Luego de haber salvado el sexto de primaria, gracias aquel estupendo profesor oaxaqueño, del cual tengo los mejores recuerdos y mi especial gratitud, mi papá insistió en que me incorporará a la pre-vocacional del IPN (una especie de secundaria técnica). Desde que vi el listado de materias que incluía, además de la secundaria normal, las materias técnicas y que entraría a las siete de la mañana para salir a las dos de la tarde, me di cuenta que mi padre me había mandado al infierno.
Ya fallecido mi padre, mi tío Pablo, hermano del difunto y mi padre adoptivo actual, me comentó que de cualquier manera mi papá quería que estudiáramos carreras breves para que sus hijos ingresáramos dinero a temprana edad. Sin embargo en el primero de pre-vocacional reprobé cuatro materias, pagué una, pasé a segundo y esta vez reprobé todas, incluida deportes. Es decir ya me había vuelto un vago, como decía mi padre. Ese año que perdí, me la pasaba jugando futbolito con monedas en las bancas marmóreas de la escuela; además me incorporé a la porra del fútbol americano del Poli guinda (había también Poli blanco, al cual odiábamos).
Precisamente ahí en el caso de Santo Tomás entrenaba el Poli guinda y nosotros, la porra, llevábamos una relación cercana con ellos y hasta podíamos bañarnos en sus regaderas. En una ocasión en que íbamos como unos diez entrando a las regaderas para ver a los jugadores, notamos que traían un gran desmadre y de pronto sale uno de ellos encuerado, protegiéndose de los zapatos que le aventaban pero con el culo hacia done nosotros caminábamos, entonces hice bolita dos hojas de mi cuaderno, me fui acercando paulatinamente hacia él y le metí la bola de papel en medio de la nalgas. Luego su reacción inmediata fue salir hacia adelante, voltear a vernos y luego recibir un zapatazo en plena espalda, las carcajadas de todo mundo sonaron fuera de la instalación.
Cuando entramos a las regaderas y aparecimos ante el encuerados, hombres muy fuertes, casi gladiadores, alguna voz dijo “Ya llegaron estos cabrones” y tenía razón porque en los partidos del Poli guinda éramos los que acarreábamos a la gente, los que armábamos desmadre en el estadio de CU y los que nos madreábamos con la porra de la UNAM pues era un ritual entre porras que ganara o perdiera cualquiera de los dos equipos, había madrazos. Yo, en lo particular, no era muy bueno para los madrazos, por lo que me convertí en estratega de la porra, lo cual dio buen resultado pues, con mis dos asistentes, íbamos movilizando a la gente para acabar de romperles la madre a los pumas; desde luego alguna vez me falló la estrategia o los pumas fueron más abusados, y nos rompieron la madre incluido yo (una vez recibí un palazo en la cabeza y tuve que ir con un médico privado pues si me levantaba alguna de las ambulancias iría a dar a la cárcel; me dio cinco puntadas y me mandó el chinguero de inyecciones de penicilina.
Varios de los porristas jugábamos americanos en el equipo de los vikingos en la prevo 5; mi posición era la de guard, hoy en día le llaman guardia y ese año, aunque reprobé todas las materias, fuimos campeones a nivel pre-vocacional, lo cual para mí era más importante; me echaba unos tacos ahí afuera de la escuela y de ahí me iba hasta las canchas del club América hasta el desierto de Coapa a entrenar con unos de los equipos intermedios del club, siendo mi posición la de defensa central y no pocas piernas se acordarán de los patadones que se llevaron y no pocos riñones habrán olvidado mis codazos. Una vez metí un gol desde medio campo.




