Susan Crowley

Cada quien su Navidad

"La Navidad es la prórroga que se ofrece para ser felices. Bailar, comer, gastar, olvidar los problemas, dejar a un lado las deudas, las tristezas y las pérdidas. La carga de recuerdos queda a un lado entre tanta excitación o vienen a cuento después del ponche con piquete".

Susan Crowley

27/12/2025 - 12:04 am

Navidad
Decenas de personas visitan el Festival de Luces de Invierno 2025 en la plancha del Zócalo de la CdMx con motivo de las fiestas decembrinas. Foto: Andrea Murcia, Cuartoscuro

En la era más polarizada de la historia, viene la Navidad a confirmarnos que por más que intentemos matizar y encontrar los grises y claroscuros, nos manifestamos binariamente. Hay dos bandos muy claros: los que aman y los que odiamos la Navidad. Mi mamá era de las que la amaban, yo me pasaba contradiciendo su efervescencia navideña desde noviembre.

No hablaré mucho del bando de los odiadores, más bien sirva esta columna para describir a los que la aman y así poder entender por qué existimos odiadores profesionales. Pero hoy que extraño a mi madre encuentro una razón por la que esta fiesta puede ser un momento de posible redención. Mientras llego a la conclusión, suplico que no por esta legítima fobia se me relacione con el estereotipado y antipático Grinch. Agradeceré que en todo caso se me compare con Scrooge, un adorable, avaro y amargado personaje creado por el genial escritor Charles Dickens. Ambos, autor y personaje, tenían muchas razones para no ser felices durante la Navidad.

La alegría inusitada que lleva deseos, esperanzas y anhelos es como un archivo de frases de Hallmark, una incansable tendencia a poetizar que se da vuelo en esta época. Los gozosos suelen vestir prendas temáticas que salen del clóset y que han sido acumuladas por años; la navidad es una moda definida y atemporal. Se manifiesta básicamente en sudaderas y suéteres que lucen atiborrados de blancos copos de nieve sobre fondos rojos. Hay cualquier diversidad de apliques de pinos con esferitas y renos de narices rojas. El tan popular muñeco de nieve que, conforme se acumulan los eventos, cócteles de oficina y reuniones familiares, hasta la cena del 24, va creciendo desmedidamente a la par que el diámetro de la cintura. Como una variante e innovación inesperada, me topé con un modelo de suéter negro con copos blancos. Me pareció hasta cierto punto discreto. Cuando el portador giró hacia mí, pude ver en su pecho a Darth Vader navideño con gorro de Santa Claus. Sincretismo, le dicen.

Hay quienes no satisfechos con el derroche de imaginación de sus atuendos, agregan gorros tipo Papa Noel en rojo y verde, colocados coquetamente de lado. Las diversas y cada vez más ostentosas diademas se han vuelto unisex. Ellos cuidando el perfecto engominado y ellas sobre el fleco redondeado a lo Lucerito ochentero. Las hay de estrellitas, de escarchas multicolores con forma de nochebuenas. La más atrevida es la de cuernos de alce que, a pesar de prestarse a todo tipo de suspicacias y bromas acerca de la cornucopia del portador y su compadre, son llevadas con gracia y dignidad. No olvidemos los pijamas navideños, la ropa interior de señora Close erótica, las trusas con venado o Santa en la abertura frontal. También se pueden adquirir condones festivos por sí la sexy lencería llega a provocar. La felicidad navideña incluso llega a los autos con cuernos gigantes que transitan ufanos por las calles.

Es cierto que en cada caja embodegada, entre las esferas, adornos y nochebuenas empolvadas existen también los recuerdos; el recuento de los años crece conforme se adquieren manteles, centros de mesa, series de luces. Las tapaderas para el escusado son la muestra de que en esta fiesta no hay descuido.

Si se ama la Navidad y nada derrota ese sentimiento, es obligatoria la acostumbrada sobredosis lacrimógena de películas, casi todas gringas, donde los personajes se someten a las más diversas pruebas de “otredad”, fórmula más que probada para desahogar nostalgias. Cuesta trabajo encontrar un sitio en el que no se escuchen los villancicos, una especie de playlist obligada. Desde Frank Sinatra hasta Tatiana, con acompañamiento de cascabeles y orquesta sinfónica. Son las mismas y se repiten hasta la saciedad. Especialmente en los elevadores el volumen aumenta para incrementar la emoción. No falla quien canta y baila al ritmo de jingle bell rock.

La Navidad es la prórroga que se ofrece para ser felices. Bailar, comer, gastar, olvidar los problemas, dejar a un lado las deudas, las tristezas y las pérdidas. La carga de recuerdos queda a un lado entre tanta excitación o vienen a cuento después del ponche con piquete.

Es el momento de agradecer, de proponer y también de posponer. Es el tiempo adecuado para amar y desear el bien al otro. Es desde el principio de la era cristiana, el ritual que une a las familias, es tribal y es la oportunidad de mostrar la pertenencia y, como lo indica la fe, la oportunidad de perdonar los errores del otro. Es una especie de gracia; los valores trascendentes se imponen por encima de los intereses mezquinos. El hogar, nuestra casa, es el sitio en el que se establece la posibilidad de celebrar ese vínculo. Los códigos de identidad son una razón para festejar; son símbolos que se transmiten por generaciones. ¿En qué se relaciona esto con el consumismo y el suéter con esferitas?

Traté mil veces de convencer a mi madre de que la Navidad es un invento comercial que chantajea y manipula los sentimientos con el único objetivo de vender. Ella siempre me miró con compasión y continuaba con los preparativos del pavo que era una verdadera faena. La confección implicaba por lo menos dos semanas de encierro en la cocina más la puesta del árbol, la compra de regalos y envolverlos que no era poca cosa. Siendo una familia grande que se multiplicó con los matrimonios, los divorcios y los nietos y ahora sus parejas e hijos, también nos dispersamos. Una buena razón para reunirse fue la fiesta navideña y mi mamá constituyó el centro. Hoy, que no está, me hace reflexionar sobre dónde colocar el acento de las cosas importantes; esas manifestaciones, para mí de mal gusto, eran para ella simplemente la dicha de vivir y encontrar los motivos.

A Susana le encantaba la Navidad. Sin importar los altibajos económicos, que fueron muchos y se hacían más obvios en estas fechas, un momento de ternura y un abrazo auténtico, ponían las cosas en su sitio, las triviales y las importantes. Hoy la extraño y le agradezco que, a pesar de su ausencia y por el enorme amor a ella, lleguemos a la segunda Navidad, en la que sin duda ella sigue siendo el centro, y nos volvamos a reunir. Pienso en todos aquellos que ostentan el espíritu navideño y quiero decirles que para mí, la Navidad es Susana. Juntos, los seis hermanos y sus parejas, los ex y los que vendrán; los nietos y bisnietos, celebramos su legado y su amor, no sólo por esta, para mí, contradictoria fecha; también festejamos por toda una vida con ella. Más allá del consumismo o del dispendio, esta Navidad ha sido una forma de mantener viva a Susana.@Suscrowley

Susan Crowley

Susan Crowley

Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

Lo dice el reportero