Hay un nuevo rostro en la galería mexicana del horror. María Herrera ya se nos metió en la cabeza. Perdimos una nueva inocencia, ya no podemos hacernos los que no sabemos que la delincuencia violentó a Pajacuarán, el pequeño pueblo michoacano de doña María, donde los criminales han dejado 19 ausencias, seis de ellas parientes de María Herrera, cuatro sus hijos Jesús, Raúl, Gustavo y Luis Armando. El problema es que doña María se unió a la Caravana del Consuelo de Javier Sicilia y le renació la esperanza de que puede haber justicia. La cuestión es que habló frente al presidente Calderón y cree que por fin avanzará el expediente que en meses ha acumulado polvo. ¿Qué vamos a hacer si el Estado mexicano no le cumple?
Lo escribo en plural porque doña María fue la que nos incluyó a usted y a mí: el jueves en la noche que la entrevisté dijo: “sé que mi grito de dolor ha sido escuchado, y espero el apoyo de toda la ciudadanía, porque este grito se escuchó a los cuatro vientos”. Espera apoyo. Que le ayudemos a encontrar a Jesús y Raúl, secuestrados en Guerrero en 2008. A localizar a Gustavo y Luis Armando, secuestrados en Veracruz en 2010. Que hagamos algo para que aparezcan su sobrino, y el esposo de su nieta… y 13 pajacuarenses más, y cientos de mexicanos de muchas otras poblaciones.
Cuando estaban por cumplirse dos meses del asesinato de Juan Francisco Sicilia, y tras una presión social descomunal, la Policía Federal presentó el 25 de mayo pasado al principal sospechoso de quitarle la vida al hijo del poeta y otras seis personas en Morelos. El éxito policiaco, porque falta el largo proceso de la justicia, es al mismo tiempo encomiable e insuficiente. Parafraseando a otra de las 23 víctimas que estuvo en el alcázar del Castillo de Chapultepec el jueves: ¿cuándo va a llegar el esclarecimiento para los muertos de los que no tienen apellidos conocidos? ¿Cuándo vamos a saber algo de los que arrancaron de su familia a Jesús, Raúl, Gustavo y Luis Armando?
“Siento que se me abrió una puerta desde el momento en que me presenté en la caravana. Sentí el apoyo, que estaba en familia, esos abrazos que me dieron de ‘bienvenida todas las víctimas’”, dice María Herrera. El presidente Calderón y la procuradora Morales prometieron a doña María, con quien sostuvieron una entrevista tras el diálogo del jueves, “echarle muchas ganas (…) No sólo para encontrar a mis hijos sino para que se dé con el paradero de tantos inocentes, todas esas personas que están desaparecidas”.
El gobierno mexicano y las víctimas se reunirán en tres meses más. Hay una agenda de compromisos y en ese nuevo encuentro se revisarán avances en una eventual Ley General de Atención a Víctimas y en el esclarecimientos de los casos. El gabinete de Calderón, que tan mal respondió durante el encuentro, con cero capacidad de empatía frente a quienes les cuestionaban, tiene una enorme
responsabilidad. A estos familiares sólo los mueve el anhelo de justicia. Y si secretarios de Estado y fiscales llegan en tres meses con justificaciones legaloides sobre la ausente justicia, la decepción será de consecuencias impredecibles. Y para lograr avances será necesario mover a procuradurías y policías estatales ligados muchas veces a los criminales. Será indispensable incluir a juzgados desdeñosos.
Porque las víctimas, a diferencia de muchos otros, ya vencieron el miedo, e invitan a otros a que alcen la voz. De nuevo María Herrera: “El hecho de salir a la calle y perder el miedo es algo que fortalece nuestro espíritu y que fortalecerá a todas las madres que no se animan a salir, gritando a las calles, con la misma angustia, con la impotencia que lo hemos hecho nosotros”. Y ese grito es para el gobierno, y para nosotros.




