¿Cuántas horas deberías dormir? ¿Por qué nunca puedes recordar tus sueños? ¿Es malo pulsar el botón de repetición de alarma? Para el Dr. Merijn van de Laar, un terapeuta del sueño con más de 18 años de experiencia, las respuestas pueden encontrarse en el pasado y son expuestas en su libro Cómo dormir como un cavernícola.
Ciudad de México, 23 de agosto (SinEmbargo).– “¿Qué hacían los hombres primitivos para pasar una buena noche? ¿Cómo era nuestro sueño en aquellas épocas? ¿Los hombres de las cavernas siempre cuidaban su sueño o a veces se embarcaban en actividades nocturnas que lo alteraban, como el consumo de sustancias? ¿Habrán experimentado preocupaciones o miedos acerca del sueño? ¿Qué comían y cómo habrá afectado la dieta en sus sueños?”.
Estas son preguntas que hace y busca responder el Dr. Merijn Van de Laar en su libro Cómo dormir como un cavernícola, editado en México por VR Editoras, un texto en el que desentraña cómo fue la relación de los primeros hombres y mujeres al momento de conciliar el sueño, un viaje en el cual recurre a otros elementos como el entorno, la alimentación y la actividad física.
El Dr. Van de Laar cuenta, por ejemplo, cómo los habitantes de las cavernas recurrían a una serie de hierbas como repelente de insectos; o la manera en la que estaban hechas las primeras camas, de acuerdo con los hallazgos arqueológicos. También explica cómo la manera en la que nos despertamos en la actualidad cuando sentimos que nos caemos tiene un porqué que se remonta miles de años atrás.
En Cómo dormir como un cavernícola, el Dr. Van de Laar investiga los últimos descubrimientos sobre los humanos prehistóricos para desenterrar los orígenes del sueño. De esta manera expone las discrepancias entre lo que nuestros cuerpos primigenios necesitan y lo que nuestros cerebros modernos esperan.
“Los habitantes de las cavernas vivían en equilibrio con las fuerzas de la naturaleza y se adaptaban perfectamente a la luz, la temperatura y los cambios de estaciones de su entorno. La forma en que comían y se movían durante el día también afectaba a su forma de dormir y, si bien tenían que preocuparse por los depredadores durante la noche, no se estresaban por dormir ocho horas; ni siquiera tenían una palabra para ‘insomnio’”, señala la editorial en la reseña de esta obra.




