La verdad

Guillermo Samperio

14/12/2012 - 12:01 am

La verdad es una esencia que en el México actual se ha perdido. Las relaciones entre personas cada vez más se entreveran en una serie de señales que intentan allegarse a la verdad, pero en esos vericuetos se extravían. Séneca decía que el lenguaje de la verdad era simple, pero para el mexicano se ha vuelto complejo. Incluso en las relaciones maritales, donde la verdad debería ser cotidiana, se establece una serie de rodeos para acceder a un cierto entendimiento. Ya no hablemos de la política: se ha vuelto costumbre expresar mentiras públicas con plena impudicia. De pronto la izquierda parece de derecha y viceversa.

Parece que sólo en la literatura es posible manifestar la verdad, a pesar de que algunos piensen que está compuesta por mentiras. Desde luego que no me refiero sólo a la literatura realista, sino también a la fantástica, e inclusive a la poesía. Esta última fundamentalmente expresa la emotividad; a través de imágenes y metáforas logra atrapar lo innombrable y lo huidizo, es decir circunstancias emocionales y de vida que son difíciles de nombrar con un lenguaje simple. Es cierto que la base de la literatura es la de ser ficción: cuando hay un suicidio en una narración, en la realidad el personaje no se mata, sino que lo hace simplemente en la letra y el papel.

Pero si el cuento habla de un ex combatiente estadounidense de la Segunda Guerra Mundial que, afectado de sus facultades mentales por haber estado en tal guerra, pierde contacto con su entorno y decide pegarse un tiro en la sien, el relato nos está señalando un par de verdades: que quien participa en una guerra corre el peligro de enloquecer, y que un país guerrero genera locos que se suicidan o asesinan. Inclusive puede tratarse, en lo fantástico, de un hombre que de pronto vomita conejitos y que, al pasar los días, los sigue expulsando a tal grado que invaden y destrozan el bello y ordenado departamento que le prestaron. El hombre, al darse cuenta del desastre que han causado, decide aventarse por la ventana; este cuento, que más bien maneja un simbolismo, indica hacia una verdad: el ser humano que de pronto se ve enfrentado a lo extraordinario, cuando se disloca su interioridad, también puede cometer suicido. Puede darse el caso de un hombre que, durante las noches de luna llena, sale al lago en su lancha a buscar, con una caña que en la punta del hilo lleva una pesa, el lugar más profundo, hasta que lo encuentra; aquí se trata de una alegoría mística en la que el hombre ha encontrado su más profundo ser. El narrador dice: “Un hecho exterior, sin importancia, ha mostrado su íntimo rostro”. La primera historia, la del ex combatiente, pertenece a Salinger; la de los conejitos a Cortázar y la última a Meyrink.

El asunto importante es que la literatura no nada más muestra verdades, sino muchas veces verdades dolorosas y demasiado profundas, además de que presenta un entramado literario interno y un significado externo. Por ello se habla de que la literatura revela, alumbra, un asunto fundamental al lector; si no lo logra, pues será un mal texto. Por ello también se dice que el lector tiene nuevas experiencias en la lectura; puede viajar, a través de lo imaginario, a lugares humanos insospechados.

Wilde decía que la verdadera escuela para estudiar el arte no es la vida, sino el arte, lo que implica que para profundizar en la vida es necesario transitar, como creador o espectador, por el arte. El arte no sólo salva del suicidio a un ser humano, sino que además le otorga guías de vida y hace su vida interior más rica, aunque la sociedad actual suponga que el arte es un trabajo accesorio.

Paradójicamente, para que la sociedad mexicana recupere el valor de las palabras y vuelva a coincidir con la sentencia de Séneca, en el sentido de que el lenguaje de la verdad es simple, se requiere ahora de dar una gran vuelta por el arte y la literatura. Sería una manera de reencontrase y evitar los dobles y triples lenguajes, los rodeos laberínticos de señales para acceder a lo simple. Casi deberíamos hablar de una revolución cultural y artística por la que inevitablemente también deben pasar los políticos, quienes se encuentran experimentando una crisis profunda. Pero para la gente sencilla, la que somos, la de todos los días, nos basta un libro en el bolsillo.

Guillermo Samperio

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