Lo que sale de la boca

Eduardo Suárez Díaz Barriga

10/08/2014 - 12:02 am

Pedro tiene trece años. Está viendo la televisión, en su casa. “Eres un flojo, mejor haz la tarea o te quito tu domingo,” le dice su padre. Prefiere salir a la calle, a ver a sus amigos.

“Aquí viene ese maricón,” le grita un muchacho mayor, de unos quince años, miembro de una palomilla de otro vecindario. Pedro se aleja, sin decir nada. Observa el partido callejero de futbol desde una banqueta, atemorizado.

Al siguiente día, en la escuela, su maestro le pide las actividades que debió hacer la tarde anterior. “Ya lo sabía, Pedro, no me extraña: jamás llegarás a nada, eres un irresponsable. Por lo pronto, no te daré autorización para participar en el torneo,” le advierte. Un compañero, fuera de la vista del profesor, le hace una mueca de burla colocando sobre su frente las manos como si fueran orejas y dibuja con sus labios, para que el docente no pueda escucharlo, la palabra burro. Pedro se queda callado, con la cara roja por la ira.

Al salir de clase, un muchacho menor que él se atraviesa con descuido en su camino al baño. Sin saber bien por qué, lo avienta bruscamente. El chico se tropieza y golpea su cabeza contra el lavabo. Brota gran cantidad de sangre de la herida, se llama una ambulancia, se requieren puntos de sutura en la lesión.

Al día siguiente, la madre del herido se queja ante el director, quien desestima la gravedad del asunto y no atiende correctamente la petición: “Así juegan a veces los chavos, señora”. La madre resuelve entonces llamar a un programa de radio de denuncias públicas. Ante el giro en los sucesos, el director decide ahora tomar el toro por los cuernos y cesar temporalmente a la profesora de ambos estudiantes, como evidencia de su preocupación por el bullying. Ante esto, un grupo de docentes quiere hablar con su directivo para entender lo que ha ocurrido y cómo deben proceder, pero el administrador les pide no hacer olas, por el bien de la institución. Esto parece dejar todo en su lugar.

Si se pregunta a casi cualquier persona, dirá que hubo un acto violento: el empujón que terminó con una herida sangrante en la frente de un muchacho. Calificará entonces de problemático a Pedro, identificado como el claro responsable: un bully, y le parecerá natural que lo suspendan temporal o definitivamente, sin importar que esto viole su derecho a una buena educación.

Muy pocas personas podrán ver que la violencia es una larga y enredada cadena de actos e intenciones, que se parece más a una compleja telaraña que a una secuencia ordenada de hechos aislados, no todos evidentes ni visibles. Y sobre todo, casi nadie será capaz de identificar lo dicho como un acto violento. Como si a las palabras se las llevara el viento.

El lenguaje es la herramienta primordial en la configuración de la identidad de niñas y niños. Los diálogos que establecen muchachos y muchachas determinan lo que piensan de sí mismos, nos dice Elsa Piedad Cabrera Murcia, de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Y más a menudo de lo que podemos imaginar, los discursos familiares y escolares denigran o rechazan a los otros: los tratan como cosas. Y los chicos y chicas, habrá que recordar, son personas. Con derechos humanos reconocidos internacionalmente.

Por otro lado, el mismo lenguaje con que se practica la violencia puede ser usado para acercarse al dolor de las víctimas que, como ya podrá intuir el lector, incluyen no solo al muchacho golpeado sino también a Pedro. Hablar de la violencia, reconocerla y hacerla visible, es el primer paso para la recuperación de la dignidad perdida por las agresiones.

La violencia, según Myriam Jimeno, de la Universidad Nacional de Colombia, produce desconfianza en los otros y en uno mismo. El relato del acto agresivo puede exorcizar miedos, angustias y vergüenzas para posibilitar la seguridad y la entereza. Hablar de la violencia con conciencia plena cura a las víctimas y a los agresores, así de sencillo.

Sin embargo, hay una trampa que es necesario superar. Dialogar sobre la violencia desata polémicas al evidenciar contradicciones y ambigüedades en los principios con que se conduce una familia, una organización escolar, una comunidad o una sociedad. Por eso el director ficticio prefirió dejar el asunto por la paz. Al hablar públicamente de la agresión de Pedro sobre el chico empujado era inevitable, como al jalar una cadena, traer a colación la maraña de actos ofensivos en que participamos todos y todas de manera irreflexiva y cotidiana: el maltrato de padres hacia sus hijas, de profesoras sobre sus alumnos, de directivas a sus empleados...

Resulta entonces imprescindible darse cuenta de que en la escuela podemos practicar un decir injurioso y carente de empatía o podemos entablar diálogos que lleven a la paz y la concordia. Como dejaron en claro ya Mateo (15:18) y Sidarta Gautama (capítulo X, Dhammapada), lo que sale de la boca cuenta. Muchísimo. Y no tiene que ver con las ‘malas palabras’ sino con las violentas intenciones.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero