El presidente Felipe Calderón ha decidido cambiar de vocero de la estrategia anticrimen. Ha dejado esa responsabilidad Alejandro Poiré y ahora la encargada de esa sensible tarea es Alejandra Sota, quien ya coordinaba la comunicación social del gobierno federal. El cambio implicará necesariamente también una revisión de lo que se dice y sobre todo para quién se dice, en torno a los temas relativos a la violencia.
Cuando se cuente la historia de este sexenio, sabremos hasta dónde es cierto que en diciembre de 2006 el gobierno federal carecía de un diagnóstico, digno de tal nombre, sobre el crimen organizado en México. Lo que es verdad es que la estrategia anticrimen se fue construyendo sobre la marcha. Algunos opinan que no se debió haber actuado sin el total de esa información. Otros, entre ellos algunos aliados colombianos del gobierno de Calderón, han dicho que al enfrentar a grupos criminales como los del narcotráfico nunca se tiene toda la información necesaria y dilatarse es ofrecer ventaja.
Hasta mediados del sexenio, Calderón había asumido personalmente la tarea de la defensa de su estrategia. El michoacano fue el pararrayos de una materia cuyo presente sólo iba a empeorar. La imagen pública de Calderón ya nunca se podrá disociar del combate anticrimen, pero el hecho de que el mandatario fuera el único vocero integral de la estrategia hacía muy complicado que respondiera con la debida oportunidad ante los eventos, y las críticas, que se multiplicaban mes con mes.
Vino entonces, en agosto de 2010, el nombramiento de Alejandro Poiré, cuyo periodo será calificado como uno en el que se intentó, por fin, armar un mensaje sistemático sobre este combate. Hoy, el gobierno lleva meses enarbolando como muestra de su “avance” el número de líderes criminales nulificados (21 de los 37 identificados por la Procuraduría General de la República). Además, en un tiempo en que diversos académicos fueron presentando reportes y tesis que contradecían la narrativa oficial, Poiré tuvo las credenciales académicas para ponerse a debatir con esos investigadores.
Ahora es el turno de Alejandra Sota, operadora política de Calderón que había preferido durante todos estos años mantenerse alejada de los micrófonos y las pantallas. ¿Cuál es el giro que esta vocera debería darle a la comunicación relativa al combate al crimen organizado? Uno que aprenda de la enervante disparidad entre la actitud que Felipe Calderón, por un lado, y sus colaboradores por otro, mostraron tanto en el encuentro con Javier Sicilia y su movimiento, el 23 de junio, como con la UNAM, el lunes de la semana pasada. En esas ocasiones, mientras el Presidente mostraba apertura y se esforzaba por generar empatía con las víctimas y un clima de confianza con los universitarios, sus colaboradores lucieron apáticos, descolocados e indolentes ante cuestionamientos concretos. En ambos casos, el Presidente parecía dispuesto a escuchar, mientras sus colaboradores sólo querían justificarse y salir del trámite a la brevedad posible.
Sota tendrá que entender que ante la brutalidad de los criminales no hay ya más espacio para discursos explicativos. Sota necesitará más mezclilla y menos atril, más interlocución cara a cara con quienes están en regiones bajo ataque y menos ruedas de prensa convocadas para “fijar postura”. La opinión pública no quiere más lecciones sobre la composición de los grupos criminales. No necesita más intervenciones basadas en estadísticas. Con éxito o sin él, en diez blogs, el gobierno ya intentó desmontar repetidos cuestionamientos al gobierno (Poiré calificó esas tesis como mitos). Sota sabe lo fundamental de este combate, pero lo que es crucial hoy es que convenza al auditorio de que entiende el cansancio de la población con esta agenda.
Si Calderón logró hace unos meses dejar a un lado ese discurso sordo en el que las víctimas eran equivocadamente calificadas como “daños colaterales”, Sota tendrá que hacer llegar ahora un mensaje que no hable de números ni de situaciones insalvables, sino de tragedias humanas en cada caso. Al fin y al cabo, con su desempeño, la vocera puede mostrar a los otros colaboradores del mandatario cómo responder en futuras ocasiones para que quede claro que no sólo es el Presidente el que quiere escuchar.
Para decirlo en pocas palabras, se podría echar mano de una escena de la película La Reina (Reino Unido, 2006, dirigida por Stephen Frears y protagonizada por Helen Mirren). En ella, Isabel II se empeña en desdeñar la conmoción del pueblo británico ante la muerte de Lady Di. La reina dispone que el duelo de su ex nuera sea sólo conforme a lo que marcan centenarios y rígidos protocolos. La reina tardó en darse cuenta de que el desfase entre el canon y la inédita circunstancia se estaba convirtiendo en una trampa. Los reclamos están a punto de desbordar a la monarquía y por ahí aparece en un tabloide un encabezado que resume el sentir del pueblo y que bien podría ser toda una recomendación para este relevo decidido por Felipe Calderón: Show Us You Care, rezaba ese titular. Simplemente eso, muestren al menos en este final del sexenio que están tan convencidos de su estrategia como de los impresionantes costos que demasiados están pagando.




