En los tiempos del viejo PRI, a un gobernador le era encargada sobre todo la tarea de garantizar el control de su estado. No el avance, no el futuro, sino la versión local de aquello que se llamaba paz social. Es cierto que en épocas electorales ese control debía traducirse en operación política para el tricolor, pero sobre todo se le pedía al gobernante que las cosas en su entidad no se salieran de madre, que no se rompiera esa ilusión del orden que supuestamente traería progreso, que si había turbulencia esta no llegara hasta la capital, y menos al extranjero. Si en cambio tal cosa no ocurría, si de repente o de forma gradual el estado se convertía en un problema nacional o de referencia internacional, el primer mandatario "invitaba" al gobernador a aceptar alguna otra tarea, visto como estaba que era incapaz de mantener las cosas en un cauce.
Nadie como Carlos Salinas de Gortari giró este tipo de invitaciones imposibles de rechazar por los entonces mandatarios locales. A nadie se le complicó tanto como a Ernesto Zedillo con Roberto Madrazo. Mientras que los dos presidentes panistas, para bien y para mal, nunca pudieron instalar esa "facultad".
Sin nostalgia, y solo con propósitos de comparación, preguntémonos: si lo que vemos hoy hubiera ocurrido a principios de los años noventa, ¿cuántos de los actuales gobernadores seguirían con esa chamba? ¿Cuántos de los que recientemente han sido mandatarios no habrían podido terminar su periodo? ¿El despilfarro del tabasqueño Andrés Granier habría sido detenido antes de que fuera demasiado tarde? ¿La megadeuda contratada por Humberto Moreira habría sido menor? Y en esa misma línea preguntémonos: ¿seguiría en su puesto alguien como Ángel Aguirre Rivero, que va rumbo a cumplir dos años en la gubernatura guerrerense mientras hoy su estado está peor que en 2011?
Porque es cierto que la estulticia de Luis Walton sería inefable si sus propias palabras no nos dieran dimensión de la misma. La forma en que el alcalde trató de evadir su responsabilidad sobre lo que ocurre en Acapulco es, ya se ha dicho, imperdonable. Sin embargo, Walton no es el único que debería ser llamado a cuentas por la crisis de inseguridad en el puerto. El jefe político de un estado es el gobernador. El que está dotado de los recursos, el que tiene la interlocución federal, el que debe articular los esfuerzos para que la incapacidad de un alcalde no se traduzca en un problema nacional e internacional es ni más ni menos el gobernador. Y más si lo que está en juego es el control de una ciudad que es más importante que la capital misma del estado.
Flaco favor le hizo Walton al gobernador al brincárselo la semana pasada al suplicar ayuda a Enrique Peña Nieto. Con todas sus letras el mensaje fue: pido a usted Presidente de la República su intervención porque pedirle auxilio al gobernador Aguirre Rivero es inútil. Walton está en lo correcto. A 22 meses de haber tomado posesión, el gobernador es conocido por cosas tan presumibles como estas:
– Por la red de nepotismo que ha instalado en el gobierno: 38 familiares directos cobran en la administración estatal. (http://www.sinembargo.mx/14-12-2011/95282)
– Niños desmayados en actos cívicos que no comienzan a tiempo porque el gobernador llega con horas de retraso (http://diario.mx/Nacional/2012-12-28_a23b0315/ninos-de-acapulco-vomitan-y-se-desmayan-mientras-esperan-al-gobernador/).
– La represión nunca suficientemente aclarada de la protesta de los estudiantes de Ayotzinapa, donde hubo tres muertos.
– El uso de una flotilla de helicópteros oficiales como taxis para “personalidades”. (http://www.animalpolitico.com/2013/01/usan-flotilla-oficial-de-guerrero-como-taxis-vip/)
– Y por supuesto, el caso de desgobierno en la región de la Montaña, donde la más reciente crisis es protagonizada por comunidades enteras que han organizado brigadas de “autodefensa”, poniendo en jaque la definición de Estado de Derecho y al mismo tiempo evidenciando que el hartazgo de los habitantes tiene un límite.
Los anteriores son solo ejemplos de lo que ha marcado el periodo de veinte meses que lleva Aguirre Rivero en el puesto. Eso sin mencionar la escalada de violencia u la impunidad.
Si es increíble que, después de sus declaraciones de la semana pasada, el alcalde Walton siga en el puesto, ¿por qué sería razonable que el gobernador siga en el suyo? Si esta vez el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, –como en su momento lo hizo el ex presidente Felipe Calderón– tuvo que salir al rescate de Aguirre Rivero, ¿para qué entonces sirve el gobernador? Ya tuvo suficiente tiempo para demostrar que puede garantizar la gobernabilidad. No lo logró.
Como priísta que es –lo ha sido siempre, pues fue un cálculo ratonero del PRD lo que le permitió llegar a la gubernatura “desde la izquierda”– Ángel Aguirre Rivero sabe muy bien que en Palacio Nacional se espera de él al menos una cosa. Esa precisamente que hoy no caracteriza a Guerrero, un estado sin control.




