REVISTA ARTES DE MÉXICO | Hueso de santo

17/02/2018 - 12:03 am

Fragmentos a partir de Fábrica de santos de Tomás Casademunt (Segunda parte)

Por Marco Antonio Murillo

Ciudad de México, 17 de febrero (SinEmbargo).-

Materiales

La mañana en el taller es una ocarina rota.

Sobre la mesa, la figura de un santo

reza por sus artesanos,

pero ellos sólo escuchan un cincel

clavarse en la piedra.

Tomás Casademunt, en Fábrica de Santos. Artes de México, México, 2000.

Pintado y secado

Cuando Tomás Casademunt se acerca a una estatuilla de San Juan de la Cruz, su cámara descubre la experiencia mística de la contemplación, esto es, una extrañeza suscitada en la realidad: “la noche sosegada / en par de los levantes del aurora, / la música callada, / la soledad sonora”, escribió el santo. Precisamente en la sinestesia de los dos últimos heptasílabos surge el encuentro con lo místico; la música amarilla de la aurora se transustancia a la soledad de los amantes y le otorga un carácter de plenitud. Los espacios remullidos, zooms a lo roto o agrietado y la preferencia por la fotografía en blanco y negro que hay en Fábrica de santos, me recuerdan aquellos versos. Lo místico también está construido por medio de la extrañeza. Si en San Juan de la Cruz la aurora contagia de plenitud a los amantes, en las fotografías de Casademunt el afiche de Blue Demon, el televisor descompuesto y los cerillos clásicos con la Venus de Milo, combinados con las imágenes de santos y cristos dan a las fotografías una atmósfera de misterio, que invita al espectador a pensar en el mundo como un purgatorio, donde sólo se puede acceder a lo divino observando detalladamente las figuras que habitan un taller. La cara de San Antonio Abad, por ejemplo: su boca abierta en rictus de eterna expiación, parece decir:

Salmo

Avanza, Señor. Camina, Señor.

Arrástrate lento como los arenales,

enventizcado como la nube que trae la lluvia.

Reubica el río y su puente,

cambia de dirección la suave estampida del viento.

En cada pueblo, habla por el reverso de la luz.

Erosiona la tierra que calzas

y luego pide prestado al atardecer sus guantes sepia,

hasta que vuelva la noche.

Sé la áspera mano, los zapatos rotos,

la tristura del calzado del que se marchó.

Sé el gemelo maldito del que echa raíces

y costura su vida en gris estambre.

Vive donde una chispa y dos ramas se vuelven una casa que arde,

sombra contra el suelo, plática entre amistosos demonios,

fiesta de inesperados familiares.

Así, muestra las cosas que hoy son valiosas;

amansa la dignidad y sus perros furtivos,

extirpa el amor como un dolor de muela

y riega la esperanza que hincha verdemente los andrajosos cactus.

El páramo es el adentro; la ciudad de los otros lo exterior.

Que nadie vea tus palabras.

Actúas en la línea en la que acaba la sombra y empieza la simpleza de la luz.

Convierte la vida en savia, salvia, saliva y por ella habla; ahóganos.

Corta a los hombres cual moradas cebollas; llora:

nada de lo que vive en el reverso del amanecer será eterno.

en Sinembargo al Aire

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