
Podemos juntar unas palabras
entre los parpadeos
de la madrugada,
cuando el viento frío
nos dice que amanece.
Encender con ellas,
con sus vocales y
consonantes,
la hoguera de un canto,
el primero del día.
¿Cómo lograr que perdure
al menos una o dos horas,
y nos permita cuidar su inspiración
para recordar de donde provenimos?
Los criminales se han apropiado
del orden de las horas;
disfrazados de quién sabe qué,
toman la palabra y la estrujan.
Ignoran el verbo,
desconocen su conjugación
no lo pueden pronunciar.
En el terreno baldío
de sus propósitos
eligen la infalible fórmula
de la fatalidad: el miedo
y la ignorancia.
Desde los estertores del insulto,
cómodos se aprecian;
personeros de las groserías
asientan en ellas su autoridad
herida de muerte desde el origen.
Incapaces de saciarse
expanden el dolor por doquier:
el arma sobre la mesa
la ruleta rusa de la política.
El río crece y crece,
se escucha ya su torrente,
no lo perciben,
se creen inmortales.
A lo lejos brillan las antorchas
de quienes han decidido levantarse
Caminan sobre esa agua exaltada,
como un milagro
se aproximan al despertar.








