Un grupo de notables hizo publicar el día de ayer un manifiesto en el que se asegura que urgen cambios legales para posibilitar una “coalición de gobierno basada en un acuerdo programático explícito, responsable y controlable, cuya ejecución sea compartida por quienes lo suscriban”. Tanto los nombres de muchos de los políticos que suscriben ese desplegado, el punto de diagnóstico del que parten, así como la ausencia de otras voces entre los firmantes deberían provocar la reflexión sobre si lo que falta es una evolución (como la que plantean) o una revolución institucional.
La proclama sostiene entre otras cosas que:
“Hemos construido el pluralismo democrático en el Congreso pero no en el gobierno. Debemos dar los pasos que faltan para superar esta contradicción y consolidar nuestra democracia constitucional.
“El ejercicio del poder en la pluralidad implica la cooperación de las fuerzas políticas.
“Para consolidar la democracia constitucional es necesario que el Congreso y el gobierno funcionen de manera armoniosa.
“Es necesaria una interlocución permanente y constructiva entre el Congreso y el gobierno, porque ambos son órganos de la soberanía popular.
“Queremos un sistema político que haga compatibles las diferencias propias de una democracia y las conductas cooperativas propias de una república.
“El programa de gobierno debe contar con apoyo mayoritario de los representantes de la Nación”.
Ya habrá expertos que sentencien la compatibilidad del sistema político mexicano con esto que se propone en términos generales como un modelo de “Coalición”. Pero creo que es necesario apuntar dos cosas de arranque. Primero. Después de once años de panismo en el poder ya no está tan claro que lo que no funciona son los tableros con los controles de mando, el entramado institucional pues. Si bien es cierto que los priístas tenían otros mecanismos metaconstitucionales o complementarios, de los cuales echaban mano para asegurar la gobernabilidad, también lo es que antes de cambiar los ejes de la política interna debería tenerse claro cuanto de lo que no camina hoy es porque en Gobernación, por mencionar tan sólo una instancia del Ejecutivo, hay (y ha habido a lo largo de dos sexenios) pilotos que están lejos de las alturas que demanda la situación (entre ellos, uno de los firmantes del desplegado, por cierto). El segundo punto no es retrospectivo. Si lo que se quiere es contener el estilo de avasallamiento que tanto ha practicado Peña Nieto en la Cámara de Diputados, pues no suena nada mal el diseñar esos diques que obliguen al mexiquense a algo que no sabemos si alguna vez quisiera: cohabitar y negociar con los que no piensan como él.
Sin embargo, incluso si se da por bueno el diagnóstico de que urge una reformulación institucional en el sentido que se propone en el desplegado, la siguiente cuestión es preguntarse ¿y por qué algunos de los políticos que se han beneficiado durante décadas del sistema ahora deben ser quienes diseñen las ‘mejoras’ al mismo. Dicho de otra manera: luego de dos sexenios panistas fallidos, y otros tantos priístas (el atraso económico y social de hoy, el deterioro institucional en la justicia, la falta de equidad, en fin, esas condiciones son cosa que datan de más de 40 años), como por qué hay que dar credibilidad a los Manlio, Camacho, Ebrard, Labastida, González Morfín, Creel, y demás profesionales de la política.
Supongo que los intelectuales que decidieron aliarse en esta proclama con los políticos que la suscriben lo hacen a partir del más mínimo acto de pragmatismo, resignados a que, para usar un término coloquial, con esos bueyes hay que arar. Pero no debería dejarse sin reflexión esa circunstancia: ¿Dónde están los nuevos liderazgos políticos? ¿Estamos condenados a esos protagonistas de la política por los próximos 20 años, por decir algo? ¿Los políticos de hoy son los de mañana? (Esos políticos de “hoy” en realidad son del ayer: llevan tres decenios en el escenario. Sólo por mencionar dos ejemplos: en 1982, Manlio Fabio se convirtió en diputado federal y Camacho en subsecretario junto a Carlos Salinas).
La propuesta, quizá, podría significar un paso evolutivo en nuestro sistema, pero me queda claro que no es un paso revolucionario. No uno que abra novedosos caminos, que intente nuevos paradigmas. Pueden ser arreglos que liberen al sistema de algunas tensiones, pero no veo cómo estas medidas tracen pistas para acuerdos democráticos de gran calado si sus protagonistas son actores políticos, entre ellos algunos de los firmantes, que precisamente han brillado en la trabazón que padece el sistema. Los actores de hace mucho nos dicen hoy que tienen una solución. Veremos si, contra toda lógica, los que hasta hoy no han podido llevar a México más lejos han de ser capaces, por fin, de hacerlo.




