Por Gonzalo Muñoz Barallobre / Culturamas.es
Es de noche. Las calles están pobladas de sombras. El sonido de unos pasos quiebra el silencio. Son las cuatro de la mañana y él no puede dormir. Padece de insomnio. Caminar, recorrer las calles de París, es lo único que le calma.
No dormir. No salir de la vigilia y de sus leyes. Habitar la noche sabiendo que ella es el amplificador del mal. Todo dolor, tanto físico como psíquico, se dilata hasta desbordarnos. Y es que cuando las estrellas se dejan ver la angustia, la tristeza, el vértigo, el miedo… aumentan su densidad.
Cansado de andar, vuelve a casa. Abre algún libro pero no consigue leer. Tan sólo en la escritura encuentra un lugar por el que escaparse tanto de sí como del mundo. Febril, esculpe aforismos y los ata en el papel. Las horas pasan y él no deja de escribir. El sol asoma por el horizonte y su luz diluye la gravedad que lo crucifica. Lo escrito aún está caliente y tierno, y vibra como la carne de un recién nacido. No ha sido una noche excepcional, su biografía es un collar de insomnios.
Tres banderas ondean en su pensamiento. Tres ideas que ordenan y articulan las filas de sus ideas-soldados. La primera de ellas es de origen judeocristiano: el pecado original. Para él, nacer es hacerse culpable. Convertirse en cómplice de un exceso que se pagará caro. Somos animales rotos. Contagiados por un mal que nos mantiene en la desmesura y, con ella, en el sufrimiento. Individuación y conciencia son las dos penas graves que nuestra vida deberá purgar. Tan sólo en una idea, la idea del suicidio, una idea que habrá que acariciar a diario, se puede encontrar cierta calma. Ella es un punto de fuga y la segunda bandera que ondee en el horizonte de su pensamiento. Y es que la idea del suicidio nos obliga a recordar que todo dolor, toda pena, toda angustia, todo miedo es, en el fondo, optativo. En nuestra mano está la salida y toda nuestra grandeza nacerá, para este autor, de este hecho.
Hemos llegado al tercer concepto que articula el pensamiento de Cioran. El primero hablaba de nuestro destino. El segundo de su salida. El tercero, el que ahora nos ocupa, hablará de cómo mantenernos vivos en el corazón de la tormenta. Vivos y verticales. ¿Y dónde podemos encontrar semejante llave? En el Antiguo Testamento. En el Libro de Job. En la actitud de su protagonista. Desde su miseria se encara a Dios y le exige responsabilidades. En su pecho no hay lugar para la tibieza. En llamas, con los puños apretados y apuntando hacia el cielo, exige a Dios que dé la cara. Y así se vuelve en el patrón de todos los desesperados que luchan desde su desesperación.
¿Y por qué no hemos hablado de Dios como un la cuarta constante del pensamiento de Cioran? Porque Él no aparece como una idea más. Es un horizonte hacia el que hombre debe lanzarse hacia arriba en un abismo invertido. Un lugar contra el que estrellarse. Contra el que desesperar. Maldecir. Parir odio. Lamentarse. Arrojar las lágrimas de nuestro llanto. Un vacío sublime y absoluto, en el que la sed del hombre puede encontrar un lugar en el que retorcerse y gritar. Retorcerse y apretar el nudo que es la existencia, y así intensificarla.
Oscuro. Portador de una lucidez nocturna. Este pensador rumano, clava aforismos en la piel del tiempo. Tatuajes de tinta negra. Destilaciones de su insomnio. Joyas irrepetibles que nadie debe perderse. Un veneno que fortalece al obligarnos a bucear en el barro de la existencia.
Oigo la trompeta de Luis Armstrong y siguiendo su ritmo paso revista a sus libros: El ocaso del pensamiento, Silogismos de la amargura, Ese maldito yo, En las cimas de la amargura… son títulos en carne viva. Anuncian bien lo que guardan: el pensamiento como carnicería. Abrirse en canal y hurgarse sin parpadear. Filosofía desde la urgencia. ¿Acaso puede haber otra? Algunos creen que sí pero para mí mienten. No se puede pensar sin despeinarse. Y es que pensar de una manera honesta duele ya que hay que derribar y caminar por nuestras ruinas. Habitar tempestades y desiertos. Selvas y glaciares. En definitiva, ser un nómada sin miedos ni escrúpulos.
¿Alguien se atreve a seguirnos?
A continuación, algunos aforismos de Émile Michel Cioran:
–Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.
–No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo.
–Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.
–Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.
–Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.
–No haber hecho nunca nada y morir sin embargo extenuado
–Cuanto más se detesta a los hombres, más maduro se está para Dios, para un diálogo con nadie.
–Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿Cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.
–¡Interrogarse sobre el hombre durante tantos años! Imposible exagerar más el gusto por lo malsano.
–El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.
–Mi escepticismo es inseparable del vértigo, nunca he comprendido que se pueda dudar por método.
–Soy un filósofo aullador. Mis ideas –si ideas son– ladran: no explican nada, explotan.
–El fondo de la desesperación es la duda sobre uno mismo.
–Vivir es poder indignarse. El sabio es un hombre que ha dejado de indignarse. Por eso, no está por encima, sino al lado, de la vida.
–Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto coincidían mis intereses con los suyos.
–La palabra que más se me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa, es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía.






