Mientras los priístas estaban de vacaciones y la izquierda se aprestaba para ejecutar su enésima escaramuza intestina, el sexenio del presidente Felipe Calderón Hinojosa terminó el 29 de julio de 2011: la publicación de las cifras que reflejan el aumento de la pobreza entre 2008 y 2010 desmontan cualquier intento por mantener un discurso donde esta administración marque el ritmo del tiempo presente y menos del futuro. Ha llegado el momento de dar paso a la narrativa electoral, pues el gobierno perdió su capacidad para generar expectativas en una de las pocas zonas en que aún tenía credibilidad: su performance económico.
Hace unos meses, cuando el liderazgo de los priístas en las encuestas ya no era noticia, un alto funcionario panista explicaba que su partido no tendría problemas para ser competitivo en las elecciones presidenciales, pues antes de la votación de julio próximo habría año y medio de buena marcha económica para México. Y no se vale culpar a Grecia o a Estados Unidos de que ahora tampoco esa materia pueda ser exhibida como ejemplar por el eventual candidato blanquiazul. La crisis externa no explica el magro crecimiento de los últimos años, pero menos aún el real deterioro de la calidad de vida de 3 millones 200 mil mexicanos más que hoy son pobres.
Los secretarios de Estado que salieron el viernes pasado a culpar a la crisis internacional del retroceso –y en el colmo, a cuestionar la metodología de la encuesta del INEGI en la que se basó el Coneval— saben, porque todos lo hemos visto en la caída anticipada del presidente Rodríguez Zapatero en España, que a los gobiernos no se les juzga por cuánto aminoraron el peor escenario, sino por si lograron o no encontrar soluciones a los retos.
Aplicar la fuerza y recursos del Estado para frenar el crecimiento de la pobreza fue el primero de los diez puntos que el presidente Calderón planteó el 2 de septiembre de 2009, cuando quiso relanzar su gobierno con un decálogo cuyo cumplimiento podemos calificar como lejano al satisfactorio: varios de los puntos, diría un amigo, “se cumplieron a medias”, si es que tal calificación existe. La cobertura universal de salud y acaso la poda administrativa son los dos renglones de ese prontuario en que más se avanzó, pero califiquen ustedes mismos la nota que merece el gobierno en los otros siete puntos, tomados de un texto publicado en esa fecha por El Universal:
“Alcanzar una educación de calidad y superar el marasmo de intereses a fin de que la educación sea la puerta grande para salir de la pobreza".
“Una reforma profunda a las finanzas públicas para hacer más con menos. El gobierno será el primero en poner el ejemplo en la racionalidad del gasto. El gobierno no pedirá un esfuerzo que él mismo antes no haya hecho. Además, lograr reformas para reducir la evasión fiscal, tener una mayor recaudación aumentando la base gravable".
“Una reforma económica de fondo para lograr una economía más competitiva, lo que implica una nueva generación de reformas al sector energético. El objetivo es una transformación de raíz en contra de los privilegios y a favor de la transparencia. Una segunda generación de reformas en la industria petrolera".
“Una reforma al sector de telecomunicaciones para lograr la competencia y la convergencia".
“Una reforma laboral que fortalezca los derechos de los trabajadores".
“Profundizar y ampliar la lucha frontal contra el crimen organizado y enfocar principalmente el fortalecimiento de acciones contra delitos como el robo, la extorsión y el secuestro".
“Emprender una reforma política de fondo que incluye a la electoral en donde se dejaron algunos pendientes. El objetivo es plantearnos si el actual sistema político permite procesar los conflictos. Pasar del sufragio efectivo a la democracia efectiva. Un sistema político que haga de manera correcta la corresponsabilidad entre los tres poderes y los tres órdenes de gobierno”.
El puro repaso del decálogo nos ayuda a ver el futuro que no llegó. Y permítaseme la poca esperanza de que la reforma política o la laboral, que supuestamente todavía emprenderán los legisladores, logre satisfacer lo planteado por el Presidente hace casi dos años.
Si el gobierno federal entiende que su tiempo ya pasó –y que ya la historia juzgará los matices que hoy no podemos apreciar– quizá los panistas tengan margen para construir un candidato y un planteamiento que vuelva a ser atractivo para los electores no tan desencantados de los dos sexenios del PAN. Si no, si el Presidente sigue de protagonista, cada muerto de la guerra anticrimen, cada dato de una renqueante economía, cada indicador mediocre en lo social y cada atorón en lo político, reforzará la idea de que esto no funcionó y que hay que buscar políticos de otro color para el sexenio que comienza en diciembre de 2012.




