Josefina Vázquez Mota y el equipo compacto que llevó a la presidencia a Felipe Calderón nunca se llevaron bien. Al mes de iniciada la campaña electoral en 2006, el entonces alicaído candidato reunió a su equipo en la sede de la Fundación Amparo, en Tlacopac, y obligó a los ahí reunidos a expresarse con honestidad: “A ver, digan aquí lo que han venido a decirme por separado”. Ernesto Cordero fue el que dio un paso al frente y acusó a Vázquez Mota: “el problema con esta campaña, Felipe, es que por ganar unos cuantos kilos de peso político perdió toneladas de mística, y mística fue lo que llevó a esta campaña a triunfar”.
El reproche era directo hacia la coordinadora formal de la campaña. La invitaron por los contactos con empresarios y dueños de medios de comunicación que ellos no tenían. Pero apenas si la toleraban. Los integrantes del escuadrón calderonista hablaban entonces, en 2006, y ahora, en 2012, con un tono despectivo sobre Josefina. Le reprochaban sus “bandazos” temáticos, su aversión a la campaña negativa, su tono de conciliación cuando lo que urgía era un contraste, su “doble agenda”. Calderón la mantuvo a pesar de todo y sin duda eso fue un mérito del entonces candidato, y a la postre algo crucial para lo que culminó este domingo. En 2012, Calderón de nueva cuenta la apoyó en el momento decisivo. Ella se impuso a quienes en 2006 la marginaron, y como me dijo en una entrevista, a quienes la hicieron padecer su marginación: “en algunos momentos me sentía muy sola, e incluso incomprendida (dentro del equipo de campaña)”.
Ahora, la única cuestión es si Josefina podrá tener al escuadrón de su lado, después de tantos años de distancia.
Por considerar que tiene hoy una vigencia quizá mayor a la que en el momento de su publicación, reproduzco el capítulo de El Presidente Electo (Camarena y Zepeda, Planeta, 2007), donde se explica cómo nunca lograron una comunión la hoy candidata y el equipo más leal a Calderón. Es un poco más largo que una columna periodística, espero que valga la pena.
JOSEFINA, LA QUE NUNCA CUPO
Desde diciembre de 2005 el nombre de Josefina Vázquez Mota comenzó a sonar como la más fuerte candidata a ocupar la coordinación de la campaña de Calderón. Por esos mismos días, Felipe informó a Mouriño que la todavía secretaria de Desarrollo Social se incorporaría como coordinadora política. La funcionaria y Juan Camilo se reunieron entonces para comenzar un diálogo que en realidad nunca fluiría, pues compitieron antes y después del 2 de julio por imponerse uno al otro.
El primer desencuentro entre los equipos de Juan Camilo y de Josefina se dio con la llegada misma de la funcionaria recién desempacada de la Secretaría de Desarrollo Social. El arribo a principios de enero de 2006 de Vázquez Mota y sus colaboradores fue visto como una “burda maniobra de take over”. En palabras de un miembro del cuarto de guerra: “Vino de alguna manera a querer suplantar funciones que ya se estaban realizando acá, incluso cuando había sido nombrada simplemente a la par que el resto del equipo. Entonces trae gente para áreas que ya estaban ocupadas: un cuate para comunicación social, un cuate para avanzada, giras y logística, unos operadores para los estados...”.
Ante tal despliegue, el equipo respondió encerrándose más en sí mismo y dotando a Josefina y a parte de su equipo de espacios físicos reducidos e inapropiados para desempeñar óptimamente sus funciones. Visitantes que la vieron por esos días en su ínfima oficina incluso recomendaron a la ex secretaria que no aceptara ese trato.
Josefina representaba en efecto la llegada de una cara conocida, una capacidad de interlocución y una relación con temas y personas de una agenda más de género y social desatendida por el equipo antes de su arribo. “Sí le dio un gravitas al grupo”, reconoce otro integrante del mismo, pero no dejaban de criticar su falta de experiencia electoral, terreno que sí dominaba el único nombre que a finales de 2005 llegó a mencionarse como candidato alternativo a Josefina: Rodolfo Elizondo.
Experimentado operador duranguense que fue ratificado por Calderón en la Secretaría de Turismo que encabezara desde la segunda parte del sexenio de Fox, y simpatizante desde el primer minuto de la candidatura del michoacano, Elizondo también reunía el perfil para darle más visibilidad política al equipo.
Germán Martínez, Juan Ignacio Zavala y Francisco Ortiz cabildearon a favor de que fuera Elizondo el que se incorporara como coordinador político y no Josefina. Y uno de ellos culpa a Juan Camilo y sus más cercanos de haber reventado la posibilidad. Pero en el núcleo más cercano a Mouriño rechazan esa versión: “Por lo menos ‘el Negro’ Elizondo te aportaba experiencia en campañas, mientras que Josefina te aportaba cero días, cero kilometraje en campañas”.
Algunos aseguran que tras su fallida incorporación el duranguense dijo que a “Felipe la chiquillada lo trae muy despeinado”. De cualquier forma, el grupo le reconocía a Elizondo su temprano y público apoyo a Calderón, en cambio recelaban que Josefina no se había aparecido por la calle de Sacramento sino hasta el 11 de septiembre por la noche, a levantarle la mano tras su sorpresivo y contundente triunfo de ese día.
Vázquez Mota no pierde la sonrisa al preguntársele sobre esa sensación de oportunismo que le achaca el equipo original: “Quizá no lo sepan ellos, pero yo organicé algunas cenas para él (Calderón), de recaudación y de contacto. Y cuando platicábamos me decía ‘Oye, Pina, quédate donde estás, porque eres ya mi único espacio dentro del gobierno para saber qué está pasando’. Y para la precampaña grabé un video, en enero de 2005, y mucha gente me advirtió que era un error, porque en ese momento las posibilidades que se veían eran tan remotas que me decían que iba a tener un grave problema con el presidente y con Santiago Creel. Solamente dos funcionarios del gobierno accedimos a grabar ese video, yo sé que se lo pidieron a muchos más: Juan de Dios Castro (entonces diputado con licencia y Consejero jurídico de la Presidencia de Vicente Fox), y yo, la única a nivel de secretaría de Estado”.
Otro miembro del equipo explica así el gravitas que Josefina aportaría con su llegada: “las limitaciones del equipo no eran ni su talento ni su energía, sino que sus posibilidades de relación con políticos y grupos de poder eran bastante limitadas”. En pocas palabras, sí amplió la agenda de contactos e interlocutores de la campaña panista.
Además, se quiso aprovechar el nombramiento de Vázquez Mota para mandar señales: “sería la única mujer coordinadora”, “le preocupan grupos que no suelen ser cercanos a la agenda pública del PAN”, “es claramente pro equidad de género”, “nunca ha sido conflictiva con sus jefes, siempre ha sido muy leal”, “es un plus en las relaciones con los medios, sobre todo con los directivos de estos”.
Pero igualmente había críticas: “Lo que tendríamos que hacer con Josefina es ponerle un asesor que le diga qué posición tomar en temas en los que da bandazos”. A varios del equipo desesperaba que cotidianamente soltara sin procesar las recomendaciones, disímbolas si no disparatadas a los ojos del grupo, que le había sugerido la persona con la que hubiese desayunado o comido Vázquez Mota ese día.
A pesar de que su estatus le posibilitaba interlocución al mismo nivel que Juan Camilo con el candidato, en algo que se denominaba como cuarto estratégico, su resistencia ante la campaña negativa —ella decía que era mejor evitar todo lo que fuera confrontativo— le restaba votos en el cuarto de guerra.
Tras la reunión de Fundación Amparo, Josefina entendió en cuestión de días que tendría que ceder a Mouriño toda la operación de la campaña y ella contribuir de otra manera.
“Él (Calderón) fue muy claro, me dijo ‘Cuida a mi equipo, ése es mi equipo’. Un poco a ratos casi sintiendo que yo no era tan su equipo [...]. Esa encomienda me la hizo mucho, me la hizo particularmente con Juan Camilo: respétalo, inclúyelo, dale su lugar, dale su espacio, y yo traté justamente de hacer eso, sin disputar, yo pude haber tenido una actitud diferente, y pude haber disputado muchos espacios de poder de decisiones.
“Me quedó muy claro que mi papel era el de optar por la madurez. Y hacer lo mejor que pudiera lo que Calderón me había pedido, ‘respeta a mi equipo, cuida a mi equipo y tú ve y haz lo que tengas que hacer para que esto sea mejor y ganemos votos’.
“Yo veía que al Presidente electo de alguna manera le preocupaba el haber tomado la decisión de un solo mando y que él se sintiera lastimado por eso. Y yo lo último que quería era contribuir a que eso se lastimara más, o a que eso fuera una preocupación adicional del candidato. Claro que yo le cedo [el control a Mouriño]. En realidad no es cederle, es reconocer un mando que el candidato Calderón le había dado, le había otorgado, y es no disputar un espacio que yo sentía que en ese momento lejos de darle fortaleza nos iba a debilitar aún más.
“Hablé con el candidato y le pregunté que dónde me quería, que dónde le hacía más falta. Y él me dijo que era bueno que yo viajara, que recorriera todo el país, que no desaprovechara un sólo foro, que llevara ese mensaje.”
Entonces, Rafael Giménez y Alejandra Sota revisaban sus estrategias y le decían, “mira, vale la pena que de este estado vayas a estos diez municipios. A éste aunque te estén invitando no vayas, porque ya está ganado o ya está perdido”. En un sólo día, Vázquez Mota podía dar discursos, charlas, atender a los medios y entrevistarse en privado con políticos en tres estados.
“Muchas veces yo sentía que tal vez debería estar más tiempo en la casa de campaña, pero cuando llegaba y preguntaba dónde hago más falta, dónde ayudo a que vengan más votos, la respuesta era siempre la misma: ‘ve a hacer lo que estás haciendo, porque los grupos se quedan contentos, o ve a este municipio o este estado que el candidato no ha visitado’. Eso me permitía ver dónde necesitábamos más publicidad, cuáles eran las principales preocupaciones de la gente, dónde no se conocía ni siquiera el mensaje. Fue una campaña sin candidato por todo el país.”
Buscando aprovechar mejor el perfil y la experiencia de Vázquez Mota con diversos grupos de la sociedad, se le encarga armar las alianzas ciudadanas, y con ese discurso recorre el país. “Es probable que esta elección se gane por un voto, y muy probablemente ese voto está aquí, sentado junto a mí”, solía decir Josefina en sus intervenciones en diversos puntos del país.
Para amarrar esos votos y explicar la propuesta de Felipe, se sentó a la mesa con columnistas, editores y dueños de medios de comunicación de todo el país, pues creía que la opinión pública de las regiones no estaba lo suficientemente atendida. Se reunía además con organizaciones de la sociedad civil y con gobernadores. A los primeros les pedía que ayudaran a difundir que el de Calderón era el proyecto que daba las certezas y las garantías de libertad. Y de los contactos con los gobernadores no da detalles, pero asegura que fueron esfuerzos que resultaron rentables el 2 de julio.
En palabras de otro integrante del equipo, Josefina siempre fue “fiel a su estilo, porque le ha funcionado por muchos años; ella estuvo siempre pegada a una estrategia de conciliación, conciliación, conciliación. Nada más que en una campaña, y más de estas características, no puedes partir de ellos, es al revés: diferenciación y puntos de vistas tan contrapuestos que generan fricciones”.
Por eso, “Josefina en el entorno se sentía ajena. Pensando más en el 3 de julio, deseando la etapa de construir, de los puentes, porque es su código genético. Pero en la coyuntura estaba fuera de foco. Incluso su forma de expresarse en un espacio de tanta tensión se volvía extraña. Y creo que en el fondo, anímicamente eso la alejó”. Sobre sus posicionamientos, ella reconoce, “en algunos momentos me sentía muy sola, e incluso incomprendida”.




