Esta vez, los criminales inauguraron un extremo de la cobardía: de un sólo golpe en el Casino Royale mataron a 42 mujeres. ¿Dónde están los hombres de este país que consideran insoportable que hayan sido asesinadas hijas, madres y abuelas? Porque los otros, los que consideran soportable esa matanza de mujeres es claro dónde están. Si los delincuentes se atrevieron a esa barbarie es porque sabían que frente a ellos no habría, como no hubo, quien opusiera resistencia.
Todos los casinos y lugares similares tienen en sus puertas a “personal de seguridad”. En cualquiera de esos centros de entretenimiento al ciudadano común lo hacen pasar por una revisión. Qué ilusos, a pesar de lo que constatamos en el Bar Bar, creíamos que esos guaruras formaban parte de una barrera: si a todos nos cachean, el peligro disminuye. Lo que vimos el jueves es que si alguien llega armado, el personal de seguridad no opone resistencia. Más todavía, los vigilantes personifican el fracaso institucional. No he encontrado testimonio alguno de un gerente en resistencia, de un guardia que se opusiera; nadie del establecimiento se ganó un balazo por hombría, ninguno protegió a la gente que veía con frecuencia, ningún empleado del casino tuvo lealtad con quienes a final de cuentas hacían posible su salario, ni siquiera porque eran mayoritariamente mujeres.
El acto criminal del jueves pasado no tiene ninguna clase de atenuantes. Por supuesto que si las condiciones de protección civil del casino hubieran sido otras, quizá la tragedia habría enlutado a menos hogares. Como también tiene algo de verdad la trampa retórica de autoridades omisas que, en su afán por escapar de la quemazón, plantean “si el casino hubiera estado cerrado…”. Pero no estaba cerrado y no tenía otras condiciones más que las de una ratonera. Y aunque en ese terreno también deberá llegar el momento de deslindar responsabilidades, y no por “fallas aisladas” sino por un corrompido sistema de permisos, controles y licencias, lo principal es preguntarse si la ciudadanía ya entendió que está sola frente a la descomunal amenaza de los grupos delincuenciales.
Y sola ante las autoridades que han encontrado en la polarización el perfecto reducto para la impunidad y la no rendición de cuentas. A nuestro desacuerdo nacional (Camacho Solís dixit) le queda mínimo un año más. Tendrán que pasar las elecciones presidenciales antes de que haya siquiera la posibilidad de que los gobernantes estén en posición de plantear un pacto en contra de la delincuencia. Hay que recordar que las condiciones sociales y económicas del país también resienten los efectos de una situación de pasmo que, paradójicamente, a los únicos que no socava es a sus causantes: sobre ruinas que día a día son muestra de su incapacidad, políticos y partidos ofrecen que, a diferencia de su contrincante, ellos sí saben qué fue lo que falló en la estructura, y que ya pronto nos ofrecerán la solución. El juego de reproches es una farsa mediática. La filosofía priísta fue adoptada por todos los colores: se atacan pero no se hacen daño. Nada les apura realmente, pues no dejan de recibir dineros, ni de ejercer privilegios; no han visto en riesgo nunca su condición de intocables.
Por eso ofende que en el marco de la matanza del Casino Royale, los políticos en sus blackberrys y en avatares usados en las redes sociales pongan moños negros. ¿Ellos están de luto? ¿Quién les va a creer que les duele? “Pongamos orden en nuestras instituciones, a través de reformas que les den vigencia y renueven la confianza ciudadana”, publicó @MFBeltronesen Twitter. ¿Tienen credibilidad esas palabras? ¿Tiene sentido el desfile de voces de gobernantes y funcionarios públicos en los medios de comunicación la mañana de este lunes llamando a la reflexión, pidiendo que no nos acostumbremos a esto, diciendo ellos ya basta? Porque el presidente Felipe Calderón es el primero que tendrá que demostrar que su discurso del viernes no fue uno más.
Hace poco, una escritora colombiana corregía a su interlocutor: “lo que pasa es que cuando ustedes aquí en México hablan de que ‘Colombia esto’ o ‘Colombia lo otro’ se equivocan. Colombia ya no existe. Claro que hay avances y mejoras en Bogotá o Cali, claro que hay un hermoso micro universo amurallado en Cartagena. Pero fuera de eso, hay una crisis de marginalidad y deterioro, en regiones enteras, causada sobre todo por el caso de millones de desplazados, por toda esa gente que tuvo que huir de zonas donde no había gobierno”.
La colombiana agregaba que quizá lo único bueno tras el gobierno de Uribe es que ya a nadie en su país le quedó duda de que la guerrilla era pura y llanamente narcoterrorista. ¿Será que la única cosa positiva que podamos sacar de la muerte de 52 mexicanos es que la barbarie de los criminales no merece ya ninguna clase de explicación, nada de que vivieron falta de oportunidades, nada de que el sistema los orilló a eso? No vaya a ocurrir que en realidad lo que saquemos de conclusión es que México ya no existe, que acaso sólo hay enclaves donde la violencia no es tan visible, pero que todo lo demás en el país es una quemazón donde nadie defiende a las mujeres, donde todos estamos solos mientras los gobernantes inventan excusas, enarbolan condolencias sentados sobre los escombros, con sus cheques intactos y su agenda lista para lo único que les importa, volver a ir a elecciones donde se atacarán pero no se dañarán.




