Enseñar a cuidar un hogar: aprendizaje democrático

Eduardo Suárez Díaz Barriga

31/08/2014 - 12:04 am

Pocas instituciones tan poco democráticas como la escuela. Pocos lugares donde se puede aprender tanto de la democracia como en la escuela. Una paradoja más, de las muchas encontradas en la educación.

En la escuela los estudiantes se enfrentan cotidianamente al aprendizaje de conceptos complejos, como democracia participativa y representativa, plebiscitos y consultas, legalidad y legitimidad…

Pero también aprenden lo que no se enseña pero se entiende sin ningún problema. Se llama currículo oculto, que es el verdadero instructor del estudiantado en cuestiones de ciudadanía. Cuando las estudiantes escuchan a su profesora hablar de democracia (“demoblablablá… legaliblablablá…”),  pero la ven actuar de forma autoritaria (“cállense ya… no, no puedes salir… porque lo digo yo, por eso…”), aprenden de inmediato: lo que importa no es lo que la profesora dice sino lo que hace; además, que es buena idea disfrazar las acciones con palabras abiertamente contradictorias.

El currículo oculto enseña que la democracia es un discurso ornamental, mientras que los planes y programas de estudio pretenden enseñarla como una forma de vivir para transformar esa realidad. ¿Qué puede hacer la escuela para que se aprenda una cultura democrática efectiva? Mucho.

Por ejemplo, podemos empezar a enseñar al estudiantado cómo ser mejores padres y madres, cómo tener y cuidar mejor de un hogar. Para la filósofa de la educación Nel Noddings, esto tiene particular importancia en la enseñanza de la democracia y la equidad.

Para ella, la escuela es una de las pocas instituciones que en verdad pueden mitigar las injusticias sociales. Sin embargo, puede estar fallando por la sencilla razón de iniciar su labor cuando las inequidades son irreversibles desde el punto de vista educativo.

A Noddings le preocupa que el ingreso a la escuela se da frecuentemente desde condiciones autoderrotantes. Si una familia vive en armonía y tiene un hogar digno, si la madre y el padre recibieron una educación adecuada, si dispone de libros, computadora, televisión, una mesa para estudiar, entonces podrá preparar adecuadamente a sus hijos e hijas ir a la escuela. Este periodo, en que niños y niñas viven en el hogar, resulta determinante para su éxito escolar. Una familia que vive con violencia, sin la formación escolar mínima, con medios limitados, tendrá muchas dificultades. La desventaja será casi definitiva y será acumulativa. Crecerá conforme se avance de grado.

Resulta indispensable reconocer que la escuela no es independiente del hogar. Para decirlo de forma muy clara: algunos niños y niñas parten a la escuela desde hogares que no facilitan la formación o, en algunos casos, que la obstaculizan seriamente.

Es poco lo que se puede hacer con las habilidades de quienes ya son padres y madres deficientes. Pero sí podemos enseñar al estudiantado cómo tener y cuidar mejor de los hogares que desean en el futuro. Esto sería una práctica de gran impacto en la reducción de una gran injusticia social. Y lo que es más importante, involucraría equitativamente a chavas y chavos en esta labor vital, sin distinción machista de tareas. Democracia profunda.

Se puede llevar a cabo de una forma que no interfiera con las libertades, costumbres y creencias individuales, con conocimientos y habilidades incluidos en las asignaturas que ya aparecen en los planes de estudio. Por ejemplo, en literatura se podría dedicar un tiempo a enseñar el arte de leer buenas historias a los niños pequeños, para promover su curiosidad y pensamiento; en biología o química se podrían revisar conceptos relacionados con la nutrición y la obesidad infantil, todo sin modificar sustancialmente los objetivos ya establecidos en los programas. Son muchas las posibilidades.

El enredo aparentemente insalvable en que se encuentra la enseñanza de la democracia en la escuela, con su escandalosa contradicción entre los planes de estudio y el currículo oculto, entre los contenidos liberadores y su realidad autoritaria, puede resolverse.

La enseñanza de la democracia debe dejar de ser una vacilada. En su lugar, la escuela haría bien en involucrarse activamente con sus estudiantes en prácticas profundas y significativas, como la transformación democrática de los futuros hogares. No sería justicia divina… pero sí social.

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero