
I
El pirul de la ventana
inunda el mediodía.
Ya es un lienzo su textura;
la pintura y su fortuna de rastrear
las estrategias del color,
su inagotable destreza de ser paisaje
donde menos se espera;
aquí,
retorna.
II
Sabemos a ciencia cierta
de la vulnerabilidad que nos acompaña,
la acallamos,
incluso la enterramos, si es necesario,
pero tarde o temprano
su evidencia nos confronta.
No hay vuelta de hoja,
sólo en el silencio
decidimos.
III
En la incertidumbre que permea
se pierde el rumbo
del tránsito inevitable
de todo andar;
la secuencia y el mismo aliento
se desplazan y aparentan
un destello más
en la continua desaparición.
IV
La desnudez existencial
acapara el escenario,
nuestra respuesta
define el sentido de la vida.
En el inhalar y exhalar
está la enseñanza
del inicio siempre:
certeza en lo invisible;
las olas de las palabras meciendo
el océano de la conciencia.
V
La bóveda invisible
que se sabe presente
no es el aura de la fe;
la arquitectura traza el carácter,
en la sabia paz del desprendimiento;
la gratitud sin más.
Su constancia,
el compromiso
de sostener
la inaudita paciencia
entre los escenarios;
donde se hacinan
los sarcófagos del poder
de incontables disputas.
La bondad de los deseos incinerados,
la fortaleza invencible:
su estremecimiento.
VI
Una conversación permanente
entre las ramas,
las hojas, la luz y el viento,
no cesan ni en invierno;
aunque no se perciba a simple vista.
Pareciera una incansable danza,
un esculpir continuo del entorno,
como si no tuviera principio ni fin,
la tarea del día y la noche
con aspiración de interminable.
VII
Cuando lo advertimos,
nos damos cuenta
que no somos ajenos a ello,
a pesar de que nuestras cuitas
absorban toda la atención posible.
Ese arte a la vez contundente
y también intangible,
es en sí
un pasaje al más allá, aquí mismo.
Si pudiéramos confirmar esa esencia
que es libertad pura
a la vez que se difunde
en múltiples dimensiones;
respiraríamos sin duda,
derrotada la angustia,
ya sin agitación.
VIII
Es fuente imparable de luz,
a la vez lluvia,
sin dejarse abrazar.
Perdura en su insistencia
de confrontarnos a nosotros mismos
sin importar el derrotero elegido o atribuido.
Es lo que es, así, sin adjetivos:
sustancia
emblemática.
La sutileza es el acero del alma,
al desincorporándonos de toda apariencia.
Rendija:
I
La extrema crueldad que vive el país, la incapacidad que tenemos de formalizar un diálogo público ajeno a insultos y mutuas descalificaciones, la falta de generosidad mínima de las fuerzas políticas entre sí y con la sociedad en su complejidad; los retos desafiantes del deterioro social y sus expresiones en la criminalidad a todos niveles, nos obligan a diseñar estructuras y lenguajes de un mínimo entendimiento que despierten la inspiración de los ciudadanos, para impulsar la recomposición de la República, desde lo local a lo nacional. Recuperemos el llamado tejido social.
II
La disputa a nivel mundial por el territorio de la mente y la hegemonía de la híper- tecnología en la cotidianidad: obligan a reflexionar profundamente con apertura, sin prejuicios, sobre los desafíos que vive la población en todos sus estratos y definir así lo prioritario, para sumar esfuerzos y recuperar la mínima paz y estabilidad cotidiana que exigen estos tiempos. El lenguaje político (discursos, declaraciones, polémicas) más que anacrónico, comienza a ser un peso muerto que impide el mínimo entendimiento necesario para edificar la ruta de la Nación, sin la cual, naufragaremos en el mar de la inútil y envenenada maledicencia: caduco residuo del subdesarrollo mental, atrapado en erosionadas ideologías. El odio sembrado son los crímenes del mañana.





