Suiza y Canadá, dos naciones históricamente aliadas de Washington, ahora resienten los efectos de la política de aranceles de Trump que amenaza con redefinir el equilibrio comercial global.
Ciudad de México, 8 de noviembre (SinEmbargo).- La guerra comercial impulsada por Donald Trump ha comenzado a dejar estragos en distintos países: en Suiza, los productores de leche enfrentan una crisis sin precedentes por los aranceles del 39 por ciento impuestos a sus exportaciones de queso y derivados; mientras que en Canadá, el traslado de la producción automotriz de Stellantis a Estados Unidos ha detonado una tormenta política y la pérdida de miles de empleos.
Las políticas arancelarias de Trump, basadas en su doctrina de “Estados Unidos primero”, buscan reducir el déficit comercial estadounidense mediante la imposición de gravámenes punitivos a países considerados competidores desleales o con excedentes en su balanza comercial.
El republicano justificó esas medidas bajo el argumento de que los déficits anuales de bienes “representan una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional”. Sin embargo, sus efectos han generado tensiones diplomáticas, distorsiones en las cadenas de suministro y un creciente malestar entre los principales socios económicos de Estados Unidos.
La industria láctea de Suiza está siendo duramente golpeada por los aranceles impuestos por el Gobierno de Estados Unidos, encabezado por el republicano Donald Trump y su guerra comercial, que desde el pasado mes de agosto anunció que ese gravamen ascendería a 39 por ciento, una de las más altas de Europa, para el país alpino, en donde uno productos que más exporta son los derivados de la leche.
Ante este incremento al arancel punitivo, al que se suman “otros gravámenes y la fuerte depreciación del dólar estadounidense”, lo que resulta en un arancel efectivo superior al 50 por ciento para Suiza, según estimaciones de The New York Times, los productores de leche tomaron medidas para aminorar el impacto de esas tarifas, como el sacrificio anticipado de vacas y la disminución del alimento al resto para que produzcan menos leche.
De acuerdo con datos de la organización IP Lait, en Suiza existen 20 mil granjas lecheras, las cuales producen el 90 por ciento de la leche nacional, con la que se producen diferentes tipos de queso y su famoso chocolate, productos que son exportados, en primer lugar a Europa y en segundo lugar a Estados Unidos, ya que a éste país, Suiza manda el 13 por ciento de sus quesos.
Datos recogidos por The New York Times señalan que la mitad de ese 13 por ciento de quesos que la Unión Americana importa es queso Gruyere, mismo que se elabora con leche alpina para garantizar su calidad. Además de queso Emmentaler, queso Tilsiter y queso Appenzeller, los cuales son adquiridos por cadenas comerciales como Costco, Sam's Club, y Murray's Cheese en Nueva York, Estados Unidos.
De acuerdo con información publicada por la Oficina Federal de Aduanas y Seguridad Fronteriza de Suiza, durante el 2024, la industria quesera exportó a Estados Unidos el 11 por ciento de su producción. Asimismo detalló que el 40 por ciento de la producción de queso Gruyere es exportada, de la cual un tercio se destina al mercado estadounidense.
Sin embargo, tras la imposición del gravamen por parte de Trump, la industria exhortó a los productores de queso Gruyere a reducir 5 por ciento su producción. Por ejemplo, el 10 por ciento de queso Gruyere en Suiza es producido por la empresa Margot Fromages del que exporta cuatro mil 500 toneladas a Estados Unidos, que ahora está en peligro de quedarse en las enormes bodegas, en donde reposan alrededor de 36 mil ruedas de este alimento.
Además, la organización IP Lait instó a la industria láctea a reducir su producción anual a 50 mil toneladas, para las que se requieren 25 mil vacas. Mientras que otras tendrían que ser sacrificadas antes de la temporada habitual.
Sin embargo, la industria Suiza busca la mejor manera de gestionar el excedente de leche. Los productores manejan la posibilidad de elaborar mozzarella en lugar de importarla desde Italia, aumentar la producción de yogur y lanzar campañas publicitarias que animen a la población más lácteos. Por su parte, algunos ganaderos sugieren reducir la cantidad de alimento que se le da la vacas para que éstas no produzcan tanta leche.
Los aranceles impuestos por Trump a Suiza han provocado que el gobierno busque nuevos acuerdos comerciales con otros países de la América Latina, India y China.
El pasado mes de agosto, el Presidente Donald Trump impuso a Suiza un arancel del 39 por ciento a varios de sus productos, uno de los más altos de Europa, bajo el argumento de que “los grandes y persistentes déficits anuales del comercio de bienes de Estados Unidos constituyen una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la economía de Estados Unidos”, según señaló en una orden ejecutiva.

En Canadá, los aranceles también han sacudido la vida de las personas.
La decisión de la empresa automotriz Stellantis de trasladar su producción de Canadá a Estados Unidos ha generado una tormenta política en Canadá. Funcionarios y sindicatos responsabilizan directamente a Donald Trump y a su política comercial proteccionista, que impuso un arancel del 25 por ciento a los automóviles canadienses y desató una ola de incertidumbre en la industria manufacturera del país.
La planta de Stellantis en Brampton, que durante más de seis décadas fue uno de los motores industriales de Ontario, suspendió operaciones en diciembre de 2023 y despidió a cerca de 3 mil trabajadores. Aunque la empresa había prometido modernizar las instalaciones y reabrirlas, hasta ahora no ha dado señales concretas de hacerlo. En cambio, anunció una inversión de 13 mil millones de dólares para ampliar su producción en territorio estadounidense.
El impacto de las políticas comerciales de Trump se ha extendido más allá de las fronteras estadounidenses. Desde la imposición de los aranceles, las automotrices han comenzado a reevaluar sus operaciones en Canadá, un país que depende en gran medida del acceso preferencial al mercado vecino para sostener su sector industrial.
El caso de Brampton se ha convertido en símbolo de la vulnerabilidad de Canadá frente a las decisiones económicas de su vecino. La guerra comercial impulsada durante la administración Trump ha desmantelado parte de la estructura productiva construida durante décadas bajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), reemplazado por el T-MEC.
Para el gobierno canadiense, la salida de Stellantis representa no solo una pérdida económica sino también una afrenta política. El Ejecutivo federal respondió restringiendo el número de vehículos fabricados fuera del país por la empresa que podrán importarse libres de impuestos a Canadá.
En Ottawa, legisladores han pedido revisar los mecanismos del T-MEC para proteger los empleos canadienses frente a políticas proteccionistas estadounidenses. “Canadá ha invertido miles de millones de dólares en esta industria y en Stellantis, y la respuesta que recibimos es un traslado de empleos al otro lado de la frontera”, reprochó un funcionario del Ministerio de Industria.
La situación también ha generado fricciones dentro del país. El gobierno de Ontario destinó importantes subsidios a la modernización de la planta, y su cierre ha puesto en entredicho la efectividad de esas inversiones.
La planta de Brampton, construida en 1986 y símbolo del poderío industrial canadiense, está hoy vacía. Y aunque Stellantis ha prometido que podría destinarla a un nuevo modelo, la falta de certidumbre alimenta la sensación de que Canadá está perdiendo terreno en una guerra económica que no inició, pero que podría redefinir su futuro industrial y político.




