Este mes, una panda gigante llamada Xin Xin cumplió 35 años. Me llamó la atención que en los medios y redes sociales la celebran como una "estrella" del Zoológico de Chapultepec. Dicen que es un símbolo de la diplomacia entre México y China, un milagro de longevidad, una joya genética. Pero detrás de los reflectores y los pasteles de frutas, Xin Xin representa algo mucho más incómodo: el fracaso de nuestra sociedad para reconocer la individualidad y el sufrimiento de los animales no humanos.
Xin Xin ha pasado toda su vida en cautiverio. Nació en una jaula y en una jaula ha envejecido. Nunca ha trepado una montaña boscosa como las que existen en Sichuan, su hábitat ancestral. Nunca ha tenido la libertad de elegir su propio camino, de escapar del ojo humano, de existir por sí misma sin ser reducida a una atracción de domingo.
La historia de Xin Xin no es inspiradora: es trágica. Porque no es diferente a las personas humanas en lo esencial. Tiene intereses, emociones, vínculos. Tiene memoria, tiene deseos, sin embargo, todo eso ha sido ignorado porque no pertenece a nuestra especie.

Una historia escrita sin su consentimiento
Los medios cuentan que Xin Xin es la última panda "mexicana". Se convierte así en emblema nacional, en "la panda de México". Pero ¿quién le preguntó a Xin Xin si quería ser un emblema? ¿Quién le preguntó si quería vivir encerrada para ser vista por millones? ¿Qué significa que una vida sea apropiada y convertida en símbolo sin su consentimiento?
Longevidad no es libertad
Cumplir 35 años en cautiverio no es motivo de orgullo. Es una condena larga. Si una mujer pasara 35 años sin salir de una habitación, bajo observación constante, sin poder decidir con quién convivir ni a dónde ir, hablaríamos de tortura. Con los animales no humanos, lo llamamos conservación.
Y sí, hay crisis de biodiversidad, y sí, las especies están en peligro. Pero si la respuesta es encerrar individuos para salvar etiquetas taxonómicas, entonces nos hemos perdido por completo. No se salva una especie matando la libertad de cada uno de sus miembros.

México y su deuda con los animales cautivos
La historia de Xin Xin también nos obliga a mirar hacia los zoológicos mexicanos. Chapultepec, como muchos otros, es una institución anticuada que reproduce el encierro como espectáculo educativo. ¿Qué aprenden las infancias al ver a un animal detrás de barrotes? Que es normal dominar. Que está bien decidir sobre la vida de los demás. Que lo salvaje debe ser domesticado para ser comprendido.
Xin Xin merece otra historia
Xin Xin no es un símbolo de éxito. Es un recordatorio de todo lo que aún no hemos cuestionado. No está viva gracias a la humanidad. Está viva a pesar de la humanidad. Y aunque la celebran con flores y pasteles congelados, su verdadera celebración ocurriría el día que podamos decir que ningún otro animal volverá a pasar por lo que ella vivió.
Ese día, quizá, podamos escribir una historia distinta. Una donde la vida de una panda no se tenga que medir en años, ni en rareza genética, ni en diplomacia internacional, sino en libertad.




