—Ya terminamos de contar, profa. Somos treinta y ocho personas, incluyéndola a usted.
—¿Y cuál es el resultado de la votación?, ¿qué hemos decidido?, ¿vamos a hacer tareas o no?
—Treinta y tres votos son para ‘NO TAREAS’. Cinco votos son para ‘SÍ TAREAS’. Por gran mayoría, la decisión es que las tareas deben eliminarse.
Imagina que el diálogo anterior ocurre en algún grado de una escuela secundaria mexicana. La capacidad para idear mundos posibles es una habilidad esencial en la construcción de la paz. Si no podemos crear con la mente lo que queremos, no puede haber esperanza y la educación no puede tener sentido. La convivencia armónica jamás será posible. Es necesario un optimismo informado.
La clase imaginada trata de temas de ciencias sociales y la palabra democracia ha surgido de manera natural durante la discusión. Para ejemplificar lo que explicaba, la profesora había sugerido tomar alguna decisión de forma democrática, mediante una votación. El grupo estuvo de acuerdo. Entonces ella solicitó propuestas para ser sometidas a un proceso de decisión pública y transparente.
Fue entonces cuando la situación tomó un giro inesperado. Martín, un chavo achispado e inquieto, muy aficionado al futbol, propuso poner a votación el encargo de tareas.
De entrada, la maestra no supo qué responder. Sin embargo, como estaba convencida de que un modo de vida democrático era indispensable para poder vivir en paz y sin violencia, respiró hondo y decidió ser coherente con lo que enseñaba y creía. Si la democracia era un valor importante, tendría necesariamente aplicación en una situación espinosa como la que tenía enfrente.
—Muy bien, Martín. Parece que la democracia ha hablado. Por mayoría de votos, no más tareas, ¿cierto?
Las caras de las chavas, que eran mayoría, y las de los chavos mostraron asombro. Había algo increíble en ese triunfo. La profesora les habló entonces de la participación en una democracia. También, de que no era suficiente. Hacía falta mucho más.
—Ahora voy a proponer otra votación. ¿Qué les parece si decidimos para qué deben ser las canchas del patio? Tenemos una de fut y dos de voli.
Entonces la maestra escribió los encabezados de otras dos columnas en el pizarrón: ‘FUTBOL’ y ‘VOLIBOL’. Luego pidió a chavos y chavas que emitieran sus votos. La cuenta fue contundente. Había ganado el voli, deporte preferido por las chicas, por mucho.
—Muy bien, la mayoría ha hablado otra vez. Ahora todos firmemos una carta donde solicitemos a la dirección que en lugar de una cancha de fut queremos tres más de voli.
Martín no podía creerlo. Permanecía mudo, pensando. Fue Pedro, su mejor amigo y compañero en la selección de futbol de la escuela, quien habló y rompió el zumbido de cuchicheos.
—¡Eso no sería justo! ¿Solo porque hay más mujeres debemos quedarnos sin futbol?
La profesora le pide entonces que razone en público, que exponga sus objeciones con respeto y orden; al resto del grupo, que lo escuche con mente abierta. Al terminar Pedro su exposición, ella pudo explicar que la democracia es mucho más que votos; que hay una enorme diferencia entre la participación a secas y la participación deliberativa, crítica. Después inició una discusión acerca de la necesidad de reflexionar primero en las propuestas, para debatirlas abiertamente, de modo que fuera posible escoger las mejores. Terminó con una explicación de los valores involucrados, como la tolerancia, el respeto, el aprecio por la diversidad y los derechos de las minorías.
El caso ficticio anterior surgió de la lectura de un texto del filósofo de la educación y la democracia, John Dewey. En él, el pensador norteamericano hace énfasis en la necesidad de que las y los docentes promuevan no solo la participación sino también el pensamiento crítico y la capacidad de comunicación del estudiantado para hacer realidad un modo de vida verdaderamente democrático.
¿Cuál es el problema con esto, que parece tan simple? Que diseñar situaciones para el aprendizaje de una democracia crítica no es nada fácil. Muy pocos profesores y profesoras están preparados para hacerlo. El clima general de la escuela es autoritario. En las familias reina campante la imposición machista. Y nuestra muy cacareada democracia… está muy lejos de serlo. ¿Podemos realmente enseñar valores democráticos sin vivirlos en nuestras vidas personales, familiares y escolares?
Para terminar los debates, la profesora vuelve a preguntar:
—¿Debemos entonces eliminar las tareas?
Martín levanta la mano y cambia la pregunta:
—¿Debemos eliminar las tareas idiotas y aburridas?
Treinta y ocho manos se levantan al mismo tiempo, entre risas. El timbre anuncia el telón final.
Ya en plan absolutamente realista: algo así me encantaría poder ver en algún salón y en cualquier escuela, antes de que la violencia sea norma absoluta. Antes de que cualquier optimismo sea una lacerante imposibilidad.




