Colima es un estado que combina historia, tradición y naturaleza; un destino que va del mar a la montaña y, en este caso, también hacia el interior de la tierra.
Ciudad de México, 27 de septiembre (SinEmbargo).- El Pueblo Mágico de Comala junto al municipio Ixtlahuacán en la comunidad de Chamila, Colima, cuentan con un de los hallazgos más relevantes de la arqueología colimense: las tumbas de tiro. Estos vestigios prehispánicos forman parte de una tradición funeraria que se desarrolló entre los años 300 a.C. y 600 d.C., compartida también por las culturas de Jalisco, Nayarit y Michoacán.
El nombre de estas sepulturas se debe a su forma: un pozo o tiro vertical que conduce a una cámara excavada directamente en el tepetate, roca endurecida característica de las zonas volcánicas. A diferencia de otras culturas mesoamericanas, en las tumbas de tiro los cuerpos no eran cubiertos con tierra o piedras; en su lugar, se rellenaba el acceso y se sellaba la entrada con piedras planas y delgadas, dejando intacto el espacio interior.
Estas cámaras, de techos abovedados y pisos planos, funcionaban como recintos funerarios en los que los difuntos eran depositados junto con sus ofrendas, es decir, objetos de su vida diaria y artículos que se creía serían útiles para el más allá: herramientas, armas de obsidiana, vasijas, cuentas de piedra y piezas rituales. Cada elemento colocado respondía a un protocolo ceremonial que simbolizaba el tránsito hacia el inframundo.

Presencia canina
Uno de los rasgos más distintivos de las tumbas de tiro en Colima es la presencia de representaciones caninas. En muchos casos, los arqueólogos han encontrado restos óseos de perros junto a los humanos, además de figuras de cerámica que muestran al animal en diversas posturas y estilos.
El xoloitzcuintle y el tlalchichi, perros sin pelo de origen mesoamericano, jugaban un papel fundamental en la visión del mundo de estas culturas. Se creía que, además de brindar compañía en vida, eran la guía que ayudaba al alma a cruzar hacia el más allá. Estas representaciones, modeladas con barro o arcilla, son hoy uno de los íconos más reconocibles de la tradición artesanal colimense.
Más allá de su función funeraria, las tumbas de tiro ofrecen una ventana a la cotidianidad de quienes poblaron el occidente mesoamericano. Entre los objetos hallados se encuentran pulidores, hachas, metates y cuentas de piedra, que hablan de labores agrícolas y domésticas. También han aparecido silbatos, ocarinas y otros instrumentos de percusión, lo que sugiere que la música formaba parte de las ceremonias vinculadas a la muerte.
En algunos casos, se han encontrado piezas en miniatura y elaboradas decoraciones que corresponden a periodos más tardíos, como las fases Colima (400-700 d.C.) y Armería (700-900 d.C.), lo que refleja la evolución de las prácticas funerarias a lo largo de los siglos.
Hoy en día, quienes deseen acercarse a este legado pueden hacerlo en el Museo Regional de Historia de Colima, que alberga una reproducción a escala real de una tumba de tiro. Lo anterior permite al visitante observar el interior desde una plataforma de cristal, apreciando con detalle las ofrendas, las figuras caninas y los restos humanos que forman parte de esta tradición.




