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Ramiro Padilla Atondo

18/05/2015 - 12:00 am

San Quintín y las asimetrías del poder

Cuando tenía catorce años mi hermana me consiguió un trabajo de fines de semana. No pagaban mucho pero al menos sacaba para mis gastos. El trabajito era de aplicador de exámenes de primaria y secundaria abierta. Por esa razón entre los catorce y los veinte años tuve oportunidad de viajar por todo el territorio comprendido […]

Cuando tenía catorce años mi hermana me consiguió un trabajo de fines de semana. No pagaban mucho pero al menos sacaba para mis gastos. El trabajito era de aplicador de exámenes de primaria y secundaria abierta. Por esa razón entre los catorce y los veinte años tuve oportunidad de viajar por todo el territorio comprendido desde la zona urbana de Ensenada hasta la isla de Cedros, que es el punto más lejano del municipio.

En mis viajes me tocó estar muchas veces en San Quintín, la colonia Lázaro Cárdenas y Vicente Guerrero. En ocasiones me quedaba a dormir. Sobra decir que muchos de los alumnos de primaria y secundaria abierta eran inmigrantes de los estados más pobres del país. De eso hace ya casi 27 años. Y no ha cambiado nada.

Bueno, sí ha cambiado. En lo que respecta a la información. Siendo un estudiante de preparatoria, intentaba explicarme por qué la gente estaba condenada a vivir en la miseria. Por qué atravesar medio México para sufrir las condiciones laborales que sufren los jornaleros. Y me respondía de manera triste: porque no hay otra opción.

La razón más poderosa de la revolución mexicana fue precisamente el acaparamiento de tierras, un sistema neo feudalista donde los campesinos adquirían el status de siervos. Parte de este sistema sería idealizado en las películas de la época de oro con un Jorge Negrete como el guapo caporal.

La revolución fue el intento de empezar desde cero, pero de manera obvia, las condiciones para que este viejo estado de cosas renaciera estaban allí. Esto es, instituciones débiles, un gobierno negligente en sus tres niveles, y por supuesto una ambición desmedida de los dueños de los ranchos.

Lo sorpresivo del asunto fue el hecho de que muchos miles de jornaleros dijeran basta a las condiciones subhumanas en las que trabajan. Que hubiese el suficiente hartazgo para que se unieran y pusieran en jaque a los poderosos rancheros y sus amigos en el poder.

Y que por supuesto, estallara la guerra mediática. Por un lado, jornaleros pobres sin recursos, y por el otro, los patrones y el inmenso arsenal de mañas para amedrentarlos.

Aquí el asunto es de percepción de la opinión pública. Quién lo va ganando. En principio, las demandas de los jornaleros son razonables. Doscientos pesos diarios no son una cantidad que no se les pueda pagar, si se contrasta con lo que producen.

Pero este neoporfirismo mexicano tiende a dar más palo que pan. Es terrible  tener un gobernador tan tarado como el de nuestro estado, que prefiere golpear a negociar. No está en su sistema de creencias. Gobernación no se cansa de hacer el ridículo con un subsecretario enfermizo y amenazador mientras la gente empieza a creer que los jornaleros no son sino una sarta de vándalos.

No hay nada más barato en México que comprar votos o contratar provocadores. Un auto incendiado vende bastante en los medios. La verdad dicha por los labios partidos de alguien que trabaja más de doce horas diarias, no.

Ese es el triste estado de las cosas. Pedir condiciones justas de trabajo es el nuevo crimen en México. Que este triste gobierno (estatal y federal) no tenga los mínimos recursos para negociar evidencia de manera terrible la urgente necesidad de un cambio de rumbo.

Ni los ataques xenófobos, ni las mentiras divulgadas por los periodistas a sueldo, pueden tapar la realidad de vivir con poco más de cien pesos diarios. Que ese es el punto central. Doscientos pesos tampoco son una fortuna. Que recuerden los dueños de los ranchos que ellos cobran en dólares. Y les pagan a los jornaleros en pesos.

Pero mientras el gobierno siga actuando como testaferro de los dueños del dinero el país seguirá sin rumbo.

Ayotzinapa, Tlatlaya y San Quintín no son casos aislados. Es la prueba absoluta de la criminalización de los pobres. La muestra más profunda de nuestra desigualdad. Por eso debemos combatirla.

Todos somos jornaleros.  Y la lucha sigue.

Ramiro Padilla Atondo
Ramiro Padilla Atondo. Ensenadense. Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, traducido al inglés; Esperando la muerte y la novela Días de Agosto. En ensayo ha publicado La verdad fraccionada y Poder, sociedad e imagen. Colabora para para los suplementos culturales Palabra del Vigía, Identidad del Mexicano y las revistas Espiral y Volante, también para los portales Grado cero de Guerrero, Camaleón político, Sdp noticias, El cuervo de orange y el portal 4vientos.

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