Cosas lindas

Guillermo Samperio

10/05/2014 - 12:00 am

a El Halcón Guerrero

Yo creo que los últimos textos que he escrito, de unos diez años para acá, se deben a mi relación con la juventud. Porque además son textos más juguetones, más divertidos, muy poéticos. Son aliados del cómic, del dibujo animado, de todo lo que le atrae al joven. Yo veo canales de televisión para niños y para adolescentes: los creadores de estas series son muy imaginativos. Además, la cultura de la imagen es la gran competencia de la literatura: entonces hay que aprender de ella, ya que ella se nutrió de lo literario. Entonces es mi manera de disfrazarme de joven y me meto a un disco. Es horrible, pero ves cosas maravillosas allá adentro.

         En literatura, en redacción, en adjetivación, pues casi la palabra “bello” está prohibida. Es decir, “aquella tarde era bella” te la tachan, está censurada. “Hermoso” también ya está out. Entonces, buscando yo un adjetivo que expresara más o menos lo mismo, pero que fuera más perdurable, fue el adjetivo “linda”. Pero, además, me di cuenta de que este adjetivo era aplicable a todas las mujeres, no sólo a una. Porque, como dice el dicho, algo así como “¿hay un roto para un descosido?”, o algo así. Para un hombre, independientemente de lo que opinen otros hombres de su mujer, su mujer es linda. Y me di cuenta de que, tanto el lector-hombre como el lector-mujer, se iban a identificar mucho con esa entidad de la mujer linda. Es más, por teléfono, o cuando le das un regalo a una persona, te dicen “ay, qué lindo”. Entonces, a lo mejor va a entrar en decadencia más tarde el adjetivo; pero, por el momento, está muy vigente. He dicho que toda mujer es linda, sí, así es, lo cual nos lleva a una paradoja. Margareth Thatcher no era linda, no era una mujer, no, pues le decían la dama de hierro. Entonces era una robot.

         En ocasiones me resultaba difícil diferenciar la realidad de los sueños, es decir si la vida es sueño, aunque ahora pienso que es un  sueño que pasa rápido. Así que hay que vivirlo lo mejor posible. Sin embargo, en últimas fechas, he preferido vivir la vida con su realidad brutal; quitarle la visión onírica y afrontarla, aunque a veces resulte dolorosa.

         Disfruto mucho las cosas diarias. No sé si porque haya yo conservado demasiado a un niño interior, lo que yo llamo el “yo niño”: que es el que creo que escribe, y a veces el que se expresa en lugar de mí. Pero puedo ir caminando por la calle y me encuentro un tornillo. Otras personas ni lo ven. Yo lo levanto y me lo llevo: y ahora lo tengo ahí en mi casa. Me acuerdo de niño que, cuando ya los centavos, las monedas de un centavo, no valían nada. La gente ya… veías centavos tirados en la calle, por todos lados, y nadie los levantaba. Que es lo que le está pasando ahora a las monedas de diez centavos en México: por todos lados te las encuentras. Entonces yo voy juntando moneditas de diez centavos por todos lados, y de pronto ya tienes un peso. Pero no es para gastármelos, sino porque siento que, como soy supersticioso, siento que esos diez centavitos me van a dar buena fortuna. Bueno, estas son ideas muy infantiles, pero es mi manera de jugar. Y, bueno, mi casa está llena de objetos de todo tipo. Desde una cerámica, no sé, de dos mil dólares o no sé. No sé los precios tampoco. Hasta un sacapuntas desusado, y que le encuentro una belleza especial. Entonces ahí conviven en mi casa objetos de todo tipo.

Guillermo Samperio

Lo dice el reportero