Desde que Vladimir Putin gobierna Rusia, el Kremlin se ha volcado en defender una ideología centrada en el pensamiento conservador y los "valores familiares tradicionales".
Ciudad de México, 23 de agosto (SinEmbargo).- El nombre de Vladimir Putin, un hombre que en su juventud se desempeñó como oficial de la KGB en labores de inteligencia antes de asumir el poder en Rusia, ha vuelto a tomar relevancia luego de a más de tres años del inicio de la guerra entre su país y Ucrania, pues el mandatario ha dado señales de estar dispuesto a terminar el conflicto.
Las recientes reuniones que el Presidente ruso ha mantenido con su homólogo de Estados Unidos, Donald Trump, incrementan la esperanza de que Putin pueda reunirse con Volodímir Zelenski, Presidente de Ucrania, para lograr el anhelado acuerdo de paz.
Los vínculos de Putin con Trump
“¿Podremos ser mejores amigos?”. La pregunta se la hizo a sí mismo Donald Trump en 2013 ante la posibilidad de reunirse con Vladimir Putin en Rusia. Ese año se realizó en ese país el certamen Miss Universo del que era dueño Trump. El magnate estadounidense había gestionado a través de Aras Agalarov, un oligarca ruso que Trump creía cercano a Putin, que el concurso se realizara en una de las propiedades de Moscú con la esperanza de que el Presidente ruso asistiera al evento, algo que al final no ocurrió, aunque de acuerdo con reportes de la prensa en su lugar le envió un regalo.
Aún cuando Putin no asistió al certamen, ni hubo una reunión, Trump publicó días después: “Torre Trump en Moscú, próximamente”. Para muchos analistas, ese fue en realidad el interés que Trump tenía en ese momento de conocer a Putin: hacer negocios. De hecho, las "conversaciones preliminares" para construir una torre en Moscú comenzaron entre la Organización Trump y los Agalarov después del certamen de Miss Universo, pero el acuerdo se canceló abruptamente. Un amigo de los Agalarov indicó que fue porque “la economía rusa se desplomó”.
The New York Times ha reportado que Trump buscó repetidamente negocios en Rusia desde 1987, cuando viajó allí para explorar la construcción de un hotel. Solicitó el registro de su marca registrada en el país en 1996. Y sus hijos y socios han visitado Moscú una y otra vez en busca de empresas conjuntas, reuniéndose con promotores inmobiliarios y funcionarios gubernamentales.
El concurso de Miss Universo de 2013 en Rusia y los negocios que buscó hacer Trump ahí formaron parte de las investigaciones que llevó a cabo el Fiscal especial Robert Mueller, designado para investigar la intromisión rusa en la campaña de 2016. Una fuente cercana a la investigación dijo en febrero de 2018 a CNN que el equipo de Mueller estaba centrado en la financiación del certamen Miss Universo, como quién pagó qué y qué dinero se pagó a quién. La fuente sostuvo que también se indagó en las reuniones que Trump mantuvo con empresarios o funcionarios del gobierno ruso. La investigación buscó si existía información potencialmente comprometedora que los rusos podrían haber tenido sobre Trump y por qué fracasaron los esfuerzos para erigir una Torre Trump en Moscú.

La investigación sobre la injerencia rusa en la elección estadounidense de 2016 de hecho marcó un parteaguas en la relación de Trump con Putin. En julio de 2018, en la cumbre de Helsinki en la que se reunieron Putin y Trump, el estadounidense descartó públicamente, contradiciendo a los servicios de inteligencia de EU, que el Kremlin haya tenido algún tipo de papel en el hackeo y filtración de los correos de los demócratas.
“El Presidente Putin acaba de decirme que no fue Rusia. Eso es lo que voy a decir. No veo motivos para pensar que ellos fueron los responsables”, dijo Trump al ser cuestionado en ese entonces. La periodista Maggie Haberman lo relata así en su libro el Camaleón: “Algunos asistentes especularon con que Trump estaba haciendo gala de su terquedad o que intentaba complacer a la persona que tenía al lado. Más allá de las motivaciones, al tomarse la negación de Putin de forma literal, Trump estaba alineándose en público con el máximo dirigente de un país rival antes que con sus agentes de inteligencia”.
Meses después, Putin ordenó el ingreso a Ucrania en una guerra que aún continua, la cual Trump ha prometido ponerle un fin. Precisamente con esa encomienda, el fin de semana pasado, ambos presidentes volvieron a verse en Alaska, una reunión a la que no se llegaron a acuerdos claros y que fue la antesala de la reunión con el presidente ucraniano y los líderes europeos de este lunes, tras la cual Trump sostuvo una nueva llamada con Putin.
Horas después del encuentro con Putin en Alaska, Trump declaró a la Fox News que la reunión fue un 10" e indicó que esto se debió a “que nos llevamos de maravilla, y es bueno cuando dos grandes potencias se llevan bien, sobre todo cuando son potencias nucleares. Somos el número uno y ellos el número dos del mundo".
Lo cierto es que a lo largo de los años, Putin ha sido objeto de fascinación para Trump. En 2016, en su primera entrevista como aspirante presidencial, sostuvo: “Creo que me llevaría bien con Putin. Es una cuestión de liderazgo”. De hecho, durante su primer mandato, Trump no ocultó su admiración por el líder ruso y ha hablado con él al menos siete veces desde su regreso a la Casa Blanca. “Putin pasó por momentos muy difíciles conmigo”, le dijo, por ejemplo, al Presidente ucraniano Volodymyr Zelenskiy durante su infame enfrentamiento en el Despacho Oval.

El espía que se convirtió en Zar
Vladimir Putin nació el 7 de octubre de 1952 en Leningrado (actual San Petersburgo), una ciudad marcada por el sitio nazi al que fue sometida entre 1941 y 1944, en el seno de una familia humilde que había perdido a sus dos primeros hijos durante la Segunda Guerra Mundial, relata Steven Lee Myers en su libro El nuevo zar (Ariel) publicado en 2018.
“El padre de Vladimir era taciturno y severo, atemorizante incluso para las personas que lo conocían bien”, un excombatiente ruso que resultó herido en batalla y que pasó al retiro en una fábrica de trenes, refiere el periodista que trabajó durante más de 20 años en el New York Times. En tanto que su madre, María, lo trató desde niño “como el milagro que parecía ser”, optando por “varios empleos menores” que le dejaban más tiempo para ocuparse de él.
“Sus padres se desvivían por él y, cuando era chico, rehusaban dejarlo salir del patio sin permiso. Creció dentro del abrazo sobreprotector, si no abiertamente cariñoso, de sus padres, que habían sobrevivido por milagro y que harían todo por asegurarse de que su hijo también sobreviviera”, escribe Myers en su libro sobre aquel niño menudo que poco a poco iría desarrollando una actitud rebelde y que como estudiante fue descrito como “indiferente, petulante e impulsivo, probablemente un poco malcriado”.
Su actitud, precisa el excorresponsal en Moscú, lo llevó a distanciarse “de los Pioneros, la organización infantil del Partido Comunista cuyo ingreso suponía un rito de iniciación” y a despertar alarmas en su padre, un delegado del Partido en su trabajo en la fábrica. Todo cambió a partir de la disciplina que aprendió del judo, un deporte que lo marcó desde niño y que le permitió ingresar ya tarde en los Pioneros, en donde se convirtió en el líder de su escuela.
No obstante, Vladimir Putin tuvo otro sueño de niño. Uno que sería determinante para su ascenso al poder que ha mantenido desde 1999. El sueño de ser un espía inspirado en la novela El escudo y la espada de Vadim Kozhevnikov, publicada en 1965, la cual fue adaptada tres años después a la pantalla grande, en una película de más de cinco horas, con guion acreditado a Kozhevnikov.
“Fue la película más vista en la Unión Soviética en 1968, un homenaje en blanco y negro al servicio secreto, aquello que era ahora el KGB. Vladimir Putin, entonces de casi 16 años, quedó hechizado. Él y sus amigos vieron la película varias veces. Más de cuarenta años después, aún podía recordar la letra de la sentimental canción principal de la película, ‘Donde comienza la patria’, fragante a pájaros y abedules del corazón de Rusia. Vladimir pronto abandonó sus sueños infantiles de ser navegante, como había sido su padre, o incluso piloto. Se convertiría en espía”, escribe Steven Lee Myers.

Ese sueño no sería fácil de alcanzar, como recuerda el periodista. Influenciado por la propaganda de la película, Putin “le dijo a un compañero de escuela que iba a ser espía, y al poco tiempo, según su propio relato, hizo algo ingenuo y audaz. Ingresó sin previo aviso al cuartel general del KGB en Liteiny Prospekt, no muy lejos de su departamento, y se ofreció como voluntario”. Sin embargo, de acuerdo con lo relatado en el libro, el oficial que lo atendió le dijo sin rodeos que la KGB no aceptaba voluntarios, “en cambio, buscaba a los que consideraba dignos, aquellos que ya estaban en el ejército o en la universidad” y le sugirió, para deshacerse de él, la Facultad de Derecho.
De esta manera, Vladimir Putin se volcó de manera disciplinada a sus estudios y asistió a la Escuela nº 281, una academia para preparar estudiantes para la universidad. Myers señala que Putin “no era un estudiante muy popular, sino más bien intrépido, obsesionado con los deportes y estudioso al extremo”.
Pese a las pocas oportunidades que tenía para entrar a la Estatal de Leningrado, Putin fue admitido en la Facultad de Derecho de la universidad en el otoño de 1970. “Ha habido especulaciones respecto de si fue admitido debido a sus raíces obreras o incluso, improbablemente, por la mano silenciosa del KGB, que acaso guiaba con sigilo su carrera sin que él lo supiera.” Myers menciona que como universitario, “continuó estudiando con rigor y dedicaba gran parte de su tiempo a las competencias de judo, con lo cual renunció al cigarrillo y el alcohol a fin de mantenerse en forma”.
Cuatro años después de haber ingresado en la universidad se le acercó un hombre, quien, como supo después, prestaba servicios en la división del KGB que supervisaba las universidades. Esa fue su puerta de entrada a la policía secreta rusa a la cual ingresó en forma en el verano de 1975, en la cual llegó a ser teniente coronel cuando prestaba sus servicios en la República Democrática Alemana, donde pasará 15 años trabajando en los órganos de seguridad del país y desde donde vería la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) en la que nació y creció.
En agosto de 1991 dejaría la KGB para ser nombrado presidente del Comité de Relaciones Exteriores de San Petersburgo, su ciudad natal, en donde trabajaría con su mentor político, Anatoli Sobchak, señalado posteriormente de corrupción. Tres años después sería nombrado vicealcalde de esta ciudad.
En 1996 viajaría a Moscú para trabajar con el Presidente Borís Yeltsin. Ahí, en la capital rusa, ejerció durante un tiempo como jefe de Intendencia del Kremlin, y en 1997 ya era subdirector del Gabinete presidencial; un año después, en julio de 1998, fue nombrado director del Servicio Federal de Seguridad, heredero del KGB.
A partir de este nombramiento se abrió paso hasta la cima del poder. Tras ocupar unos meses el cargo de Secretario del Consejo de Seguridad del Kremlin, en agosto de 1999 el entonces Presidente ruso, Boris Yeltsin, lo nombró Jefe del Gobierno para poner orden en Chechenia. El 31 de diciembre de 1999, relevó a Yeltsin tras su dimisión y el 26 de marzo de 2000 fue refrendado en las urnas con el 52.9 por ciento votos, asumiendo la Presidencia el 7 de mayo en la cual se reeligió en 2004 en un segundo mandato tras el cual escogió a su sucesor, el tecnócrata Dmitri Medvedev.
El 4 de marzo de 2012, volvió a aspirar a la Presidencia en unas elecciones, a partir de las cuales los mandatos son ya de seis años, según una Reforma Constitucional. En marzo de 2018 volvió a contender por la Presidencia y a ganar las elecciones. En aras de asegurar su continuidad, el 1 de julio de 2020 impulsó una Reforma Constitucional, gracias a la cual fue reelecto por un quinto mandato en marzo de 2024.
Según la información entregada, Vladimir Putin obtuvo casi el 88 por ciento de los votos en unas elecciones muy cuestionadas en las que la oposición ha sido reprimida. Según la Comisión Electoral Central de Rusia, Putin obtuvo más del 87 por ciento de los votos, con el 70 por ciento de las mesas escrutadas. El ente electoral informó también que la participación ciudadana fue del 73.33 por ciento, y rozó el máximo histórico en unas elecciones presidenciales, que es de 74,66 por ciento (1991). Putin, de 71 años, logró su mayor victoria electoral desde que llegó al poder en el año 2000, pese a la guerra en Ucrania y las sanciones económicas occidentales. Seguirá siendo presidente de este país durante otros seis años, tras los que podrá volver a presentarse a la reelección.
Un represor de las libertades
En noviembre de 2023, el Tribunal Supremo de Rusia declaró como una organización extremista al “movimiento público internacional LGBT”, prohibiendo cualquiera de sus actividades en todo el país a raíz de un proceso impulsado por una moción del Ministerio de Justicia. Tres años antes, la Constitución rusa fue modificada para establecer que el matrimonio sólo se refiere a la unión entre un hombre y una mujer. En ese sentido, las relaciones entre personas del mismo sexo no están reconocidas en la Carta Magna rusa.
Desde que Vladimir Putin gobierna Rusia, el Kremlin se ha volcado en defender una ideología centrada en el pensamiento conservador y los "valores familiares tradicionales". Para las autoridades rusas el activismo LGBT es algo inherentemente occidental y que es hostil a las costumbres de Rusia y la presión que ejercen sobre la comunidad la presentan como un medio para defender la estructura moral del país.
Ese mismo año, pero en marzo, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de arresto contra Vladimir Putin al considerar que es responsable de crímenes de guerra por la deportación ilegal de niños de Ucrania a Rusia. El tribunal indicó que las acciones se cometieron en Ucrania a partir del 24 de febrero de 2022, en medio de la guerra entre ambos países.
Moscú niega haber cometido crímenes de guerra, mientras la CPI ha acusado a Putin de estar involucrado en la deportación de niños y dice que tiene motivos razonables para creer que cometió los actos directamente.
Aunado a la persecución contra la comunidad LGBT, mediante medidas que incluso contemplan la proliferación de centros de terapias de conversión forzadas, y de las acusaciones de crímenes de guerra en su contra, el Gobierno de Putin también es señalado de perseguir y asesinar a opositores a su régimen.

En agosto de 2023, Alexéi Navalny, el principal opositor al régimen de Vladimir Putin, fue condenado a otros 19 años de prisión por extremismo. Al momento de recibir la sentencia Navalny ya se encontraba en prisión por delitos de estafa y fraude vinculados a la recaudación de fondos para su organización anti corrupción (FBK), misma que fue catalogada de terrorista y "extremista" por Moscú, luego de denunciar el enriquecimiento ilícito de los altos funcionarios, incluido el presidente, Vladímir Putin, al que acusó en 2021 de tener un suntuoso palacio a orillas del mar Negro.
Su caso se suma a muchos otros que en los últimos 20 años de mandato de Putin han tenido lugar, casos que implican al Kremlin, según denuncias de organismos internacionales, en la muerte de opositores, activistas y periodistas.
Una de estas muertes fue la de la periodista Anna Politkóvskaya, estadounidense de ascendencia urcaniana, que se convirtió en una de las principales voces críticas de la guerra de Chechenia, llegando a confrontar y criticar abiertamente a Putin. Fue asesinada en 2006 en el elevador del condominio donde vivía. En 2004, la periodista opositora Anna Politkovskaya bebió té envenenado en un vuelo nacional operado por Karat, otra aerolínea rusa, pero sobrevivió.
A raíz de este asesinato, Alexander Litvinenko, un exoficial de inteligencia ruso fue envenenado en Londres semanas después de haber acusado al Kremlin de estar detrás del asesinato de Politkóvskaya. Una investigación oficial concluyó que, muy probablemente, el propio Putin ordenó la muerte de Litvinenko, un duro crítico del gobierno ruso, afirmó The New York Times.
La defensora de los derechos humanos Natalia Estemirova fue, al igual que Anna Politkóvskaya, una de las voces que se alzó contra la guerra de Chechenia y los crímenes de lesa humanidad que las fuerzas rusas estaban cometiendo. En 2009 fue secuestrada y asesinada sin que Rusia realizara siquiera una investigación sobre su muerte, según una condena del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).
La prensa destaca otras muertes como la del oligarca Nikolai Glushkov que fue encontrado muerto en su casa de Londres en 2018. Nikolai había sido subdirector de una de las mayores aerolíneas rusas y tuvo que huir del país después de desvelar que la compañía aérea había servido de apoyo para operaciones de espionaje internacional.
Ese mismo año, el exespía Sergei V. Skripal y su hija, Yulia, fueron envenenados en Londrés con un agente nervioso conocido como Novichok , un tipo de arma química desarrollada por la Unión Soviética en las décadas de 1970 y 1980. Este caso rememoró al asesinato en 2006 de Alexander Litvinenko quien fue envenenado mortalmente en Londres con un isótopo radiactivo.
De igual forma Boris Berezovsky, uno de los mayores magnates del sector de la comunicación, tuvo que exiliarse a Londres después de haberse enfrentado al régimen. Ahí, en su casa, fue encontrado sin vida. Mijaíl Jodorkovski, antiguo magnate del petróleo que pasó diez años entre rejas a inicios del 2000. Desde su liberación en 2013, vive en Londres, donde financia plataformas de oposición.
En ese sentido, el Times señala: “Los asesinatos políticos, en particular los cometidos con veneno, no son nada nuevo en Rusia, pues se remontan a cinco siglos atrás. Tampoco son particularmente sutiles. Aunque por lo general no se pueden atribuir a ningún individuo y los funcionarios gubernamentales los niegan con credibilidad, los envenenamientos dejan pocas dudas sobre la participación del Estado, lo cual podría ser precisamente el punto”.





