Once Brothers: la historia de un país separado por el extremismo y dos basquetbolistas amigos

13/08/2013 - 1:00 am

Por David Moreno

Ciudad de México, 13 de agosto (SinEmbargo).– Zagreb Croacia, año 2009. Un tipo alto, barbudo y desgarbado camina por las calles de la ciudad mientras cuenta su historia. La gente le reconoce y le mira con recelo, solo una persona se atreve a acercarse a saludarlo y le pregunta: ¿”Soy el único que te ha reconocido?”, sonriente él responde: “Eres el único que se ha atrevido a acercarse”.

Vlade Divac sabe que hay heridas cuyo proceso de cicatrización es lento, por eso entiende la animadversión que un serbio puede causar en la capital de Croacia. Veinte años atrás las cosas eran diferentes y aún en Zagreb un jugador de Serbia podía ser un ídolo y Divac lo era junto a sus compañeros de un equipo de basquetbol que estaba en camino a ser uno de los más dominantes de la historia: la selección Yugoslava. Un conjunto que giraba en torno a él y a un base de extraordinario juego, un superdotado jugador croata llamado Drazen Petrovic.

Petrovic y Divac son los protagonistas de una de las historias más hermosas y trágicas del baloncesto mundial, la cual es narrada con maestría en Once Brothers, un documental producido por ESPN para la estupenda serie 30/30.

A finales de los años ochenta ambos forjaron una poderosa amistad y se convirtieron en los líderes de un equipo que incluyó a una gran generación de jugadores entre los que se encontraban Toni Kukock, Dino Radja y Dusko Ivanovic. Los yugoslavos, que ya habían dado muestras de su potencial en los Olímpicos de Seúl en los que quedaron terceros, maravillaron al mundo en el europeo de 1989 venciendo a equipos tan poderosos como la URSS (que contaba con un Arvidas Sabonis en todo su esplendor) lo que despertó la atención de la NBA.

Drazen y Vlade, fueron fichados por los Traiblazers de Portland y los Lakers de Los Ángeles respectivamente, convirtiéndose así en los primeros jugadores europeos que, a principios de la última década del siglo pasado, llegarían al basquetbol norteamericano con un solo objetivo: conquistarlo.

Foto: Especial
Foto: Especial

El documental sigue la narración de Divac sobre aquellos años. La amistad forjada con Petrovic en las concentraciones con su selección, se fortalecería más con su migración a América. El inicio de sus respectivas carreras en la NBA fue contrastante: Vlade inmediatamente se ganó, no solamente un lugar en el roster titular de los angelinos, sino que – gracias a su carácter relajado y alegre – encajó perfectamente en el espectacular contexto de la ciudad. Mientras tanto, Drazen luchaba por adaptarse a una ciudad del medio oeste norteamericano y a un equipo en el que no tenía la oportunidad de jugar. Divac se convirtió en el apoyo de su compañero de selección nacional y la amistad entre ambos se fortaleció.

Pero eran años de cambio en Europa y el Mundo y los amigos no estarían a salvo de los mismos. La caída de la llamada “cortina de hierro”, generó transformaciones irreversibles en el bloque oriental europeo, Yugoslavia incluida. Las pugnas étnicas se hicieron cada vez más manifiestas y las divisiones entre croatas y serbios impactaron a los basquetbolistas yugoslavos. Aún así se las arreglaron para jugar juntos y ganar el Campeonato Mundial de Argentina en 1990, venciendo (y dándole una cátedra) a una selección norteamericana liderada por Alonzo Mourning, Christian Laettner y Kenny Anderson.

El documental muestra una escena que sería fundamental para esta historia: durante la celebración un nacionalista croata con una bandera independentista llega hasta la duela. Vlade Divac corre hacía el hombre y le arrebata la insignia. 20 años después, un arrepentido Vlade habla sobre ese momento y argumenta que lo que él quería era mostrar a una Yugoslavia unida, sin nacionalismos, ni extremismos. De regreso a casa los medios serbios lo alaban, los croatas lo despedazan.

Divac confiesa que si hubiese un momento de su carrera que desearía cambiar sería ese. Ahí comienza la separación con su amigo Drazen, quien es cambiado a los Nets de Nueva Jersey y quien deja de hablarle. Lo mismo pasaría con otros de sus compañeros croatas de selección. La brecha se hace aún más grande con la llegada de la violenta guerra de los Balcanes. Las eternas paradojas de la vida se hacen presentes: mientras sus países se destrozan mutuamente, Divac y Petrovic viven los mejores momentos de sus carreras. Sin quererlo, ambos se convierten en un símbolo de sus nacientes naciones, ambos se convierten en un consuelo para los que caen bajo las balas. Los dos son arrastrados por la marea política: su relación se termina por completo.

En 1993, Drazen Petrovic tiene su mejor temporada en la NBA y lleva a los Nets a los Play Off por primera vez en años. Al término de ese gran año, movido por las ganas de dar a su pueblo algunas alegrías, Petrovic regresa a jugar un par de partidos con la selección croata. Cuando éstos se acaban decide volver por carretera de Alemania a Zagreb. Nunca llegaría. La muerte le sorprendería en la parte trasera de un camión que se cruzó por su camino. Dormía, mientras su novia Klara Slatanzy – quien iba al volante – sobrevivía para contar como fueron aquellos fatales instantes. Al otro lado del Atlántico, Vlade Divac se enteraba del trágico final de su ex compañero. Lloraba, pues nunca pudo reconciliarse con quien fue como un hermano.

El filme nos trae de nuevo a Zagreb. Hemos sido testigos del ascenso de Divac y Petrovic. Hemos escuchado a personajes como Jerry West, Magic Jhonson, Larry Bird, Tony Kucok, Dino Radja y Danny Ainge, hablar sobre el talento de esos jugadores, sobre lo que significaron para la NBA, para el basquetbol mundial. Hemos visto los horrores de una guerra brutal y devastadora como la de los Balcanes. Divac ha recorrido miles de kilómetros para contarnos una gran y cruenta historia. Ahora se enfrenta a un momento culminante: la visita a la familia de Drazen Petrovic. La cámara, cuya labor ha sido la de presentar el punto de vista del espectador que acompaña al basquetbolista serbio, se centra en mostrar esa escena en la que la figura de Drazen está siempre presente a través de su ausencia. El momento es emocionalmente apabullante, tanto para los protagonistas del mismo, como para quienes tenemos la fortuna de asistir a la escena a través del filme. Es el cierre de un ciclo, de un relato de gloria y derrota, de vida y de muerte.

Once Brothers cuenta, a través de un caso en particular, la historia de un país que fue separado por el extremismo, el odio y la guerra. Es el relato de cómo los lazos emocionales y fraternales son afectados inevitablemente por el contexto sociopolítico en el que se vive. Y es, ante todo, una mirada tras bambalinas a una de las mejores épocas del basquetbol contemporáneo, a dos de sus protagonistas y al drama al que fueron sometidos aún en los momentos más altos de sus brillantes carreras.

Redacción/SinEmbargo

Redacción/SinEmbargo

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