
Ciudad de México, 12 febrero (SinEmbargo).- Pocas series tan inteligentes, divertidas y a la vez valiosas que The Big C (El gran cáncer), protagonizada magistralmente por la veterana actriz Laura Linney, quien en la piel de Cathy Jamison, una mujer de la mediana edad a la que se le acaba de diagnosticar melanoma terminal en fase IV, comienza a timonear su vida sin decirle a su familia que está enferma.
No se trata de una de esas comedias “con mensaje” que despiden optimismo por los cuatro costados. Al contrario, Cathy es en los primeros capítulos de la serie un claro ejemplo de lo absurdo que puede resultar un ser humano cuando se entera de que su propia muerte está cerca.
Pero así, entre prueba y error, se va desarrollando una historia conmovedora de una mujer que comienza a decidir por sí misma cómo va a ser el resto de vida que le queda.
“Cathy es una mujer que no sabe muy bien quién es. Tiene la oportunidad de descubrirlo y decide tomarla… Se siente liberada, lo cual es curioso considerando que está muriendo”, dijo Linney en 2010, cuando se presentó la serie.
El 22 de enero de 2012, HBO LA estrenó segunda temporada de The Big C, que muestra a Cathy buscando un tratamiento en estado de pruebas que pueda salvarle la vida después de que la quimioterapia no funcionara. A estas alturas, su familia ya conoce su padecer y trata de adaptarse a la situación.
Cathy regresa a la escuela como profesora de natación al mismo tiempo que acepta ayudar y traer a vivir a su casa a un estudiante. Su esposo Paul (Oliver Platt) pierde su trabajo y con ello, el seguro médico. Su mejor amiga espera un bebé con su mentalmente inestable hermano Sean (John B. Hickey) y su mimado hijo Adam (Gabriel Basso) comienza a descubrir la sexualidad.
La tercera temporada lleva al siguiente nivel el egocentrismo de la protagonista y desdibuja la magia que habían ejercido los personajes secundarios como Andrea, especie de hija adoptiva de los Jamison, rol a cargo de la siempre eficaz Gabourey Sidibe y Sean, el extravagante hermano de Cathy, personificado por el talentoso John Benjamin Hickey.
Sin dejar de mencionar, por supuesto, a ese portento interpretativo de Oliver Platt, que como esposo de la Linney vuelve a deslumbrar con una actuación llena de matices, como es su costumbre.
Despareja, arbitraria, con un personaje central que tiene todas las cámaras encima y cuya volubilidad es el termómetro que enciende y apaga según qué episodio, la serie tuvo algunas celebridades invitadas de gran peso, como Susan Sarandon y Cynthia Nixon.
La tercera temporada marcó el declive de una historia que se vuelve neurótica y absurda como la Cathy Jamison que da sustancia a la serie y, definitivamente, abrió las puertas para que esta cuarta entrega, estrenada el 24 de enero pasado en HBO, sea al fin la última, un hecho que aliviará sin dudas a los seguidores.
UNA SERIE DE COMEDIA SE VUELVE DRAMÁTICA
En la última temporada de The Big C, creada por Darlene Hunt, muestra cómo la familia Jamison acepta la realidad y la gravedad del melanoma de Cahty en su cuarta etapa .
El final de la serie conduce los últimos tres años de Cathy Jamison hacia una conclusión con la ayuda de su disparatada analista, interpretada por la actriz invitada Kathy Najimy.

Vistos los primeros episodios de la última temporada, mentiríamos si no admitiéramos el alivio que nos provoca saber que al fin ya no tendremos que lidiar como espectadores con los despropósitos de un persona que se vuelve por momentos demencial.
Sin embargo, se hará difícil para los fans de la serie soportar la egolatría de una mujer que tortura a su amado hijo adolescente al confesarle la decisión de dejar la quimioterapia, llevándoselo a un garaje donde tiene guardados todos los regalos que habrá de recibir en cada cumpleaños cuando ella ya esté muerta.
La serie que antes era ingeniosa y divertida se ha vuelto dramática y morbosa por la fuerza indómita de una paciente de cáncer que junto con las células enfermas adquirió un grado de locura bestial, inhumano, que hace sufrir doblemente a quienes la rodean.
Como cuando obliga a su marido a anotarse en un sitio de citas, decidida a que su sufriente compañero de vida se vuelva a casar cuando ella ya no esté.
A estas alturas, uno desea que la serie termine ya, que Cathy muera de una vez por todas y que el cáncer, si nos toca a nosotros o algún ser querido, nos agarre con un grado considerable de cordura que nos permita vivir con algo de dignidad la enfermedad.
La vida es tal vez menos sofisticada que la que le ha tocado en suerte a Cathy Jamison, pero en la realidad no televisiva los enfermos tampoco son tan crueles. Afortunadamente.




