La tragedia en Sonora: monos que se dicen sapiens

Eduardo Suárez Díaz Barriga

21/09/2014 - 12:02 am

El aprendizaje ocurre todo el tiempo y en todos lados, no es exclusivo de la educación escolar. Y lo que se aprende no necesariamente es bueno.

Por ejemplo, en el edificio donde vivo siempre tenemos problemas. Todos los inquilinos cuidan bien de sus propios departamentos, que siempre están limpios y bien mantenidos, pero la historia de la propiedad compartida es mucho muy diferente: es un desastre.

En los pasillos, los números de identificación de pisos y viviendas han sido arrancados, quizá como trofeos vandálicos; las escaleras son blanco de los ladrones de focos, convirtiéndose durante las noches en trampas mortales; la piscina comunal está siempre llena de visitas, quienes dejan basura y son imposibles de amonestar; las cuotas de mantenimiento no se pagan a tiempo… en fin. Parece como si todos quisieran reventar lo que nos da nombre, el condominio. Ser condómino quiere decir ser co-dueño, pero termina significando que nadie actúa como propietario responsable sino como corsario expoliador. Al ataque, mis valientes, que no quede nada ya que esto es de todos nosotros.

El problema no acaba allí. Después de esta tremenda irresponsabilidad, en las juntas de propietarios las quejas por la pésima condición de las áreas comunes son lo más importante de la reunión. Es insólito. Se trata de las mismas personas, las beneficiarias de los departamentos y de las áreas compartidas. Esquizofrenia urbana. ¿Cómo es que aprendimos esto?

Siempre me ha parecido que esta situación explica en parte nuestra tendencia a la violencia. Y no por estupidez, como pudiera pensarse, sino por el aprendizaje de una racionalidad de interés limitado, miope e individualista.

Pensemos ahora en unos ganaderos. Para alimentar a sus animales, cuentan tanto con terrenos particulares como con una gran y fértil extensión de pastizales que es propiedad comunitaria. Todos la tratarán de usar tanto como puedan, hasta que se la acaben. Luego, llevarán a su ganado a sus tierras particulares, las que sí cuidarán. Es la misma historia de orates que la del condominio.

Es claro que a ninguno de los propietarios le conviene perder la posibilidad de apacentar a su ganado en las tierras compartidas. Sin embargo, su racionalidad centrada en el beneficio personal hace que cometan una locura: gano ahorita yo, aunque todos pierdan para siempre.

Si les preguntamos, nos dirán que si no lo hacen los otros copropietarios tomarán ventaja de lo que ellos no aprovecharon. Si se quedan atrás, quedarán como tontos que no saben competir. Aprendizaje absurdo: lanza el bumerang y luego muéstrate sorprendido de que te parta la cabeza por detrás.

Esta situación tiene nombre. Se llama la tragedia de los comunes. Se explicó ya en un artículo escrito por Garret Hardin en la revista científica Nature, en 1968. Y se aplica a otras situaciones igual de disparatadas, todas ellas producto del ejercicio de un aprendizaje miope. Por ejemplo, al deterioro del medio ambiente, como está ocurriendo en Sonora.

Los propietarios de compañías mineras y otras empresas tienen a los ríos como propiedades compartidas con el resto de la población. Y en lugar de cuidar estos recursos importantísimos, los usan como si fuesen basureros ilimitados. Sin importarles que se vuelvan mortalmente tóxicos, lo que está sucediendo ya.

Si le preguntamos a cualquiera de estos propietarios dirán lo mismo que los ganaderos: ni modo que deje pasar una excelente oportunidad de tomar ventaja competitiva; no seré el tarugo que invierta en costosos sistemas de manejo de residuos que garanticen la calidad del agua a futuro si mi competidor usa el río como excusado ahorita. Y esto ocurrirá hasta que las aguas se conviertan en eso: un enorme inodoro del tamaño del planeta, lo que nos perjudicará a todos. Locura total, producto de una racionalidad individual, cortoplacista, inmediata.

No se trata de la privatización de todo lo comunitario, como se podría argumentar. Ya vimos los resultados de esa lógica: unos pocos se llevan enormes beneficios con lo que fue de todos. De lo que se trata es de aprender, en todos lados y no solo en la escuela, una racionalidad más amplia, regulada por el acuerdo y el beneficio mutuos, que vea más allá de hoy, de lo mío, de mi ventaja chiquitita sobre mi vecino y competidor.

Y debe ocurrir antes de que nos encontremos viviendo en una letrina planetaria que, ésa sí, será comunitaria: mierda a raudales para todos y todas. Y cuando esto suceda, la violencia producto del combate por la poca tierra fértil o agua limpia que queden será implacable. Como ya ocurre en muchos lugares del mundo. Como puede ocurrir en cualquier momento en Sonora.

Si queremos vivir en paz, tendremos que enseñar y aprender a estar en armonía con el planeta. Aprender a ser verdaderamente inteligentes, a lograr beneficios grandes y duraderos. A manejar nuestros conflictos de intereses de forma menos demencial. ¿Será posible todavía, aspirar a ser sapiens? Quizá algún día…

Eduardo Suárez Díaz Barriga

Eduardo Suárez Díaz Barriga es biólogo y profesor universitario. Tiene maestrías en administración de instituciones educativas y en tecnología educativa. Además de la docencia y la investigación, se ha desempeñado en puestos administrativos en instituciones educativas públicas. Le gusta la comida, el mezcal, la música y el cine. Se la pasa muy bien con su familia.

Lo dice el reportero