Bullying en Sonora: una terrible metáfora

Eduardo Suárez Díaz Barriga

09/09/2013 - 12:00 am

Un salón de clases de una primaria en Hermosillo, convertido en arena de circo romano. Los inverosímiles gladiadores son una niña, alta y delgada, y un niño, más bajo de estatura y de constitución compacta. Intercambian golpes y empellones. A su alrededor el resto de la clase grita con un entusiasmo sobrecogedor. Lo más insólito es el hecho de poder observar la escena, que fue grabada por uno de los escolares, probablemente con su teléfono celular. El audio captura la voz de quien seguramente es el videasta, que dice: “Tú eres el hombre, tú eres el hombre, ánimo”. Cuando el niño parece abandonar la pelea, el resto de los niños y niñas lo abuchea. Con empujones, lo obligan a reiniciarla: “Jálale el pelo, jálale el pelo”. La cámara se enfoca sobre la niña, de cerca: “Tómale video a ella, quiere llorar… quiere llorar…”.

El niño sale del encuadre mientras ella recoge del suelo sus útiles, con cara de ira y fastidio. El director de cámara y un grupo de chicos sigue al muchacho, corriendo por un pasillo en un alarde de steadycam y de realityshow. En unos lavabos, el chico se enjuaga la cara maltratada por los golpes. “Regrésate y dale un cachetadón”, “…échate agua para que no te agarre bien”, “…a ver si es cierto que eres hombre”. La cámara sigue al niño agresor de regreso al salón de clases, en donde inmediatamente se dirige hacia la niña. La toma por el cuello, con una llave de estrangulamiento. “Eso es todo, eso es todo…”. Niño y niña forman un ovillo confuso de golpes y contorsiones. El estruendo es enorme, la emoción de los espectadores está al máximo. El niño dobla a la niña con la llave que aplica sobre su cuello: “Un putazo, suénale un putazo…”.

Ominosamente, la niña deja de moverse. El niño voltea a ver a los chicos que lo impulsan con sus gritos, entre ellos al que graba la pelea. “Suéltala, suéltala”. El niño la deja doblada sobre su pupitre como una muñeca rota. La grabación, increíblemente, sigue: la cámara se enfoca sobre el niño, se escuchan risas. “A la verga, se le pasó…”. Chicos y chicas corren a auxiliar, ahora sí, a la niña, que está a punto de caer y de golpear severamente su cabeza contra el piso. La enderezan sobre la silla. Es obvio que perdió el conocimiento. El estudiante que filma sigue con su crónica. Hay una pequeña multitud alrededor de la niña inconsciente. Con cuadernos, y entre risas nerviosas, abanican su cara, para proporcionarle aire. El director de escena sale con su dispositivo para registrar lo que ocurre con su compañero, de nuevo en los lavabos, enjuagándose otra vez la cara. “¿Cómo estuvo la pelea, cómo estuvo?”, dice con tono de comentarista deportivo. “’Ta chido, ‘ta chido”, “¿cómo le pegaste, macizo o despacito?”, “Macizo”, “¿cómo fue la pelea?... Increíble…”.

Después de filmar al niño, el de la cámara muestra a la niña, enseñando los moretones del cuello a sus compañeras. Luego, enfoca a cada uno de los espectadores dentro del salón y dice su nombre en voz alta para que lo registre el audio de su dispositivo. “Yo tengo toda la cosa…, la subo (risas)…”. Fin de los siete horribles minutos del involuntario documental sobre el grave problema del bullying en nuestro país.

Después de verlo queda la sensación de que es algo mucho más significativo que una de tantas peleas en una primaria o secundaria mexicana. Se tiene la certeza de estar frente a una metáfora, una alegoría, de un problema mayor, profundo y esquivo. ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Por qué ningún compañero intervino?, o más bien: ¿por qué las intervenciones fueron para azuzarlos más y no para detenerlos? ¿Cómo es que no hay ningún adulto que escuche el escándalo y que ponga remedio? Y sobre todo: ¿cómo es posible que un niño filme todo y lo comente como un avezado locutor de la lucha libre? ¿Cómo es posible que se tenga esa habilidad de registro, además de los conocimientos técnicos para producir un documento complejo, desde esa perspectiva, de la diversión?

Evidentemente, algo está muy podrido no en Dinamarca, como en Hamlet, sino en las escuelas mexicanas. Y lo que está podrido allí, lo está en todos lados: estos niños no pueden ser más que víctimas de algo que los rebasa, que los incluye en un panorama de violencia espeluznante. Este video es un catálogo de agresiones: físicas, verbales, sicológicas… La complejidad de la violencia en un simple salón de clases es apabullante.

Pasado el tiempo, desde el 12 de junio en que ocurrió el caso, las consecuencias de lo que ocurrió en Hermosillo son la suspensión de docentes y el cambio de un director. Además, la familia de la niña abandonó Sonora. Un comunicado oficial escueto, encontrado en la misma búsqueda usando Google, explica que se está desarrollando un programa de estrategias preventivas. Jorge Luis Ibarra Mendívil, de la Secretaría de Educación y Cultura (SEC) estatal, admite en otra nota local: “…la complejidad de la vida social, de las formas de convivencia, está exigiendo de los maestros habilidades y capacidades que no son evidentes”. Otra noticia del 19 de agosto de 2013 vuelve a decir que la SEC se encuentra trabajando en un programa de prevención. Leer aún otra, rescatada en la misma búsqueda, da escalofríos; tiene fecha del 28 de octubre, de 2011, y dice: avanza programa contra bullying en Sonora... La violencia en las escuelas mexicanas quedó atrapada en el túnel del tiempo. El programa aludido para enfrentar el bullying, de Escuela por la Paz, no se encuentra en el portal de la SEC. Sí hay una liga, al programa Escuela Segura, que no explica nada pero que agradece a quienes vigilaron y cuidaron escuelas. La liga para el programa de Equidad de Género nomás no abre…

Si en lugar de desarrollar programas anti-bullying, que aparentemente no terminan de materializarse en Sonora, se practicara la filosofía educativa llamada Educación para la Paz, quizá no habría tanto desconcierto. Desde los estudios para la paz se reconoce que existen tres enfoques que podrían ser considerados. En primer lugar, el de mantener la paz; en segundo, el de hacer la paz; y el último, el de construir la paz. Las diferencias entre ellos son notables.

Mantener la paz implica impedir la violencia, incluso con el uso de la fuerza. En las escuelas esto podría significar mayor vigilancia, para detener una pelea a tiempo, por ejemplo. Todo indica que con esto se agota la imaginación de las autoridades, que en todo ven un problema de autoridad. Un segundo paso sería el de hacer la paz, que tiene por objeto la reconciliación de las partes de un conflicto. Para implementarlo, en las aulas se tendría que mejorar la comunicación y el diálogo entre los estudiantes, para que solucionaran sus dificultades mucho antes de llegar a la violencia. Este tipo de trabajo de persuasión y empatía tendría que ser permanente, en todos los grados. Finalmente, quedaría la estrategia de la construcción de la paz, que se basaría en crear en las mentes de los estudiantes el deseo de aprender y vivir bajo los principios de la no-violencia, con una visión positiva de la paz, que vaya más allá de la simple ausencia de conflicto.

Autoridades escolares y cabezas de familia tendrían que sentarse a contestar estas tres preguntas: ¿cómo controlamos los brotes de violencia?, ¿cómo sentamos a la reconciliación a quienes tienen conflicto? y ¿qué necesitamos enseñar para que las y los niños puedan disponer de mejores opciones que los actos violentos que nos aquejan por todos lados? Una postura así no necesitaría de un programa que no termina de llegar, diseñado por autoridades alejadas de las escuelas y de sus problemas; tan sólo, de la participación activa de quienes viven las escuelas todos los días: jóvenes, madres, padres y docentes. Quienes viven la violencia están en la mejor posición para construir la paz. Una paz positiva y duradera, y no sólo la ausencia de violencia.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero