
I
El corazón del atardecer
reposa en la lealtad
de quienes conocen
su hondo silencio.
El abrazo del entendimiento;
ya sin palabras,
solo la sonrisa que confirma
el fruto dulce del encuentro.
Las huellas del presagio
en la luminosa mirada
más allá de cualquier ruido,
extinguiendo las dudas
y los hostiles rumores de la envidia.
Así, en sencilla y dúctil conversación,
las manos mismas sin saberlo
confirman el pacto;
milenario y novedoso
de un compromiso
que ya es fuego
y caudaloso río,
de cumplidas promesas
nacidas en la infancia,
ocultas por décadas,
y conjugadas en sabiduría plena
de un hoy que asume el tiempo.
La marea de la tierra en la piel;
las manos recorriendo
la entrelazada ternura y fuerza
del destino.
Saber escribir el nombre
y decirlo así,
al conjugar los afectos del más allá,
aquí, en las andanzas del día a día.
II
La tertulia sostiene
cada biografía,
reconoce sus laberintos
y también la contemplación
de sus balcones.
Conversar,
es un arte de humanidad,
cuya filosofía advierte
la familiaridad y la extrañeza
en la pátina de la sagacidad compartida
de todo hallazgo.
al pronunciarse
y reconocer la contundencia
del asombro que se renueva.
III
Un Ojo de Agua
cercado de crueles fantasmas
que no ceden en su ambición
de diseñar los escenarios
del fracaso;
las innumerables confrontaciones
de inútiles reclamos
que pretenden horadar
el arte más sutil y valioso de la amistad;
la confianza;
la plática que prodiga
el calor de los afectos.
en la intempestiva ausencia.
Confianza
cuya plenitud es la dicha misma
de los días entrelazados,
en la cordial danza de una cotidianidad
asumida, en su impecable exhibición
de prudencia y audacia entramadas
en el devenir de las tareas y sus rutinas.
IV
Cuando acallamos,
al alzar los brazos,
las manos apuntan a esa altura sin fin
que guarda el secreto de nuestra dimensión
y sus múltiples aristas.
Estas conductas, los caracteres,
atrevimientos y temores por igual;
desconfianza de espeleólogos de la infancia
y certeza de alpinistas del alma
al descubrir la llave de la eternidad
en el territorio de la devoción.
Extraña sacralidad
en el seno del mundanal ruido:
donde los poderes
impregnados de lo inmediato
agonizan.
Rendija:
El puente colgante del humor, donde hemos encontrado el oxígeno necesario para compensar mínimamente, con una mejor actitud, el entorno asfixiante del crimen, la soberbia política y la inmadurez ideológica perenne, ya no es suficiente. La fractura de las élites advierte de una disonancia sistémica: economía y política se desgajan sin ton ni son: la ambición sin límites empoderó la crueldad como instrumento para la rutina de la expoliación social.
Las ideologías desfasadas por la inmersión de una realidad que avasalla en su velocidad digital, y convierte a la multitud en marionetas diurnas y en nocturnos maniquís; al conquistar el territorio de la mente expande el agotamiento existencial que se derrama ya por doquier: ¡Aguas! Sostener la palabra más allá de la imagen, es el desafío: el volumen del ser.





