El machismo reprime, los prejuicios señalan; la misoginia se filtra a través de ambos y los alimenta, su función es minimizar a las mujeres de manera sistemática en cualquier ámbito: ante la ley, ante la sociedad, ante ellas mismas.
La misoginia nos reduce a seres sin voz y otorga a otros poder de aniquilación. ¿Quién va a renunciar al poder de forzar a una muchacha si al fin ella tendrá la culpa por provocadora, por inmoral, por ser como es? ¿Qué procurador, juez, gobernador, se va a preocupar por hacerle justicia al cuerpo sin vida de una mujer que no es nada suyo?
En todo el mundo, podemos ser violentadas verbal y físicamente, podemos ser tomadas por la fuerza, compradas, vendidas, intercambiadas, explotadas.
La violencia es cotidiana, y no solo acontece en los espacios físicos: los medios de comunicación ejercen violencia virtual. Son uno de los principales causantes de nuestro atraso en materia de derechos para las mujeres, pues imponen un modelo, una talla, una fisionomía artificial y un papel humillante; nos reducen a cuerpos.
Además de la violencia física, y la violencia virtual, la violencia económica también se ejerce contra las mujeres mexicanas y las hace vulnerables a otros tipos de maltrato.
En Guanajuato, por ejemplo, sobre todo al norte, abundan las comunidades de pobreza media, marginadas por la migración y el desempleo; donde las maquilas se sirven de las circunstancias para pagar salarios míseros por la mano de obra de mujeres que son jefas de familia.
La misoginia, los prejuicios y el conservadurismo traen beneficios puntuales a personas específicas. ¿Quién renunciaría al placer de abusar de toda mujer provocadora sin más cargos que una multa? ¿Quién renunciaría a las utilidades que deja la mano de obra barata? La pobreza material propicia la violencia; la “pobreza cultural” impide el desarrollo humano. ¿Por qué Guanajuato, que aloja un festival artístico prestigiado en todo el mundo, alberga también tan cruda violencia de género?
Se supone que la ley nos protege. Sin embargo, no se puede hacer cumplir la ley si hay prejuicios de por medio, pues no hay ley sin imparcialidad, y ésta se desvanece en cuanto el poder judicial toma partido en contra de los derechos de la mujer, que no son otros que los derechos humanos.
Las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda, el derecho al voto no garantizó nunca la igualdad de género. Tampoco las instituciones para defender nuestros derechos nos respaldan, porque no hay una cultura que sustente esos derechos ni una sociedad que los ejerza. Que una mujer esté a cargo de una de estas instituciones creadas para defender los derechos femeninos no garantiza que se lleven a cabo las tareas necesarias. Tampoco que una mujer procure justicia.
El atraso en cuestiones de igualdad de género tiene consecuencias sociales. ¿Cuándo seremos capaces de ver la reciprocidad entre el trato hacia la mujer y el desarrollo de nuestras naciones? Mientras las mujeres sigan siendo violentadas, hay una grandeza humana que no conoceremos nunca.
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Iba en autobús la semana antepasada, recién había sucedido lo de Lucero en Santa Rosa. En el trayecto Dolores Hidalgo-San Luis que solo cubre Flecha Amarilla, los choferes siempre ponen música norteña. A mitad del camino, oímos una “canción” que decía a una mujer: babosa, cabrona, zorra, pendeja, como un mantra… Había niñas en el autobús, me paré a decirle al chofer que quitara esa canción y al bajar fui a hacer una denuncia a la gerencia de la empresa. Me dieron un número donde sólo oí musiquita y nadie me atendió. Ahora cuando compro un boleto, los vendedores se burlan entre ellos de mí, este es un pueblo chico, todo se sabe, “si no me das bien mi cambio te voy a reportar a la gerencia”, se dicen entre ellos frente a mí y luego se ríen. ¿De verdad tengo que ir de nuevo a la gerencia? [1]
[1] Testimonios recopilados al azar en la ciudad de Guanajuato por Yesenia García, del 9 al 23 de octubre de 2013. Las entrevistadas pidieron el anonimato.






