Siendo muy joven estaba yo en una organización clandestina. Y creo que todo miembro de una orden clandestina es de por sí un paranoico. Y alguna vez sentí que me perseguían por el metro subterráneo y recordé que había dejado sola a mi mujer. Y ahí vino el terror mayor, porque pensé que no me perseguían a mí, sino que podían llegar a la casa. Finalmente llegué a la reunión secreta, hice una llamada a la casa y todo estaba tranquilo. Esa experiencia de persecución imaginaria la llevé a un cuento que se llama “Aquí Georgina”, donde más o menos sucede… No, se llama “Desnuda”, y es un cuento que además ganó un premio. Entonces pienso que los cuentos, o la literatura en general, viene precisamente si no sólo de estos miedos, sí de las sensaciones profundas que se viven. Lyotard, un teórico francés, decía que, para poder mostrar al sistema en su desnudez, no hay que ser panfletario sino ir a los miedos más profundos de los personajes, de las personas, con sus placeres más importantes. Como sucede en 1984, de Orwell, que el protagonista, que está siendo interrogado y torturado y que ha soportado mucho tiempo, se siente derrotado, deja de resistir cuando descubren su mayor miedo, su terror más profundo, que son las ratas. Y le ponen una rata con una jaula diseñada para su rostro; y en ese momento devela todo. Pero esto implica que en literatura hay que resistir al sistema, pero hay que desfallecer un tanto para poder develar ese sistema. Porque, si se resiste demasiado, puede surgir una obra como Finnegans wake, de Joyce, cuyos significados últimos él se llevó a su tumba. O Paradiso, de Lezama Lima, que habría que ser Lezama Lima para conocer la novela hasta sus últimas consecuencias. Y él mismo también se llevó las claves de su libro.
Suelo buscar un término medio. O, más bien, lo que trato de hacer en los textos es ofrecer diversos niveles. Una primera lectura inmediata donde un lector que no tenga mucho trato con la abstracción, por ejemplo, encuentre una anécdota que le diga algo, que le signifique para él. Pero después hay varias cortinas que, dependiendo de cada lector, puede ir transitando.
No sé si pensé o lo leí en algún lugar, que para obtener ese término medio había que atreverse a decir las cosas, a escribir las cosas, que no había que tener miedo. Porque, pues, en mis primeros tres libros tenía yo mucho miedo. Y, cuando leí aquella frase, me liberé y entonces pude decir lo que fuera, escribir lo que fuera. También recuerdo un precepto de María Zambrano que dice que “los secretos no se dicen, sino que se escriben”, porque si se dicen se transforman en chismes. Y cuando se escriben queda la constancia específica que tú quieres develar. Y, como yo concibo la literatura como un juego de palabras, me doy muchas libertades y lo mismo puedo hacer una hormiga del tamaño de un hombre que un elefante del tamaño de una cucaracha.




