Exilio del sueño

22/06/2013 - 12:01 am

Si hablamos de hipérboles, levantarse temprano es un castigo. Programar la ciudad corporal para decirle hola al mundo con calaveras dibujándose por debajo de los ojos, es una cadena perpetua de metales forzando al alma a estar fresca, incluso cuando los búhos ni están preparados para confesar de lo que fueron testigos anoche.

La somnolencia se vuelve el alter ego de los que madrugan y alcanzan a ver la poesía de un amanecer, pintándose en el pizarrón de la naturaleza, dispuesto a escribir una nueva historia con minutos extra.

Minutos que se derriten en la batalla frontal del despertador con el bello durmiente en turno con aspavientos, suplica al santo más cercano, cinco minutos más de delirios del inconsciente de continuar esos cuadros en movimiento que comenzaban a rodarse en su mente.

Levantarse temprano es un castigo. Amarrar las pupilas. Robar la energía que no se tiene. Prohibido pestañear al menor intento que el sueño pertenece a los débiles necesitados de flores de tila, para ilustrar una sonrisa estilo Joker que contagie a los compañeros de la oficina o a los transeúntes que cantan piedras preciosas o rocas de un homosapiens que ordena a los madrugadores a ser un gallo espontáneo.

Despertar de la deidad del letargo es un pecado mortal y está condenado a mil duérmase, duérmase ya, que el cansancio no espera y si no se satisface el cuerpo, las neuronas van llenándose de funerales sin coronas de flores, abundante de tropezones corporales, una torpe distracción montada en forma de espectáculo pesimista que entretiene al más curioso observador de almas

La hipérbole es un secuestro de la muerte diaria que nos permite renacer y confirmar que pertenecemos a un alma y un cuerpo entregado el día de nuestro nacimiento. Los únicos raptores son: el insomnio, el alcohol, pendientes que tejer, una ilusión abstracta con forma humana, canciones corporales que se componen en individual o solitario y terminan con una cascada sonora.

El exilio del sueño es como el atentado a las torres gemelas aquel once de septiembre en Nueva York. Los aviones del cansancio comienzan a invadir nuestros ojos. El derrumbe del agotamiento se va piso por piso hasta destruir todo nuestro edificio corporal al grado de ceder a la gravedad de un colchón improvisado y una almohada espontánea que guarde los más íntimos secretos.

Vivir en somnolencia por la hipérbole castigada, es un entumecimiento de la razón que destila indiferencia o alucinaciones. De repente unos monstruos nos gritan desde lo alto y después el silencio peca de indiscreto cuando un llamado nos obliga a despertar.

@taciturnafeliz

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