“El PRI ante el 2012” se llama un texto que ha publicado el gobernador del Estado de México Enrique Peña Nieto. El documento apareció en el diario REFORMA del pasado sábado y su lectura pinta una interesante –por singular– realidad, y traza un boceto de posible futuro, que resulta, desde mi punto de vista, desconcertante.
Peña Nieto confirma que es un ser disciplinado. “A tan sólo 49 semanas de las elecciones”, dice en el arranque del texto. A diferencia de Andrés Manuel López Obrador hace seis años –cuando independientemente de sus denuncias de fraude, privó en su entorno el exceso de confianza–, el mandatario mexiquense deja claro que no pierde el foco de su meta única. Pero algunos de los conceptos vertidos por el priísta más posicionado en las encuestas son inconsistentes con la realidad.
“El PRI vuelve a ser una opción real de gobierno a nivel federal porque es un partido que ha aprendido a competir, gobernar y ser oposición en la democracia”, es el discurso de Peña Nieto. ¿Tamaulipas como ejemplo de gobernabilidad? ¿O Chihuahua? ¿O Durango? ¿Tabasco? ¿Quintana Roo? Ahora, sobre el concepto de “competir” habría que recordar que el viejo PRI siempre ha sabido competir. No perdió en 2000 o en 2006 por falta de habilidades para la competencia. En el primer caso, fue el hartazgo popular el que lo expulsó de Los Pinos. Y en 2006, sus divisiones internas resultaron letales. Pero lo que es más delicado es que se quiera dar por bueno que lo que pasa hoy en las elecciones es ejemplo de competencia: lo cierto es que los actuales procesos electorales no resistirían los cuestionamientos de observadores menos cínicos o menos resignados a ver como normal lo que vez tras vez hacen los “aparatos” de los partidos cuando “operan” electoralmente, particular pero no exclusivamente el PRI.
Según Peña Nieto, “desde el Poder Legislativo, el PRI ha actuado como una oposición responsable: sin dejar de ejercer la crítica, ha sabido construir acuerdos con el gobierno federal y comportarse de manera institucional, particularmente en momentos críticos y decisivos para el país”. Esto es parcialmente cierto, se agradecería sin embargo la apostilla de que tal cosa es así en tanto los tiempos y objetivos de las reformas legislativas se supediten a la agenda y propósitos electorales de su partido antes que al bien común mexicano.
El gobernador del Estado de México propone “concluir la transición del Estado del siglo XX, al Estado del siglo XXI”. El autor señala que “se han alcanzado grandes logros como la consolidación de una democracia electoral plena, la planificación familiar, la apertura comercial o la estabilidad macroeconómica”. Perdón por lo reiterativo, pero 20 años después tenemos un Instituto Federal Electoral chimuelo, en buena medida por acción y desdén priístas. Y si el árbitro federal causa preocupación, hay casos estatales cuya independencia es por lo menos cuestionable.
“Para generar el dinamismo económico necesario para elevar los niveles de bienestar de toda la población y competir ventajosamente en el mercado global”, Peña Nieto propone crear un “‘Estado Eficaz’, es decir, un Estado que tenga la capacidad de lograr 3 objetivos centrales: 1) que todos los derechos, de todos los mexicanos, pasen del papel a la práctica; 2) que el país crezca a su verdadero potencial económico; y 3) recuperar nuestro liderazgo como potencia emergente”.
Lo que me resultó más interesante es que para conseguir lo anterior, el señalado como principal aspirante por el PRI, el partido de masas mexicano por definición, propone “la construcción de una sociedad en la que el mérito individual, el esfuerzo, el trabajo y el talento de cada mexicano se conviertan en el principal motor de la innovación y el progreso del país”. No que uno no pueda estar de acuerdo con ese postulado, pero quizá los bisnietos de la Revolución han descubierto el modelo individual como la clave del éxito colectivo.
La última parte del texto no nos convoca ni a usted ni a mí: es un llamado a los priístas a “construir un proyecto de futuro común (que) será el mejor ‘pegamento’ para consolidar la unidad del partido”.
Especialistas en diversas materias sabrán cuestionar si es realmente necesario “reactivar el campo”, o si es correcto el diagnóstico de que lo que se requiere es “transitar de una economía maquiladora a una economía del conocimiento”.
O si es posible lo que dice Peña Nieto de que “uno de los resultados de elevar el nivel de vida a través de la igualdad de derechos en la práctica y de reactivar el crecimiento económico, será el fortalecimiento internacional de México”. O qué significa que “para recuperar nuestro liderazgo como potencia emergente, también será necesario definir y consolidar una red de alianzas internacionales estratégicas, con agendas claras y diferenciadas”.
En el texto no ocupan lugar asuntos como rendición de cuentas o transparencia. Pero aunque sea a partir de una mirada que en algunos casos es francamente complaciente, una cosa sí es agradecible: así ve Peña Nieto el futuro, ha puesto ya algunas cartas en la mesa. ¿Son las que convienen al país? Eso podrá analizarse cuando otros suspirantes también muestren lo que quieren para México. Peña, ni en eso, quiere ceder la delantera.




