Dos horas de sol es una novela tremendamente diversa: hay en ella una escena de clandestinos y espeluznantes pedos, una rica y vergonzosa masturbación, una diatriba contra la ruina ecológico-económica de Acapulco, un ligue de esos a los que hemos aspirado más de uno: en la playa.
Por Ramón Cordoba
Ciudad de México, 24 de abril (La Langosta Literaria/SinEmbargo).– Para empezar, un dato inútil: la novela de referencia es una de mis obras favoritas de José Agustín, junto con Se está haciendo tarde (final en laguna), Ciudades desiertas y El rock de la cárcel. Lo que tienen en común es que, como casi todas las de este célebre autor, son endiabladamente legibles: uno les da oportunidad, simplemente se deja ir en la lectura y a las pocas páginas sabe a ciencia cierta que ha empezado un sabroso e impredecible recorrido en tobogán… a oscuras. Y, por cierto, un recorrido que se antoja repetir. Ya que estás leyendo estos desvaríos, te diré: bienaventurados quienes releen, pues disfrutarán más de una vez (y a partir de la segunda, tal vez más). Y, por último: es fácil concluir que esa clase de escritura, tan diáfana y asequible, no requiere de ningún esfuerzo. ¡Juaaaaaaaar!: craso error. Sé de gente que ha querido lograrla y nomás no lo consigue. Ni con calzador. Ni yendo a bailar a Chalma. Tal vez en otro texto podamos ahondar en la cuestión: ¿ese efecto sobre el lector es producto de incontables horas de trabajo, práctica y exploración consciente, es intuición pura, es un don, es una mezcla de todo esto, o qué chingaos es? Por ahora, entremos en materia (o al menos intentemos hacerlo):
Dos horas de sol es también una novela tremendamente diversa: hay en ella una escena de clandestinos y espeluznantes pedos, una rica y vergonzosa masturbación, una diatriba contra la ruina ecológico-económica de Acapulco, un ligue de esos a los que hemos aspirado más de uno: en la playa. Hay drogas, violencia, un table dance llamado Tabares, en efecto dos exactas horas de sol, una bellísima garza blanca, un teporocho igualito a Octavio Paz, gran cantidad de referencias a rolas y grupos musicales que (pon atención) resulta imprescindible escuchar, añorantes referencias a José Agustín Ramírez, músico ancestro del autor y compositor de, por ejemplo, “Por los caminos del sur”; también hay discotecas, hoteles de súper lujo, un presidente municipal chiquito pero picoso y, para más inri, un huracán.
A estas alturas podrás estar preguntándote si no te estoy echando a perder las sorpresas que te aguardan en estas páginas, así que debo decirte: neeeeeeel, ni madres, nooooo. Sólo he desplegado ante ti el reparto de la obra. Para tu beneficio. Cero espóilers, me cae.