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Susan Crowley

15/07/2023 - 12:04 am

El Museo dio en el clavo

Las medidas de coerción limitan al visitante que deja de sentirse en un espacio amigable para convertirse en un ente observado.

¿Qué es más importante, preservar el arte o luchar por la vida? Es lo que se preguntaron los activistas de Just Stop Oil al atentar contra conocidas obras maestras como protesta en contra del cambio climático. Los Girasoles de Van Gogh, un cuadro de Monet, una lata Campbell de Warhol. La más escandalosa de todas, Muerte y vida de Gustav Klimt bañada de petróleo en una de las salas del Museo Leopold de Viena. La denuncia es clara, ¿cómo preocuparse más por una pieza en un museo que por la protección del planeta y las personas? “Conocemos el problema desde hace cincuenta años, debemos actuar de una vez, de lo contrario el planeta se destruirá. Detengan la destrucción de los combustibles fósiles. Nos dirigimos hacia un infierno climático”, proclaman las voces de jóvenes que no solo agreden las piezas, además se pegan a ellas dificultando ser desalojados. El escándalo perfecto. Las consecuencias, mínimas, si acaso pequeños daños en los marcos. Los activistas se han asegurado de utilizar obras protegidas con cristales en su mayoría o las han bañado con sopa de tomate. Al considerar las acciones llevadas a cabo en 2022, los museos comenzaron a discutir sobre la crisis del Antropoceno, como ha sido llamada la era en la que el humano ha logrado alterar por completo y de una forma abusiva e inconsciente el orden natural del planeta. La pregunta obligada, ¿son los museos el sitio indicado para denunciar los daños infringidos a nuestro hábitat por empresas gigantes?

¿Por qué visitamos un museo? Existen varias razones. Una es porque nos conmueve profundamente el arte; otra es porque queremos ser más cultos, saber más; y otra, y cada vez más común, es por legitimar “estuve ahí” en las redes sociales. Todas son válidas. Parten de que el museo es idealmente un espacio de libertad donde las diferencias políticas, sociales y culturales se desvanecen para mostrar lo que realmente somos. Los museos resguardan el sentido último de los seres humanos: sus temores, sus límites, sus añoranzas, pero también su alegría, sus logros y sus sueños. En cada sala de un museo encontramos un motivo para volver a creer. Más allá de la religión, o de la política, el arte defiende las verdaderas razones de la existencia. Habla de la integridad, de lo que somos y de quiénes somos.

El artista es un rebelde natural, un subversivo cuya materia, no importa la época, habla de la dignidad y del pensamiento con total libertad. Es el responsable de interpretar y representar la realidad de una colectividad que se vuelve universal. Incluso, cuando nos topamos con un arte hecho en condiciones de represión política o de esclavitud, es la expresión auténtica, la honesta manifestación del sentir que en conjunto es lo que llamamos verdad. El tiempo pasa, los datos varían, la historia la escriben los vencedores relativizando los acontecimientos y confiriéndoles nuevas y diversas lecturas. Sin embargo, lo que un artista pensó en la intimidad, desde el yo de la individualidad, exhibido en un museo, se convierte en la representación del ideal colectivo, en suma, la razón de ser, esencia que va más allá de lo temporal.

Por eso el arte también es fragilidad, no solo en su estructura, que debe resistir los embates del tiempo. Es, sobre todo una idea que, al rebasar el tiempo y permanecer para ser contemplada, debe ser cuidada y resguardada de cualquier peligro. Todo esto es lo que precisamente la vuelve blanco perfecto para las protestas.

Y, por ende, las nuevas normas se han vuelto excesivas. Un sistema de seguridad con guardias cuya actitud atemoriza al espectador que termina por sentirse acosado durante su visita. Accesos repletos de máquinas con revisiones exhaustivas a los bolsos, prohibición de mochilas de cualquier tamaño. Cada custodio debe estar atento a una actitud sospechosa. Son hasta ahora las medidas que han acordado los directores de los museos. A esto debemos agregar una discusión en los foros de especialista. Debido al aumento de los costos para asegurar las obras, se está exigiendo a los gobiernos elevar la pena en contra de los activistas, no solo con la reparación de la obra si no también con cárcel.

La idea es complicar cualquier intento de acción de un posible activista. Pero las consecuencias están a la vista. Las medidas de coerción limitan al visitante que deja de sentirse en un espacio amigable para convertirse en un ente observado. Incluso, el poder conversar delante de una obra, es un signo de alarma que seguramente llamará la atención del custodio. Últimamente la visita a un museo está resultando incómoda y complicada. Lo triste del asunto es que no mejoran los rangos de seguridad para las obras. Si alguien quiere atentar contra una de las piezas, va a encontrar la forma; entre más obstáculos se le coloquen más emocionante será el reto. Los mismos directores se dan cuenta de que están traicionando la naturaleza de un museo que fue creado como espacio libre y para la expresión. Hoy parecen apelar más a su rapaz ambición de acumular objetos valiosos. Ser los mejores, los que más obras de arte importantes tengan en su acervo. La indiferencia ante los asuntos trascendentes los convierte en moles aisladas, anacrónicas con respecto a la realidad del mundo.

Por eso lo que acaba de ocurrir en el museo Leopold de Viena es de llamar la atención. Se trata de una respuesta al atentado que sufrió Muerte y vida de Klimt. Una propuesta reconciliatoria, adelantada a cualquier activismo que pueda acontecer y cuya pretensión de vandalizar ponga en riesgo más obras. No sé si estarán de acuerdo conmigo, pero uno de los más molestos e irritantes descuidos, es un cuadro mal colgado o chueco. Dan ganas de ir a enderezarlo. Esa sensación de incomodidad fue aprovechada por los directivos del museo para resaltar algo mucho más grave y perturbador: el calentamiento global. Un fenómeno que causa sequías, inundaciones, derretimientos.

Al iniciar la visita en la primera sala de la exposición Viena1900, Nacimiento del Modernismo, una de las obras está inclinada. Desconcertado, el visitante la observa con más detenimiento. En la pared siguiente hay otra aún más chueca. Esta vez la pared muestra un 1.5 c grafitado. Esto desconcierta aún más. En la siguiente sala otro cuadro está colgado de forma oblicua. Se trata del bellísimo paisaje del lago Atteree. Klimt lo inmortalizó después de pasar muchos veranos ahí. La inclinación es de dos grados, mismos que, si se tratara de temperatura el lago sufriría la reducción del oxígeno en el agua provocando un colapso ecológico por la generación de algas que, a su vez, causarán que el agua baje de nivel. Si esto ocurre el cuadro será el único testimonio que revele que el agua alguna vez fue azul y brillante. El otro cuadro mal colgado de la sala es de Egon Schiele, Casas junto al mar. En él se observa una ciudad justo al borde del mar. Si los niveles del agua aumentan debido a los descongelamientos de los glaciares, no es difícil imaginar lo que ocurriría con este maravilloso paisaje. Unos cuantos grados, casi sin notarse, pero lo suficiente para acabar con nuestro planeta. Este despliegue parecería decirnos que la es culpa nuestra, como si pusiéramos mal el clavo con toda intención de que el cuadro quede inclinado.

Ya en 2019 el Museo del Prado llevó a cabo una campaña sobre el asunto, ¿qué pasaría en el planeta si la temperatura aumenta 1.5 c? Felipe IV a caballo de Velázquez, Los niños en la playa de Joaquín Sorolla, El quitasol de Goya, sirven para alertar sobre el aumento del nivel del mar. La desaparición de ríos y cultivos por la sequía extrema producirá la extinción de las especies.

Revivir a los vetustos edificios plagados de obras colgadas en las paredes, que en su mayoría pasan inadvertidas, genera una reacción contraria a querer agredirlos, los llena de vida y de acciones que superan por mucho y son más ingeniosas que las llevada a cabo por los activistas echando salsa catsup o petróleo sobre una obra, lo que termina siendo molesto e incongruente con la creación humana, y solo sirve para llamar la atención pero no genera empatía. Sacudir las consciencias, impactar en cada uno de nosotros, usar el museo como medio ha resultado una gran idea.

El video del museo de El Prado se puede ver en la siguiente liga:

https://www.museodelprado.es/actualidad/noticia/el-museo-del-prado-pone-el-arte-y-sus-valores-al/3455d20a-bf26-baf9-22f6-b8d382a06171

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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