En los últimos días, la eficacia de la impartición de justicia en Guanajuato ha sido puesta en entredicho. La autoridad local se siente agredida; quizá se trate para ella de un ataque político, puede que incluso argumente que sí ha invertido en un sistema que otorgue garantías.
No obstante, parece que, como todo sistema, hay que aprender a utilizarlo. Es como aprender otro idioma: los maestros recomiendan forzar un poco la pronunciación para que el aparato fonador se habitúe, vuelva natural el manejo de otros sonidos.
En apariencia, los especialistas gubernamentales creen honestamente que las denuncias de violencia contra mujeres están bajo control, que son circunstanciales y que no hay necesidad de una alerta de género; que no tendrían por qué atribuirles una naturaleza diferente a la de cualquier otro delito, como afirmara el obispo de Celaya. Patrones mentales: afirmar, por ejemplo, que las mujeres tienen la culpa por andar a altas horas de la noche en la calle –así, con la naturalidad de aquel obispo español que afirma que los niños seducen a los sacerdotes pederastas–.
Se dice que le advirtieron a Salcedo que no dijera nada, que no hiciera visible el caso, que no hiciera escándalo en redes sociales, pues. Le iría mal. Pero quizá no fuera coacción maliciosa sino todo el temor del mundo. Sólo complicaría las cosas, deben haberle dicho. La opinión pública castiga bobaliconamente. Pero quien le pedía silencio era el Ministerio Público. Presionar de esa manera pudo haber hecho que reaccionaran nerviosamente: lo que sucede cuando se deben tomar grandes decisiones y no se está preparado. El acto fallido en el momento clave.
El 30 de octubre, María de la Luz Salcedo Palacios supo que, ante la ley, sólo había sufrido un faje a fuerzas y unos golpes que no ameritaban curaciones mayores. Según el magistrado Alfonso Fragoso, no es obligatorio considerar los protocolos en casos de violencia contra mujeres. Héctor Corona, abogado de Jasso, re-victimizó a Lucero –así lo afirma Verónica Cruz Sánchez, cabeza de Las Libres–: el abogado conocía, y usó con dolo, información que Lucero le había dado a la agente del Ministerio Público.
Lucero no fue víctima de un faje indeseado; sus lesiones eran consecuencia de un forcejeo en el cual la víctima peleaba por su vida en una lucha que no era de igual a igual. Su agresor confeso abonaba pruebas en su propia contra.
Hace tres días, en San Luis de la Paz, otra agente del MP no vio con claridad un caso de violación tumultuaria. Probablemente haya un problema de perspectiva –antes que el propio de género–: una mirada oblicua que, a mi parecer, confunde neutralidad con imparcialidad y elude y se mantiene al margen.
Es posible que la indiferencia de un MP ante los sucesos sea más bien escepticismo en busca de la verdad, una duda metódica por mor de la justicia, pero hay algo que inquieta en ese proceso y que se va notando, más de a mucho que de a poco, en la impartición de la justicia. La mirada oblicua, pues, digo, está complicando la consignación de hechos frente a los juicios de valor (“Pa’ qué se arriesga”, como diría Héctor Corona, abogado defensor de Jasso) de quien debería consignar por hechos, no por la relativa ingenuidad o voluntad de la víctima, como en el caso de San Luis de la Paz.
Se juzga no a los victimarios, sino a la víctima; como cuando algún agente le dice a uno que, si le robaron la casa, fue porque la dejó sola. Hay unas anteojeras que alejan de la mirada las garantías que nos ofrece el poder Ejecutivo a través del Judicial. Y una (banal) maldad social en el hecho de ir y abusar impunemente de alguien, quien sea.
En el otro extremo, la respuesta ante el activismo es sorprendente: en Guanajuato se desconfía sistemáticamente de todo aquello que tenga aire de revuelta, pero las manifestaciones y las denuncias en las redes sociales han merecido de la opinión pública toda la solidaridad y la indignación que la injusticia suscita.
La impartición de justicia exige consciencia de las circunstancias. Habitualmente las medidas que se toman parten de la experiencia. La memoria de las cosas puede ser una base del cambio: María de la Luz Salcedo Palacios, luego de todo, está enseñándonos. No sólo al hacer público su caso sino al pelear por la impartición de justicia con perspectiva de género. Ya venció las ataduras del pudor ante el qué dirán; esperemos que también enderece la mirada oblicua.
Mis padres heredaron su patrimonio sólo para mis hermanos y les dieron estudios sólo a ellos. A nosotras sólo hasta la secundaria, y de herencia ni un borrego. Mis hermanos vendieron sus casas y se fueron al norte. Nosotras nos tuvimos que hacer la vida solas, y ya tenemos casa. Mis papás pensaban que iba a llegar alguien a decirnos, “te pongo tu casa”. ¿Cómo no? En estos tiempos ya quieren que seas igual que ellos en lo económico. Pero también quieren que una sea mujer como las de antes y eso no, no se puede, o haces dinero o tienes hijos. Nosotras no tuvimos hijos. O es una cosa o es otra.
Evelia, 47 años
Nosotras la violencia la vivimos siempre desde la casa. Mi hermano siempre nos pegaba a todas en la casa. Si no queríamos hacer lo que nos mandaba nos insultaba y nos pegaba. A mi madre eso se le hacía normal. Me costó años que ella y mis hermanas entendieran que no es así, que no se puede tolerar la violencia contra la mujer. Ahora nos respeta, pero porque todas nos unimos contra él. Sólo así se pudo.
Gaby, 27 años







