La increíble y triste historia de votar

13/07/2013 - 12:01 am

Mi mamá dice que los que se mueren en el desierto
no van al cielo sino al mar

Gabriel García Márquez

Todos fuimos la cándida Eréndira de Gabriel García Márquez o al menos pretendimos serlo al ver prostituida la democracia –ganara quien ganara– las manos del poder dibujaron arrugas al impedir que el canto de una lechuza llegara a emitir nuestro sufragio y escapar con Ulises al combate abstencionista.

El peregrinaje político comenzó con las campañas negras donde la ropa sucia dejó de lavarse en casa y terminó exhibiéndose en los espectaculares, radio, televisión, y redes sociales que hicieron de réferis a los posibles abuelos de la elección.

Algunos votantes se dieron a la fuga y no emitieron su derecho, por lo que la autoridad los persiguió con la propaganda y los atrapó realizando el voto por ellos, aunque estuvieran muertos o vivieran en otra parte.

Con el sonambulismo social, le servimos la sopa a la nueva abuela masculina en Baja California, reparamos en ello cuando gritó nuestro nombre y dejamos caer nuestra desconfianza  en la alfombra del estado y nos dice con ternura que no fue nada, solo nos volvimos a quedar dormidos, mientras caminábamos rumbo a los placeres, pero no a los deberes aunque sean manipulados “por ojos y manos desconocidas”, ganara quien ganara.

–Es la costumbre de los electores– nos excusamos, mientras hay conformismo ciudadano y recogemos la voluntad ciudadana, todavía aturdidos por el sueño y posteriormente burlados por el tendero del pueblo que subestimó el valor de la participación a un 39.44% fracturado en la poca fe y voluntad de seguir la corriente sin fragores que lamentar, mas que en redes sociales,  pero eso si siendo fieles a las indicaciones de la abuela masculina desalmada, próxima a gobernarnos.

Ni el mojito de una franquicia estadounidense, ni un juego de boliche gratis por manchar el dedo al entregarnos a la prostitución electoral con errores aritméticos o emocionales, fueron suficientes para vencernos a nosotros, Cándida Eréndira que nos enamoramos de Ulises, la alternativa a las opciones que no satisficieron a los habitantes, pero como nos estremeció su ingenuidad e inocencia, si es que hubiera existido.

Los delirios a grandes voces de la abuela política desalmada a mitad de la noche, mientras la nieta en ciernes y Ulises reían bajo las sabanas, fueron en realidad los medios de comunicación interrumpiendo y decorando ese cortejo político a punto de colapsarse un domingo de julio.

Fuimos encadenados a la cama por el hartazgo político o el salvoconducto de intereses con tal de justificar una decisión colectiva. La indiferencia fue una de nuestras cadenas, preferimos reír, llorar o frustrarnos frente a la pantalla a realizarlo frente a las urnas.

@taciturnafeliz

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