
I
La herida infringida al tiempo
por pretender apoderarnos
de su ritmo y sustancia
nos aproxima a la hecatombe,
al conjugar los verbos infinitivos
ausentes ya
de toda encarnación posible.
II
Cuál es la prisa,
para qué acumular poder
y convencer a los demás
que es para el bien de todos.
Para qué asumir potestades
que desparecen una y otra vez,
qué sentido tiene enriquecerse
en el reino de la desigualdad.
III
Los egos dilatados en la virtualidad
enfrascados en insultos y diatribas,
y el cobro de piso
expandiéndose hasta alcanzar
al alma misma,
que elige migrar al reino del olvido.
IV
La incontinencia como sello cultural
de una guerra civil mundial,
que no cesa en multiplicar
sus frentes de batalla,
horadando la cotidianidad
con su criminal ignorancia de poseer:
el poder por el poder.
La expresión más acabada
de la mutación de los instintos,
en la multiplicación
de evaporadas identidades,
asumidas con la pretensión de dominio,
del escalofrío virtual al ser imagen,
en las cenizas de la memoria.
Los pliegues del tiempo se contrajeron
y los sucesos se precipitarán.
Hay una suerte de pérdida de la densidad,
una evaporación continua de la realidad
en su aparente gratuidad de intercambiar
y modificar cualquier verdad posible.
V
Ausentes el misterio y lo sagrado:
deambulamos en el ruido.
Rendija: Carta a quién ya partió.
Nos cortaron las alas … Así
que quietos.
Humberto Dardón
9.39 pm.( 19 de septiembre ).
Compañero de trabajo, inteligente, sagaz, honesto, leal, prudente y amigo de las tareas cotidianas, conocedor de los más intrincados recovecos de la Administración Pública Federal, de sus galimatías sexenales, de saber encontrar el balance sin abandonar el deber de administrar un Centro de Investigación, con paciencia ante las diferentes necesidades y exigencias de académicos y administrativos.
Buscador invencible para encontrar las respuestas a las necesidades y demandas e incluso reclamos, en ocasiones exaltados de comunidades vivas y combativas, y a veces también ajenas en su sensibilidad a las condiciones que determinan sus propias existencias. En esas arenas movedizas, Humberto Dardón, supo transitar durante más de dos décadas, colaborando para hacer posible El Colegio de San Luis, lustros donde su valiosa aportación ha hecho posible la existencia de una comunidad académica que ahonda en los retos de la condición humana, para encontrar con los diversos actores sociales las respuestas pertinentes a los desafíos cotidianos.
Con paciencia como ejercicio diario, advirtiendo los nudos gordianos de la burocracia de todos los días, supo cortarlos con la espada de la razón y la confianza, evitando que la atmósfera cotidiana se convirtiera en una densa capa de malos entendidos, reclamos e ineficacia: su carácter afable y riguroso a la vez, permitió implementar un ambiente fructífero de trabajo, solidaridad y afecto.”





