en algún banco extranjero para poder salir si la situación lo amerita y así salvaguardar lo más amado, su nivel de vida.

La mujer justa, es una narración a tres voces: la esposa, una bella y educada pequeñoburguesa que por su casamiento sube un escalón social y resiste la cruda realidad de no ser amada, pero es compensada con un estatus privilegiado. Sufre en silencio porque, en la alta sociedad, no se permiten los lamentos en voz alta. Eso no se ve bien, entonces no está bien. Para eso está el psicólogo, dice Márai.

Más adelante el marido narra el viacrucis de ser burgués. En realidad, es un ser abúlico, que termina por asumir su propia destrucción y la pérdida de sus bienes. El último capítulo es narrado por Judith. La campesina que denuncia el horror de ser una sirvienta dentro de la casa de un burgués. “Rencor, vanidad. Es lo que suele haber en el fondo de todas las miserias y de las desgracias humanas. Y soberbia. Y miedo… La única espantosa realidad es que no hay justicia en el mundo”.

Márai fue traducido al español, gracias a la recomendación de uno de los más grandes genios intelectuales del siglo XX, Roberto Calasso. El escritor húngaro se puso de moda, sobre todo entre lo más preciado de nuestra burguesía, la que como se llama a sí misma, es alta, no advenediza, casi aristócrata, como se consideran Creel y en cierta forma de la Madrid. ¿Habrán leído este libro cuya crítica deja muy mal parada a la burguesía? Y si lo leyeron, ¿se habrán dado por aludidos de lo que significa ser burgués?

Como bien lo dice el escritor, muchas veces “para el burgués la cultura y lo que ella conlleva no son experiencias sino un conjunto de datos”. Al concluir la lectura de esta novela me queda la sensación de lo poco que ha aprendido la clase alta sobre la realidad de lo que somos. No se puede seguir siendo un burgués inconsciente o victimizarse como lo hacen nuestros políticos o sus iguales cuando claman por las injusticias que se cometen en su contra. No hay motivos para molestarse con los ojos claros, el pelo rubio y la piel blanca, lo que molesta es la falta de conciencia hacia los otros.

@Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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