Ana Lilia Pérez expone en El cuerpo perfecto los riesgos para la salud que representa el “boom” de las cirugías estéticas “con la finalidad de que se tomen decisiones informadas y se extremen precauciones antes de buscar hacerse ‘a la medida’”. La periodista expone estos peligros “antes de tomar una jeringa e inyectarse cualquier sustancia, o de someterse a procedimientos que, quizá como un espejismo, prometen ‘una mejor versión de sí mismo”. SinEmbargo reproduce en exclusiva para sus lectores un fragmento de esta obra periodística.
Ciudad de México, 22 de noviembre (SinEmbargo).– México es desde hace algunos años un amplio mercado para el “turismo estético”, que se caracteriza por armar paquetes que incluyen la intervención o procedimiento, traslados, cuidados posoperatorios en casas de descanso o recuperación y, en general, toda la estadía: “son combos ‘todo incluido’, como los vacacionales”, escribe la periodista Ana Lilia Pérez en su nuevo libro El cuerpo perfecto (Grijalbo), una investigación sobre la industria global de las cirugías y procedimientos estéticos.
“Las clínicas, spas, pero también casas o departamentos adaptados como supuestos ‘centros de aesthetic’ y hasta la estilista con el local más modesto comenzaron a ofrecer en México paquetes y alternativas de “embellecimiento”, como en Colombia, y nuestro país rápidamente se convirtió en uno de los mayores oferentes de cirugías y procedimientos estéticos en el mundo”, escribe la columnista de SinEmbargo.
Ana Lilia Pérez sostiene en ese sentido cómo “la búsqueda del reconocimiento, la ilusión por la popularidad y con ello el prometido ‘paraíso’ va más allá de los senos: lleva a cambiarse el rostro, estirarse los ojos, levantarse la nariz, quitarse el interior de las mejillas, liposuccionarse, rellenarse lo que haya que rellenar, recortarse lo que haya que recortar, levantar, acomodar, estirar, moldear, ‘corregir’, ‘tunearse’... según el estereotipo de moda, las “tendencias” de cuerpo y rostro socialmente ‘perfectos’, mediáticamente ‘ideales”.
“La indagatoria periodística de estas prácticas me llevó a un medio donde abunda la charlatanería, el engaño, el riesgo, el lucro voraz y el intrusismo que en ocasiones raya en la criminalidad por parte de quienes les hacen creer a sus pacientes —clientes, víctimas— lo que no es ni será”, apuntó.
Y puntualizó en ese sentido: “Los riesgos para la salud que aquí se exponen se presentan desde la óptica de la investigación periodística, con la finalidad de que se tomen decisiones informadas y se extremen precauciones antes de buscar hacerse ‘a la medida’. Antes de tomar una jeringa e inyectarse cualquier sustancia, o de someterse a procedimientos que, quizá como un espejismo, prometen ‘una mejor versión de sí mismo’”.
SinEmbargo reproduce en exclusiva para sus lectores un fragmento de El cuerpo perfecto, de Ana Lilia Pérez, con permiso de la autora y de Penguin Random House Grupo Editorial.
***
Introducción
Elisabeth Sparkle no había reparado en su edad hasta que, justo el día en que enfundada en mallas y leotardo en su cumpleaños 50, se entera de que los ejecutivos del programa de televisión de rutinas fitness del que ella es la estrella están buscando a una sustituta, alguien “joven”. Desesperada, cae en manos de un médico que le ofrece la posibilidad de hacer “una mejor versión” de ella: su otra “yo”, pero sin arrugas en el rostro, sin grietas ni flacidez en los labios, con los glúteos levantados, sin celulitis en las piernas, sin rastro de edad, y todo esto con solo inyectarse una peculiar sustancia.
Frente al espejo, Andy, el mánager del púgil Esteban la Máquina Osuna, toma una jeringa y se inyecta los labios una y otra vez; pasa largo tiempo en una cama de bronceado, sumerge sus desnudos pies en peceras donde los ávidos Garra rufa comerán las células muertas de su piel (ictioterapia). Aun cuando su rostro ha perdido toda gesticulación como consecuencia de tanta cirugía y rellenos, él quiere seguirse rellenando, y cada que se mira se en cuentra algo más que “corregir”.
Aunque las referencias anteriores —personajes de una película y de una miniserie— suenan exageradas, fantasiosas, lo cierto es que delinean preocupaciones y obsesiones no tan distantes de lo que una buena parte de la población en el mundo y en diversos estratos sociales experimenta actualmente: en tiempos en los que la hipervirtualidad y las redes sociales, convertidas en la adicción del siglo, han instalado un ideal de vida, de imagen, de rostro y de cuerpo desvirtuado, cada vez más distante de la realidad, creando la necesidad de que se materialice a costa de lo que sea.
Este no es un libro sobre cine; tampoco contará el libreto de una película o serie de televisión. Esta es una investigación periodística acerca de la sociedad del siglo XXI, obsesionada con los cánones y estereotipos de “belleza”, inalcanzables de manera “natural” y solo producidos mediante procedimientos estéticos con o sin bisturí.
Mis primeros pasos en la investigación del tema remiten a una época en que las intervenciones estéticas, con o sin bisturí, comenzaron a popularizarse y generalizarse hasta volverse más visibles, extendidas y habituales. Se percibían, en teoría, como más accesibles en términos económicos, aunque no siempre menos riesgosas, pues en ocasiones se realizaban de forma clandestina y surgían complicaciones derivadas del intrusismo.
Suele decirse que los temas a veces le llegan al periodista de forma casi fortuita. Es la vida la que nos coloca frente a asuntos que, en determinado momento, decidimos indagar a profundidad. En este caso, fueron diversas emergencias clínicas las que casualmente me acercaron al problema que me propuse investigar para este libro.
Las largas jornadas de trabajo, cuando me desempeñaba como reportera para revistas, conllevaban un estrés que parecería “normal”: inexorable para quienes nos adentramos a investigar la corrupción, el crimen organizado y sus vínculos en la política. La consecuencia se materializó en una gastritis aguda que en repetidas ocasiones me llevó a varios hospitales y consultorios en diversas entidades del país.
En una de mis recaídas, la atención médica más cercana la encontré en el consultorio privado de un médico de origen colombiano asentado hacía ya décadas en México. Muchos años después, este se haría conocido mediáticamente cuando enfrentó a los extorsionadores de la zona, que se decían parte del temible grupo criminal La Familia Michoacana.
En aquel consultorio del médico colombiano busqué atención a una de las tantas crisis de mi gastritis, y uno de esos días, mientras el suero y los medicamentos fluían lento por las venas, escuché a la enfermera en turno explicarle a otra mujer, que allí yacía, que habían comenzado a ofrecer procedimientos estéticos, detallándole las promociones y paquetes especiales “a bajo costo”.
Se trataba de un simple establecimiento de medicina general. El lugar ni siquiera estaba suficientemente habilitado para atender padecimientos clínicos de primer nivel, (1) mucho menos estaba acondicionado para cirugías de esa naturaleza. No tenía especialistas, ni la infraestructura ni las condiciones de asepsia mínimas. Apenas ponía uno un pie en el umbral de la puerta principal, se podía escuchar el canturreo de gallos de pelea en jaulas sobre los camellones aledaños, originalmente diseñados con uno que otro árbol y alguna que otra planta. Alguien más tenía conejos que de cuando en cuando azuzaban a los perros callejeros.
El ofrecimiento me sorprendió tanto por las condiciones del lugar como por el “bajo costo” que tanto se enfatizaba. Esto me hizo reflexionar en que los procedimientos estéticos, poco a poco, se habían ido popularizando en barrios y colonias de todo tipo, muchos sin infraestructura apropiada, a ojos cerrados o bajo la connivencia de las autoridades.
Por aquellos años, la televisión transmitía Sin senos no hay paraíso, una serie colombiana muy popular en la que las jóvenes hacían cualquier cosa para conseguir dinero y pagar sus implantes de senos; en su imaginario, estos les garantizarían el acceso al “paraíso”: una vida de riqueza y lujo como parejas o acompañantes de narcotraficantes adinerados. A estas jóvenes se las llamaba “prepago”, aludiendo a que sus “clientes” pagaban por adelantado por su compañía o servicios, como si se tratase de tiempo aire para el celular; así, ellas eran un producto o servicio comercializado de forma sistematizada dentro de ese mundo.
En esta trama telenovelesca, adaptación de la novela homónima del escritor Gustavo Bolívar, algunos episodios contaron los estragos de los procedimientos estéticos o el rechazo del cuerpo a los implantes.
Las clínicas, spas, pero también casas o departamentos adaptados como supuestos “centros de aesthetic” y hasta la estilista con el local más modesto comenzaron a ofrecer en México paquetes y alternativas de “embellecimiento”, como en Colombia, y nuestro país rápidamente se convirtió en uno de los mayores oferentes de cirugías y procedimientos estéticos en el mundo. Desde hace ya algunos años, es un amplio mercado para el denominado turismo estético, que se caracteriza por armar paquetes que incluyen la intervención o procedimiento, traslados, cuidados posoperatorios en casas de descanso o recuperación y, en general, toda la estadía: son combos “todo incluido”, como los vacacionales.
Aquellos años comenzaba a hacerse cada vez más frecuente también que, al acudir a algún salón de belleza a hacerse un mínimo arreglo de cabello o manicura, el o la estilista le susurrara a su clienta, que le comentara de manera casual, mientras le lavaba, alaciaba o rizaba el cabello, o mientras le limaba las uñas, que les habían llegado unas “ampolletitas” que casi mágicamente podían adelgazar las mejillas y resaltar los pómulos, eliminar aquellas molestas arrugas naturales de la edad (pero que debían retrasarse o evitarse a toda costa) o rellenar o moldear cualquier parte del cuerpo; que allí mismo podía aplicarse el pinchazo, ¡y listo!
¿Para qué desgastarse tantas horas en un gimnasio o matarse de hambre con las dietas si existían las mágicas ampolletas?
Aquellos ofrecimientos despertaron en la reportera la inquietud por indagar el tema, cavilando sobre los riesgos de ese tipo de negocios, de sus procedimientos y las sustancias empleadas. Las posteriores investigaciones periodísticas relacionadas con el sector salud que desarrollé me llevaron a conocer a personas afectadas por las secuelas de procedimientos que, en muchas ocasiones, fueron practi cados por quienes ni médicos eran o por el tipo de compuestos que se usaron.
Al cabo de los años —ya en tiempos de redes sociales, selfies, filtros, la snapchatmanía, el efecto Zoom, la obsesión por el blanqueamiento de la piel, el skincare tiktokero, la ozempicmanía, el idolatrado cuerpo Kardashian, los Russian lips, el hagaloqueledigaelinfluencer o los tutoriales para el hágalo usted mismo—, los procedimientos estéticos, con o sin bisturí, viven un auge en todo el mundo. Sus impactos negativos también.
La búsqueda del reconocimiento, la ilusión por la popularidad y con ello el prometido “paraíso” va más allá de los senos: lleva a cambiarse el rostro, estirarse los ojos, levantarse la nariz, quitarse el interior de las mejillas, liposuccionarse, rellenarse lo que haya que rellenar, recortarse lo que haya que recortar, levantar, acomodar, estirar, moldear, “corregir”, “tunearse”... según el estereotipo de moda, las “tendencias” de cuerpo y rostro socialmente “perfectos”, mediáticamente “ideales”.
La indagatoria periodística de estas prácticas me llevó a un medio donde abunda la charlatanería, el engaño, el riesgo, el lucro voraz y el intrusismo que en ocasiones raya en la criminalidad por parte de quienes les hacen creer a sus pacientes —clientes, víctimas— lo que no es ni será.
Les venden una idea de perfección que en realidad no tendrán, los exponen de manera irresponsable a situacio nes riesgosas para su salud, que en su mayor lesividad pueden conducirlos a la muerte.
Este se ha convertido en un asunto de salud pública.
Anualmente millones de personas en el mundo se someten a intervenciones y procedimientos con o sin bisturí y otros tratamientos estéticos, pero en muchas ocasiones lo hacen sin conocer los riesgos. Les puede tocar descubrirlos al padecer los estragos, al caer en manos de “esteticistas” que irresponsablemente llegan a “modelarles” el cuerpo con venenos; o en manos de intrusistas, quienes en su afán de ganancia y lucro sacrifican a su paciente —cliente, víctima— y criminalmente ocultan su negligencia.
Desconocen si su insatisfacción, desagrado o malestar con su imagen, que los impulsó a correr en búsqueda de un relleno o bisturí, es simple descontento o pudiera provenir de una condición de índole mental que requiere otro tipo de tratamiento.
Los riesgos para la salud que aquí se exponen se presentan desde la óptica de la investigación periodística, con la finalidad de que se tomen decisiones informadas y se extremen precauciones antes de buscar hacerse “a la medida”. Antes de tomar una jeringa e inyectarse cualquier sustancia, o de someterse a procedimientos que, quizá como un espejismo, prometen “una mejor versión de sí mismo”.
***
Según los criterios de las autoridades de salud, las unidades de primer nivel otorgan atención ambulatoria, que puede ser general. En dichas unidades inicia el primer contacto con los pacientes. Las de segundo nivel son las que brindan atención hospitalaria más especializada y de urgencias. Y las de tercer nivel otorgan atención médica hospitalaria de alta es pecialización en instalaciones con equipamiento igualmente de alta espe cialidad.






