Y… ¿qué desean las mujeres?

Mario Zumaya

06/07/2013 - 12:01 am

Ser terapeuta de parejas –no hay una igual a otra– es tener un puesto de observación privilegiado sobre las venturas y desventuras de la vida como par. Y una de sus desventuras comunes se ha convertido en un clásico tema de consulta: la ausencia o disminución del deseo sexual femenino después de algunos años de vida en pareja, con matrimonio o sin él. Más notorio en las mujeres pre o post-menopáusicas, pero no exclusivo de ellas: cualquier treintona puede quejarse de ello o, más bien, su pareja o marido, especialmente si la relación lleva más de, digamos, cinco años. Espero que las parejas que no llegan a consulta sean la mayoría… pero francamente no lo creo.

Existen libros, sexólogos y terapeutas de pareja que se dedican de manera exclusiva a tratar de “renovar” el deseo de estas mujeres. Según me han comentado algunos de estos colegas en voz baja, por supuesto, el porcentaje de éxito que obtienen es bastante desalentador.

El asunto, como terapeuta y como pareja de alguien, siempre me ha intrigado y en su momento preocupado… muy seriamente.

La conseja popular que compartimos mujeres y hombres desde hace muchos siglos es que los masculinos somos más libidinosos, más interesados en el sexo por el sexo mismo y mucho menos en los componentes emocionales de la relación, y que las féminas están más interesadas en lo contrario: en el vínculo afectivo entre la pareja y en tener bebés, mucho menos en los placeres genitales. ¿Verdad o mentira?

La conseja popular es resultado de una investigación sobre la sexualidad femenina que data de hace aproximadamente dos mil años, iniciada por Galeno y hecha casi exclusivamente por hombres, enfocada más en su aspecto reproductivo que en el deseo y el orgasmo. En otras palabras, es una construcción de mentes masculinas que no han contestado la pregunta fundamental: ¿de qué depende el deseo femenino y su orgasmo?

Las investigaciones actuales, en las que la participación femenina es cada vez mayor, compendiadas en el reciente libro de Daniel Bergner, What do women want? Adventures in the science of female desire (¿Qué desean las mujeres? Aventuras en la ciencia del deseo femenino) arrojan resultados que indican que la propensión a la promiscuidad es igual para las mujeres y los hombres; resultados que pueden cambiar la relación entre ambos, hacerla más clara y franca.

Algunos ejemplos:

(1) La conducta sexual de los monos Rhesus depende del tamaño de la jaula en la que están confinados. En una jaula pequeña todas las iniciativas sexuales son de los machos y se reducen al coito, lo que refuerza la idea tradicional de que el macho es activo y la hembra pasiva. Sin embargo, en jaulas más grandes o en su medio ambiente natural la iniciativa para el sexo depende de la conducta de la hembra, quien realiza rituales con los que seduce a los machos quienes se sientan a esperar que las hembras los elijan. ¿Suena conocido?, ¿se parece a lo que ocurre en cualquier fiesta o antro?

De seguro las buenas conciencias protestarán airadamente y dirán que no se puede extrapolar la conducta de unos animales “inferiores” al rey y la reina de la de la creación, pero ¿será el matrimonio una jaula cultural que inhibe el deseo femenino?

(2) El deseo femenino, al igual que el masculino, es inversamente proporcional a la duración de la relación. Es decir, a mayor número de años el deseo disminuye acentuadamente y de manera más rápida en las mujeres y, ¡oh espeluznante sorpresa para los machos!, se renueva con la aparición de una nueva pareja sexual, en las mujeres postmenopáusicas también, lo que hace al deseo femenino menos dependiente de las hormonas de lo que se creía.

(3) El orgasmo femenino, localizado de manera preponderante en la estimulación del clítoris –órgano exquisitamente especializado en la experiencia del placer sexual– y la posibilidad de que tal orgasmo sea múltiple, sin los inconvenientes del periodo refractario en el que no hay posibilidad de experimentar nuevos orgasmos y del que somos víctimas exclusivas los varones, sí juega un papel en la reproducción pero no en la concepción… y no de la manera que se creía.

La “lentitud” de la respuesta sexual (deseo-excitación-orgasmo) femenina, en comparación con la masculina, y su capacidad de experimentar orgasmos múltiples parece haber tenido la intención de tener relaciones con más de un compañero en un solo episodio sexual y “garantizar”, así, más posibilidades de embarazo y con ello la supervivencia de la especie. Dicho de otra manera mucho más prosaica: una mujer “promiscua y libertina”, palabras cargadas de ideología misógina, tendría muchas más posibilidades de embarazo al tener relaciones sexuales con un equipo de basket-ball al mismo tiempo.

Hasta aquí se puede concluir que en el plano exclusivamente sexual, erótico, hombres y mujeres estamos en igualdad de condiciones en cuanto del deseo, de la lujuria simple y llana sin aromas de confesionario, se trata y, en consecuencia, dejar de jugar los terroríficos juegos de: “te cambio sexo por intimidad y bebés” o “te digo que te amo para acostarme contigo”, más propios de los fríos y calculadores jugadores de póker que hemos sido mujeres y hombres durante siglos

La necesidad humana de vivir en pareja, no siempre con la misma persona, como la forma más adecuada de tener intimidad, protección, compañía, ternura y amor a largo plazo, es un asunto mucho más serio, complicado y frágil del que podemos hablar abiertamente e intentar llevar a cabo, toda vez que aceptemos que el sexo y el erotismo son un juego que hay que jugar con responsabilidad y no perpetuando la hipocresía de la conseja popular.

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Mario Zumaya

Psiquiatra y psicoterapeuta

Lo dice el reportero