¿Por qué hay personas que nunca se enferman? Esto es lo que dicen los científicos

27/12/2025 - 3:21 pm

El fenómeno ha intrigado durante décadas tanto a científicos como a médicos, quienes buscan desentrañar los secretos detrás de esta aparente invulnerabilidad.

Los Ángeles, 27 de diciembre (LaOpinión).- En cada oficina, en cada familia, en cada círculo social existe esa persona que parece inmune a los resfriados de temporada, que atraviesa epidemias de gripe sin un estornudo y que mantiene una salud envidiable mientras otros caen uno tras otro ante virus y bacterias. Mientras la mayoría de las personas experimenta entre dos y cuatro resfriados al año, este selecto grupo parece blindado contra las enfermedades más comunes.

El fenómeno ha intrigado durante décadas tanto a científicos como a médicos, quienes buscan desentrañar los secretos detrás de esta aparente invulnerabilidad.

La primera clave para entender a quienes rara vez enferman está en su sistema inmunológico. No todos los sistemas de defensa son iguales.

Sistema inmunológico

Algunos individuos poseen lo que los inmunólogos llaman una “respuesta inmune innata robusta”, una primera línea de defensa extraordinariamente eficiente que neutraliza patógenos antes de que puedan establecer una infección.

El Dr. Philip Goulder, profesor de inmunología en la Universidad de Oxford, explica que estas personas tienen células asesinas naturales (NK) y macrófagos particularmente activos, capaces de detectar y eliminar amenazas con una velocidad y eficacia superiores al promedio. “Es como tener guardias de seguridad excepcionalmente alertas en las puertas de entrada de tu cuerpo”, señala.

La primera clave para entender a quienes rara vez enferman está en su sistema inmunológico. No todos los sistemas de defensa son iguales.
La primera clave para entender a quienes rara vez enferman está en su sistema inmunológico. No todos los sistemas de defensa son iguales. Foto: Cuartoscuro

Además, la diversidad del repertorio de células T juega un papel fundamental. Quienes poseen una mayor variedad de estas células pueden reconocer y responder a un espectro más amplio de patógenos, lo que les confiere una ventaja significativa en la batalla contra las infecciones.

La genética: el factor que no elegimos

Los genes contribuyen aproximadamente entre un 20 por ciento y un 40 por ciento a la capacidad del sistema inmunológico, según diversos estudios científicos. Ciertas variantes genéticas están asociadas con respuestas inmunes más fuertes. Por ejemplo, las variaciones en los genes HLA (antígeno leucocitario humano), que ayudan al sistema inmune a distinguir entre las proteínas propias del cuerpo y las extrañas, pueden marcar la diferencia entre enfermarse frecuente o raramente.

Investigaciones recientes han identificado mutaciones específicas que parecen conferir resistencia a ciertas enfermedades. El caso más famoso es la mutación CCR5-Delta 32, que ofrece resistencia al VIH. Estudios sobre personas que nunca contrajeron COVID-19 a pesar de estar altamente expuestas han revelado variantes genéticas en genes relacionados con la respuesta del interferón, una molécula clave en la defensa antiviral.

Sin embargo, la genética no es destino. Como afirma la Dra. Janet Lord, directora del Instituto de Inflamación y Envejecimiento de la Universidad de Birmingham: “Tus genes cargan el arma, pero tu estilo de vida aprieta el gatillo”.

El estilo de vida

Los hábitos cotidianos ejercen una influencia considerable sobre la capacidad del cuerpo para resistir enfermedades. El sueño de calidad emerge como uno de los factores más críticos. Durante el sueño profundo, el cuerpo produce citoquinas, proteínas que combaten infecciones e inflamación. Las personas que duermen menos de seis horas por noche tienen hasta cuatro veces más probabilidades de resfriarse que quienes duermen siete horas o más.

 Las personas que mantienen sus calendarios de vacunación actualizados reducen significativamente su riesgo de enfermedades graves.
Las personas que mantienen sus calendarios de vacunación actualizados reducen significativamente su riesgo de enfermedades graves. Foto: Daniel Augusto, Cuartoscuro

La nutrición constituye otro pilar fundamental. Una dieta rica en frutas, verduras, proteínas magras y grasas saludables proporciona los nutrientes esenciales que el sistema inmune necesita para funcionar óptimamente. La deficiencia de vitaminas D, C, zinc y selenio se ha vinculado con mayor susceptibilidad a infecciones.

El ejercicio moderado regular también fortalece las defensas corporales al promover la circulación de células inmunes y reducir la inflamación crónica. Curiosamente, el ejercicio extremo puede tener el efecto opuesto, debilitando temporalmente el sistema inmunológico.

El microbioma: aliado invisible

En años recientes, la ciencia ha descubierto que el microbioma intestinal, ese ecosistema de billones de microorganismos que habitan nuestro tracto digestivo, desempeña un papel crucial en la salud inmunológica. Las personas con microbiomas diversos y equilibrados tienden a tener sistemas inmunes más robustos.

Estos microorganismos no sólo ayudan a digerir alimentos, sino que entrenan al sistema inmune, enseñándole a distinguir entre amenazas reales y falsas alarmas. Un microbioma saludable puede prevenir tanto infecciones como enfermedades autoinmunes causadas por sistemas inmunes hiperactivos.

La exposición temprana a diversos microbios, especialmente durante la infancia, parece programar el sistema inmune para toda la vida. La “hipótesis de la higiene” sugiere que los ambientes excesivamente esterilizados pueden privar al sistema inmune del entrenamiento necesario, resultando paradójicamente en mayor susceptibilidad a enfermedades.

Salud y alimentos.
Las personas que trabajan en entornos con mayor exposición microbiana controlada, como profesores o personal de salud, a menudo desarrollan inmunidad más robusta con el tiempo. Foto: Victoria Valtierra, Cuartoscuro

El estrés y la mente: conexiones poderosas

La conexión entre la mente y el sistema inmunológico es más profunda de lo que muchos imaginan. El estrés crónico eleva los niveles de cortisol, una hormona que, en exceso, suprime la función inmune. Las personas que manejan el estrés efectivamente, mediante meditación, ejercicio o conexiones sociales fuertes, mantienen sistemas inmunes más competentes.

Estudios sobre longevidad en poblaciones como la de Okinawa, Japón, o las Zonas Azules de todo el mundo, revelan que el sentido de propósito, las relaciones comunitarias fuertes y una actitud positiva ante la vida se correlacionan con mejor salud general y menor frecuencia de enfermedades.

La soledad y el aislamiento social, por el contrario, tienen efectos inmunológicos comparables a fumar o la obesidad, aumentando la vulnerabilidad a infecciones y enfermedades crónicas.

Exposición controlada: entrenando el sistema

Paradójicamente, cierto nivel de exposición a patógenos puede ser beneficioso. Cada vez que el sistema inmune se enfrenta y vence a un invasor, desarrolla memoria inmunológica, haciéndose más eficiente. Las personas que trabajan en entornos con mayor exposición microbiana controlada, como profesores o personal de salud, a menudo desarrollan inmunidad más robusta con el tiempo.

Esta es la base de la vacunación: entrenar al sistema inmune sin los riesgos de la enfermedad completa. Las personas que mantienen sus calendarios de vacunación actualizados reducen significativamente su riesgo de enfermedades graves.

Salud y enfermedad
Los hábitos cotidianos ejercen una influencia considerable sobre la capacidad del cuerpo para resistir enfermedades. Foto: IMSS vía Cuartoscuro

Factores ambientales: el entorno importa

La calidad del aire, el acceso a agua limpia, la temperatura ambiente y la humedad influyen en la capacidad de los patógenos para propagarse y en la efectividad de nuestras defensas. Las personas que viven en ambientes con buena ventilación y moderada humedad tienen menos probabilidades de contraer infecciones respiratorias.

La exposición a la naturaleza también parece beneficiar al sistema inmune. Estudios japoneses sobre “shinrin-yoku” o baños de bosque demuestran que pasar tiempo en espacios naturales aumenta la actividad de las células NK y reduce marcadores de inflamación.

La edad y la inmunidad

Aunque es cierto que el sistema inmune tiende a debilitarse con la edad, un fenómeno conocido como inmunosenescencia, esto no es inevitable ni uniforme. Algunas personas mayores mantienen sistemas inmunes notablemente robustos, a menudo debido a una combinación de buena genética, estilo de vida saludable y actitud mental positiva.

Los centenarios estudiados por investigadores de longevidad frecuentemente muestran perfiles inmunológicos que desafían su edad cronológica, con niveles de inflamación bajos y respuestas inmunes adaptativas preservadas.

¿Realmente nunca se enferman?

Es importante aclarar que incluso las personas aparentemente inmunes a enfermedades probablemente sí se infectan ocasionalmente, pero sus sistemas inmunes son tan eficientes que neutralizan las infecciones antes de que produzcan síntomas notables. Experimentan lo que los médicos llaman “infecciones subclínicas”: sus cuerpos combaten patógenos silenciosamente, sin que ellos lo noten.

El misterio de quienes nunca se enferman no radica en un único factor milagroso, sino en la convergencia afortunada de genética favorable, hábitos saludables sostenidos, entornos propicios y, quizás, una pizca de buena suerte.
El misterio de quienes nunca se enferman no radica en un único factor milagroso, sino en la convergencia afortunada de genética favorable, hábitos saludables sostenidos, entornos propicios y, quizás, una pizca de buena suerte. Foto: Rogelio Morales Ponce, Cuartoscuro

Además, la percepción de “nunca enfermarse” puede ser parcialmente selectiva. Estas personas podrían tener mejor tolerancia a síntomas leves o recuperarse tan rápidamente que apenas registran el episodio como una enfermedad.

En última instancia, el misterio de quienes nunca se enferman no radica en un único factor milagroso, sino en la convergencia afortunada de genética favorable, hábitos saludables sostenidos, entornos propicios y, quizás, una pizca de buena suerte. Entender estos factores no sólo satisface nuestra curiosidad, sino que nos ofrece un mapa para fortalecer nuestras propias defensas naturales.

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