En defensa de los toros

Salvador Camarena

25/10/2011 - 12:03 am

Esta columna se llama Tronera en alusión a ese espacio fronterizo entre el riesgo y la seguridad que hay en las plazas de toros: es el hueco que sirve de entrada (o salida, según se tome) al ruedo desde el callejón. Me pareció un nombre adecuado porque creo que los periodistas no vemos los toros del debate público desde la barrera sino de más cerca; incluso a veces interviniendo, para bien o para mal, en esa lidia que es la política. Pero también bauticé así a esta entrega periódica porque soy aficionado a la fiesta brava. Y era necesario mencionar tal cosa porque enseguida formularé lo que espero sea una aportación al debate, hasta hoy sordo, sobre la pertinencia o no de la fiesta brava en nuestra sociedad.

Parecerá una obviedad, pero lo primero que los protagonistas de la fiesta brava, incluidos los aficionados deben reconocer es que el debate sobre la vigencia de las corridas de toros es un hecho irreversible. Poner oídos sordos, minimizar las protestas, lanzar bravatas (el empresario de la México dijo hace unas semanas que para prohibir los toros tendrán que matarle) o promulgar medidas huecas (el gobernador de Aguascalientes decretó que la tauromaquia es patrimonio cultural de su estado) sólo va a servir para que la contraparte, casi siempre muy poco receptiva por cierto, alegue que los taurinos no tienen argumentos sólidos para defender la tauromaquia.

¿Por qué una persona es aficionada a los toros? Hay muchas razones y ninguna. Tan legítimo es que a algunos resulte repugnante como que a otros parezca sublime. Muchas veces he escuchado gente del toro que trata de justificar las corridas diciendo que han inspirado a pintores, músicos y escritores. También la guerra ha inspirado eso, ¿o no? Otros apelan a la “tradición”. Nada menos cuestionable que las cosas que se hacen “por tradición”, la historia se habría detenido en las cuevas si sólo hiciéramos las cosas “tradicionales”. Y el argumento de que representan una fuente de ingresos para muchas personas es tan endeble que se cae al revisar cómo antes en ciudades que daban decenas de corridas al año, hoy no montan ni doce (Guadalajara, por ejemplo). Es decir, si el argumento es económico, bendita resignación: todo mundo sabe que económicamente la fiesta brava en México es inviable, está en crisis y se morirá sola.

Así que los taurinos tendremos que esforzarnos más para defender nuestro gusto. Pero también los antitaurinos deberán hacer un esfuerzo, el primero para tratar de entender a los que no son como ellos. Su oposición tiene expresiones de franca intolerancia. Hay taurinos que entendemos que otros no comprendan nuestros motivos para ir a la plaza, pero que igualmente rechazamos la descalificación desde el autoritarismo de las “buenas conciencias”.

Los oposicionistas deberán traer al debate ideas que resistan un análisis frío. Es falaz, por ejemplo, el argumento de que deben prohibirse las corridas porque la vida de un animal como el toro vale lo mismo que la de un ser humano. Es falaz, también, la aseveración de que hay que cancelar la tauromaquia porque quienes asistimos a las plazas nos convertimos en personas proclives a la violencia fuera de la misma (se ha dicho que en el tendido adquirimos “el germen de la violencia”), y que estando la situación del país como está no debemos permitir esa expresión. Más nivel, por favor. Y es aberrante, por cierto, que celebren la muerte de un torero, como ocurrió hace unos meses con un chaval que falleció en un accidente, como una “justa revancha”. ¿Defienden animales y celebran la muerte de humanos?

La cuestión única a tratar de resolver es si la sociedad mexicana del siglo XXI quiere convivir con una expresión que se sostiene a partir del sacrificio de un animal, de seis en promedio, para ser exactos. Quien se niegue a ello no ha entendido en que año vive, pero quien quiera imponer una prohibición por la fuerza tampoco.

Pero lo que encuentro imposible de defender es una fiesta en donde los que uno supone del lado del toro atentan en contra de él.  Y aquí va, finalmente, la propuesta. Señores antitaurinos ¿por qué no se involucran de manera inteligente (menos ruido y más efectividad) y revisan las leyes que norman los espectáculos taurinos? A los aficionados honestos no sorprenderá si luego de exigir el cabal cumplimiento del reglamento taurino se revela que es común que el toro sea humillado (sus cuernos recortados, su cuerpo torturado, “costaleado”), aun antes de salir al ruedo, por… los taurinos. Involúcrense en la Comisión Taurina del Distrito Federal, acudan a los cabildos de los ayuntamientos, formen grupos de observadores que exijan participar en los exámenes postmortem de las reses, ejerzan su ciudadanía para otra cosa además de la gritería, háganlo en nombre del toro y los aficionados les estaremos agradecidos: nada peor que la sensación de que lo que ocurre en el ruedo es un engaño.

Una maraña de intereses ha convertido a las corridas de toros que se dan en plazas mexicanas en una fantochada a donde los taurinos no vamos porque no se respeta la edad, integridad de astas y bienestar de los toros a ser lidiados. Si los prohibicionistas quisieran, con el reglamento en mano pondrían en muchos apuros a los que organizan corridas que, en efecto, no deberían ocurrir. Pero si prefieren el show, sigan engordando las charlotadas que montan asambleístas que, hablando de debates, son incapaces de explicar los engaños que arman sus dirigentes para mantenerse en el poder sin rendir cuentas a nadie.

Algunos hemos vivido momentos inolvidables en una plaza de toros. No sabría explicar bien a bien en qué consiste esa emoción. Federico García Lorca, José Bergamín o Joaquín Vidal pueden dar algunas pistas de lo que uno llega a sentir en un tendido cuando un torero valiente enfrenta a un toro bravo e íntegro. A un toro bravo e íntegro, algo que tan pocas veces se ve.

Salvador Camarena

Es periodista y conductor de radio.

Lo dice el reportero