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Se cumplen 26 años de la llegada del nuevo milenio de la era moderna en la humanidad. Aquel diciembre de 1999 cerraba con un ambiente de expectativa porque presenciaríamos algo que sólo una generación mil años atrás había logrado: transitar no sólo de una centuria a otra, sino de algo mayor.
Acorde a los tiempos, donde pese a la brecha digital ya el Internet era una plataforma utilizada por muchos, la amenaza de entonces era un famoso error cibernético que, presuntamente, anularía la memoria de las computadoras, confundidas por el cambio de dígitos del 99 al 00, a menos que, claro, adquirieras un disquete que te prevendría de tal contingencia.
El año 2000 abriría otra era, donde en América Latina se consolidaría como espacio del libre mercado luego del decenio posterior a la caída soviética y la preeminencia unipolar de los Estados Unidos en la región. Cuba o el EZLN serían reliquias trasnochadas y no impugnaciones políticas que niegan la eficiencia pregonada del sistema de mercado.
No se avizoraba la oleada del giro a la izquierda latinoamericano, ese que, desde luego, confirmó que el sistema capitalista no estaba invicto y que había formas, menos o más exitosas, de hacer frente a la organización social de forma alternativa y con estados participativos en la vida económica.
Tampoco se anticipaba el cambio del paradigma mundial tras el atentado a las torres gemelas en Nueva York un año y medio después, el 11 de septiembre de 2001, que no sólo reestructuró la geopolítica mundial y el concepto de seguridad nacional, sino también cimbraría raíces ideológicas centenarias, como que las ultraderechas mundiales dejarían en segundo término su centenaria judeofobia para que su nuevo odio se centrara contra el mundo árabe, pulsión racista que hoy, 25 años después, usufructúa el criminal Benjamin Mileikowski para que las derechas radicales hoy vean con beneplácito el genocidio que el estado de Israel perpetra contra Palestina.
En México, el año 2000 en puerta tenía un debate intenso sobre cómo la democracia avanzaba poco a poco en el país, pese a 70 años de priismo, sobre todo tras la histórica elección de 1997 (que quitó por primera vez la mayoría al PRI en la cámara de diputados), y que sólo nos faltaba la alternancia, a la par de algunas reformas económicas más, para que ahora sí mudásemos al primer mundo, y a la prosperidad. Los estudiantes de la UNAM se exponían en medios como una anomalía de fósiles, y no como los jóvenes movilizados para oponerse a una privatización abierta de la máxima casa de estudios, cuyos promotores amenazaban (como lo harían 10 años después los agoreros de la privatización petrolera) con que si no ocurría tal privatización la institución estallaría.
Poco después llegó a México la alternancia, pero no el cambio. El aumento de la pobreza era una constante en la era neoliberal y el primer Gobierno no priista no sólo mantuvo inercias económicas librecambistas, sino que mantuvo a su modo el autoritarismo, cuando intentó meter a la cárcel a un inocente por el delito de ir arriba en las encuestas.
El año 2000 se anunciaba como promisorio contra la pobreza. Pero tal combate sólo se logró un cuarto de siglo después, cuando el inocente que el foxismo iba a meter a la cárcel llegó a la Presidencia luego de casi dos décadas de brega, inició un cambio económico que sacó de la pobreza a 13 millones de personas.
Si algo se desea para este año es que esa inercia prosiga, a la par de que se reduzca la violencia en el país, para que más o menos se pueda empezar a asentar una promesa incumplida que nos hacía prometedor el nuevo milenio. Hoy, casi tres décadas después, la promesa sigue vigente, pero hay menos nubarrones en el horizonte.





