El sueño realizado de Witold Gombrowicz (última parte)

Guillermo Samperio

28/06/2014 - 12:00 am

Era sedentario; recuerda que viajó a la gloriosa ciudad de Cracovia hasta los treinta años, pero sólo porque así llegaría a la montaña donde pasaba temporadas de dos meses para mejorar su afección respiratoria, asmática. No tuvo dificultades para arraigar en Buenos Aires, a pesar de desconocer el español, idioma que nunca logró hablar bien. Ya instalado, ubicó varios cafés y en uno de ellos conoció a Virgilio Piñeira. Con el escritor cubano emprendió la tarea de traducir al castellano Ferdidurke. Contó además con la iniciativa y el apoyo de Cecilia Benedit de Debenedetti y la participación de múltiples colaboradores extranjeros, compatriotas y argentinos, que, en tertulia de café, discutían a viva voz algún giro o una frase difícil de la traducción. Ferdidurke es una novela compleja que muestra el grotesco y los absurdos polacos.

         El experimento de traducción porteña, según Ricardo Piglia, difiere de la versión polaca traducida al francés. La diferencia se encuentra en que la edición castellana implica una mezcla de la lengua hablada en la Argentina de los años treinta y cuarenta con el español que entendía Gombrowicz, quien hizo el primer vaciado de la traducción. Pero además, explica Piglia, “Este equipo no conocía el polaco y los debates se trasladaban a menudo al francés, lengua en la que Witold y Piñeira se cruzaban cuando el español ya no admitía nuevas torsiones. Cubano, francés, polaco y argentino: lo que se llama una mezcla verbal, una materia viva”. La mezcolanza generó un lenguaje literario extraño. “Digo esto —comenta el mismo Piglia— porque me parece que la extrañeza es la marca de los grandes estilos que se han producido en la novela argentina del siglo XX: el de Roberto Arlt [hijo de padres germanos, quien nunca logró dominar por completo el español] y el de Macedonio Fernández [quien hace una combinación de cierto lenguaje filosófico y el castellano de Argentina]. Parecen lengua exiliadas: sueñan como el español de Gombrowicz” (Ibid Espacios...). Este análisis del escritor bonaerense lo llevó a proclamar que el mejor escritor argentino del siglo XX era Witold Gombrowicz, afirmación que le valió críticas severas desde los flamantes pasillos de la literatura argentina. Las palabras de Piglia construyen un homenaje al gran escritor polaco, con la finalidad de medir el grado de provincianismo de sus paisanos, ya que siempre ha exaltado de forma similar a Macedonio Fernández, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges.

         Witold cuestionaba a los artistas de la periferia que buscan influencias de prestigio occidental, en especial del arte europeo. El hecho de ser conocidos como los Baudelaires polacos o los Joyces de Latinoamérica, producía de nueva cuenta la relación madurez/inmadurez y superioridad/inferioridad; de tal modo que el artista se constituía en tanto acompañaba su arte menor con una denominación superior. Recomendaba subsumirse en el propio estilo, en una expresión personal profundamente humana, que no copiase las artes de autoridad y agarrase por los cuernos al toro de la superioridad de Occidente. Con esta actitud podría conseguirse que los roles se invirtieran y se hablara de los García Márquez franceses, los Nerudas italianos o los Gombrowicz alemanes. Cito a estos tres escritores porque, de alguna manera, han influido en escritores europeos y de otros continentes, como Rubén Darío, Borges, Milan Kundera y muchos otros.

El sueño witoldiano de que lo inferior modificara a la superioridad se cumplió antes de que muriera por insuficiencia respiratoria en Vence, Francia, el 24 de julio de 1969.“Ferdydurke está lleno de esos ideales inmaduros, de esos mitos inferiores, de esas bellezas de segundo orden, de esos encantos de pacotilla, de esas seducciones turbias...”, dijo Gombrowicz antes de despedirse.

Guillermo Samperio

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