Viaje en avión con Trump y la sombra de Epstein. (¿Algún día se conocerá la verdad?)

20/11/2025 - 4:00 pm

Mark Singer, redactor de la revista The New Yorker desde 1974, cuenta esta semana su encuentro con Donald Trump y las apariciones fantasmales (y no tan fantasmales) del más famoso pederasta de tiempos modernos en Estados Unidos. 

Ciudad de México, 20 de noviembre (SinEmbargo).– Desde hace varios días, antes de que el Congreso y el Presidente anunciaran que se abrían los archivos, con lo disponible hasta entonces era posible advertir que el pederasta Jeffrey Epstein y Donald Trump tuvieron una relación muy especial. Los demócratas de la Cámara de Representantes publicaron correos electrónicos en los que el criminal sexual escribió que el mandatario de Estados Unidos había “pasado horas en mi casa” con una de sus víctimas, entre otros mensajes que sugerían que Epstein creía que Trump sabía más sobre sus abusos de lo que había reconocido.

Trump ha negado categóricamente cualquier implicación o conocimiento de la red de tráfico sexual de Epstein. Ha declarado que él y el Epstein, el desprestigiado financiero que supuestamente se suicidó en prisión federal en 2019, fueron amigos en el pasado, pero que se distanciaron.

Pero los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes afirman que los correos electrónicos suscitaban nuevas preguntas sobre la relación entre ambos hombres que quizás no se puedan responder, dado que mucha información podrá ser bloqueada, antes de conocer siquiera la luz, porque es “investigación en proceso”.

La agresión de Trump  provocó la reacción de otros periodistas, quienes condenaron los ataques y recordaron que el magnate tiene un historial de ataques similares a otros reporteros y, en especial, contra mujeres.
El Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, insultó a la corresponsal de Bloomberg en la Casa Blanca, Catherine Lucey, que lo cuestionó sobre la apertura de los archivos del caso Epstein. Foto: WhiteHouse

Pero en uno de los mensajes, Epstein aseguraba rotundamente que Trump “sabía de la existencia de las jovencitas”, muchas de las cuales, según se determinó posteriormente en investigaciones, eran menores de edad. En otro, Epstein reflexionaba sobre cómo responder a las preguntas de los medios de comunicación acerca de su relación, dado que Trump se estaba convirtiendo en una figura política nacional.

Los republicanos del comité publicaron el resto del material recién obtenido y condenaron a los demócratas por seleccionar sólo tres correos que hacían referencia a Trump. También identificaron a la víctima anónima mencionada en dos de los correos como Virginia Giuffre, quien “se suicidó” (otro “suicidio”) en abril y había declarado no haber presenciado la participación de Trump en el abuso sexual de menores en la casa de Epstein.

Una historia, muchas historias

Mark Singer, redactor de la revista The New Yorker desde 1974, cuenta esta semana su encuentro con Donald Trump y las apariciones fantasmales (y no tan fantasmales) del más famoso pederasta de tiempos modernos en Estados Unidos. La sombra de Epstein siempre estuvo allí mientras el periodista intentaba contar la trama. Presente. Tan presente como su cómplice, Ghislaine Maxwell.

Su texto se llama: “¿Cuál Jeffrey? Un viaje en avión con Donald Trump”

“Jamás se me habría ocurrido escribir sobre Donald Trump —quien, para empezar, no me interesaba en absoluto—, pero cuando el encargo llegó a mi escritorio en otoño de 1996, no tenía la capacidad de negarme. Había dedicado gran parte de los cuatro años anteriores —dos más de los que había previsto— a escribir un libro sobre alguien que, con el tiempo, llegué a comprender, era un mentiroso patológico y algo peor. Una ventaja de que te mientan descaradamente, al menos, es que puede ser una gran motivación, y a lo largo de los años, algunos de mis momentos más gratificantes como periodista los he pasado con embusteros incorregibles”, dice.

Con Trump, agrega el autor de The New Yorker, “comprendí que mi inteligencia en sí no se veía insultada por las fanfarronadas que salían de sus labios; simplemente era su forma de hablar. Hacía preguntas, escuchaba con atención y sabía que mi carácter afable no le importaba en absoluto, pues sin duda me consideraba una herramienta y, en definitiva, un don nadie. Este era el Trump anterior a ‘El Aprendiz’, con sus casinos de Atlantic City en apuros, sus activos inmobiliarios mermados y su solvencia hecha trizas por su temeraria ambición y el descarado impago a sus acreedores. Naturalmente, negaba toda responsabilidad por su adversidad y, en cualquier caso, insistía en que se estaba recuperando. Necesitaba entender cómo dirigía sus negocios, cómo lograba mantenerse a flote tras sus sucesivas bancarrotas. Una posibilidad que nunca se me ocurrió entonces, para mi eterno pesar, era que este megalómano embustero pudiera algún día quebrantar la Constitución”.

Juez federal criticó argumentos de la Administración Trump sobre su intento de hacer públicos más documentos del caso de Maxwell.
Trump buscaba transparentar más información sobre el caso Epstein, en medio de presiones de republicanos y demócratas. Foto: Especial

Más adelante en su texto, que es una introducción contemporánea de la entrevista hecha años atrás, cuenta que se reunió con Trump en el aeropuerto de Teterboro, donde “abordamos un jet 727 que, de alguna manera, aún conservaba, rumbo a Mar-a-Lago, su club privado, supuestamente exclusivo, en Palm Beach”.

“En retrospectiva, el evento más memorable del fin de semana resultó ser el vuelo desde Nueva York. Además de Trump y yo, en la lista de pasajeros estaban su hijo Eric, de trece años; un abogado llamado Eric Javits; un guardaespaldas de Trump corpulento como un tronco; y una sonriente Ghislaine Maxwell”, dice.

Y suelta algunos detalles: “Durante el vuelo a Palm Beach, me senté en la parte delantera del avión, donde Eric, a petición de su padre, adelantó rápidamente ‘Bloodsport’, la película de artes marciales de Jean-Claude Van Damme, para evitar cualquier explicación de la trama. Ya no recuerdo los detalles del monólogo de Trump durante el vuelo ni mis intentos por mantenerlo. Justo antes de aterrizar, Maxwell hizo una llamada con su celular —un artículo de consumo relativamente raro en aquella época— y Trump se unió a la conversación gritando desde la parte delantera del avión. Hablaban con un amigo común llamado Jeffrey —sin apellido— en un tono que sonaba cómplice e íntimo, como una broma privada, pero a la vez opaco. Trump se dirigió a Jeffrey por su nombre repetidamente, y Maxwell, la interlocutora, cuya actitud habitual me pareció de cordialidad preprogramada, parecía divertirse con todo aquello. Era evidente que ella y Trump compartían algo, pero era algo estrictamente entre ellos y Jeffrey. Para entonces, ya había dedicado suficiente tiempo a observar e informar sobre Trump como para concluir que no tenía amigos de verdad, pues la condición indispensable para una relación duradera y afectuosa es la capacidad de subordinar las propias necesidades a las del otro. Una vez le pregunté a Trump si se consideraba una compañía ideal y me respondió: ‘¿De verdad quieres saber qué considero una compañía ideal? Un pedazo de carne’”.

¿Por qué “Jeffrey” se quedó grabado en mi memoria mucho después de que otros detalles del fin de semana se desvanecieran?”, se pregunta Mark Singer. Y se responde:

“Incluso si hubiera oído el nombre ‘Epstein’, no me habría dicho nada. Fue porque vislumbré algo que parecía sugerente y digno de conocer, pero sin ningún contexto que lo aclarara, que se instaló en mi cerebro, de forma subliminal pero recuperable. Pasarían más de veinte años antes de que tuviera una idea de qué era ‘ese algo’”.

Redacción/SinEmbargo

Redacción/SinEmbargo

Lo dice el reportero