Los peces también son animales, no recursos naturales

14/12/2025 - 6:31 am

Durante mucho tiempo nos han enseñado a ver a los peces como “recursos naturales”, como si fueran minerales, petróleo o madera. Algo que se extrae, se contabiliza y se explota. No como individuos, sino como volúmenes. Toneladas. Biomasa. Cifras.

Esta visión utilitaria ha justificado que sus vidas queden fuera del marco de protección legal, moral y política que sí empieza a reconocerse para otros animales. Y sin embargo, la ciencia es clara: los peces son vertebrados, tienen un sistema nervioso central, sienten dolor, experimentan miedo, aprenden, cooperan, recuerdan y buscan evitar el sufrimiento.

La pregunta, entonces, no es si debemos protegerlos. La pregunta es por qué hemos tardado tanto en hacerlo.

Un animal invisible incluso para la ley

A pesar de todo lo que sabemos sobre los peces, nuestras leyes siguen tratando a los peces como insumos industriales. En la mayoría de las regulaciones se les menciona únicamente como “recursos pesqueros”, lo que ha permitido que millones de ellos vivan y mueran en condiciones impensables para cualquier otro animal.

Las piscifactorías, granjas acuícolas donde se crían peces para consumo, son uno de los sistemas de explotación más invisibles y, paradójicamente, uno de los que más crecen en el mundo. En México ocurre lo mismo. Sin ningún estándar de bienestar obligatorio, estos lugares operan bajo la lógica de maximizar la producción al menor costo posible. ¿El resultado? Sistemas diseñados para la eficiencia, no para la vida.

¿Qué vive un pez en una piscifactoría?

Hablar de piscifactorías no es hablar de agua cristalina y de peces nadando libremente. Es hablar de hacinamiento extremo, de cuerpos que chocan entre sí en cada movimiento, de estrés constante, de heridas que no cicatrizan, de depredación interna, de parásitos, de falta de oxigenación, de enfermedades que se expanden rápidamente por la densidad.

Es hablar de peces que mueren lentamente por asfixia al ser sacados del agua o por desangrado sin aturdimiento previo. De animales que pasan toda su vida sin poder nadar libremente, sin estimulación, sin espacio, sin posibilidad de escapar del dolor.

Si describiéramos estas mismas prácticas aplicadas a aves o mamíferos, la indignación sería inmediata, pero cuando ocurre bajo el agua, parece no importarnos.

¿Por qué es urgente reconocerlos como animales?

Reconocer que los peces son animales y no recursos a explotar es un acto de justicia elemental. Cambia la conversación. Cambia las obligaciones del Estado. Cambia las prácticas de la industria.

Cuando la ley los nombra como “seres vivos que sienten dolor”, deja de ser aceptable que se críen en sistemas que los condenan a una vida de sufrimiento extremo.

Esta reforma permitiría establecer:

  • Límites de densidad para evitar el hacinamiento
  • Estándares mínimos de calidad del agua
  • Manejo adecuado
  • Transporte que reduzca el estrés y la mortalidad
  • Métodos de sacrificio humanitarios
  • Supervisión y sanciones a quienes violen estos principios

Es una transición necesaria para un país que ya reconoció en su Constitución que los animales deben ser protegidos y respetados. La coherencia ética exige que ese reconocimiento alcance también a quienes habitan bajo el agua.

Lo que está en juego

México está ante una oportunidad histórica. La iniciativa presentada en el Congreso no solo coloca a nuestro país en línea con la evidencia científica internacional, sino que podría convertirlo en pionero en América Latina en el reconocimiento legal del bienestar de los peces.

Pero los avances en materia de animales nunca han ocurrido por inercia. Han sido resultado de la presión social, de la movilización, del activismo, de investigaciones que revelan verdades incómodas y del empuje de organizaciones como Igualdad Animal.

La industria acuícola ya es una de las más grandes del país. Si no regulamos hoy, lo que crezca mañana será más difícil de corregir. Y más cruel.

Los peces sienten. Y eso nos obliga a actuar.

Ver a los peces como animales, y no como unidades de producción, nos invita a un cambio profundo en cómo entendemos el bienestar y la justicia. Nos recuerda que la vida no vale según sus alas, su tamaño ni su cercanía emocional con nosotros.

Que todas las vidas con capacidad de sufrir merecen protección. Proteger a los peces en las piscifactorías es reconocer esa verdad. Es dar un paso hacia un país más justo y es asumir que la compasión también debe trasladarse al agua.

Dulce Ramírez

Dulce Ramírez

Lo dice el reportero